Entre la sorpresa general, y por medio de un escueto comunicado, el diestro Enrique Ponce ―el eterno niño prodigio― anunciaba en la noche del pasado lunes que se retiraba de los ruedos después de 30 años de exitosa carrera como primera figura del toreo. “En este momento de mi temporada 2021 he decidido hacer un alto en el camino y retirarme por tiempo indefinido”, señalaba la breve nota con la que anunciaba la noticia a través de sus redes sociales.
En otras pocas líneas, daba las gracias a quienes le han acompañado durante más de tres décadas “por su cariño y apoyo incondicional”. “En especial durante este último año de pandemia en el que decidí defender la tauromaquia y devolverle al mundo del toro lo mucho que me ha dado”, subrayaba en la nota.
El comunicado se conocía poco después de que finalizara el partido de la Eurocopa entre Croacia y España; Enrique Ponce envió el mensaje por Twitter, apagó el teléfono y nada más se sabe sobre los motivos de la trascendental decisión del torero valenciano.
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Se sabe, eso sí, que lo ha sido todo en la tauromaquia moderna, y sus estadísticas son estratosféricas; se ha perdido ya la cuenta de las corridas que ha lidiado, pero pasan de las 2.000, más de 5.000 toros estoqueados, 53 reses indultadas, ha salido a hombros en todas y cada una de las plazas de España, Francia y Latinoamérica; ha abierto cuatro Puertas Grandes de Madrid, ha salido una vez por la Puerta del Príncipe de La Maestranza, y ha firmado tardes históricas en unas plazas tan importantes como Bilbao.
Nació en el pueblo valenciano de Chiva el 8 de diciembre de 1971 ―tiene 49 años―, y con nueve años mató su primer becerro, empujado por su abuelo materno, Leandro, que lo convenció cuando era un niño para que abandonara la pelota (”¿Ves, Enrique, lo peligroso que es el fútbol?”, le dijo con motivo de una leve lesión) y dirigiera su mirada hacia el toro. Y no andaba mal encaminado el abuelo, porque Enrique pronto deslumbró por su privilegiada cabeza y condiciones innatas para erigirse en uno de los toreros más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Tomó la alternativa el 16 de marzo de 1990, y desde entonces no ha abandonado nunca los primeros puestos del escalafón, y ha gozado de un merecidísimo prestigio por su dominio absoluto de la técnica, su compromiso y sus continuados éxitos en todas las ferias.
Ha sido un torero con una legión de partidarios, que le profesan auténtica veneración, y también con detractores que lo critican por su reciente apego a la cursilería, su empeño en torear hasta en las plazas de tercera más desconocidas de España y América y su permanencia en activo cuando se le consideraba un torero amortizado, que toreaba más despegado y ventajista que nunca, y se prodigaba con el toro inválido y moribundo.
A pesar de todo, Enrique Ponce ha sabido mantener su vitola de gran figura con el paso de los años, y a día de hoy se le seguía considerando un nombre imprescindible en todos los grandes ciclos taurinos. Pero cuando nadie lo esperaba ―este martes estaba anunciado para torear en Burgos― ha decidido colgar el traje de luces, aunque él mismo ha dejado la puerta abierta para la vuelta, pues se trata de un adiós “por tiempo indefinido”.
Se desconocen las razones de su retirada, aunque da la impresión de que han pesado más cuestiones personales y familiares que las taurinas. No en vano, Enrique Ponce ha sido también protagonista por su sonada separación, en julio del año pasado, de Paloma Cuevas, con la que estuvo casado 28 años y ha tenido dos hijas.
Su relación posterior con Ana Soria, una joven de 21 años, le ha situado en los focos de la prensa del corazón, algo que no ha sido impedimento para que Ponce siguiera toreando. De hecho, fue el líder del escalafón de la pasada temporada, con 22 corridas, y el pasado domingo salió a hombros en León, en su octavo festejo de 2021, cuando nadie imaginaba que horas después anunciaría su adiós a los ruedos.
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