Entre la ciencia y Kiricocho


Un nuevo fútbol. Una Argentina firme, combativa y solidaria, pero con Messi, ganó la Copa América; una Italia audaz, enérgica y valiente, pero con Donnarumma, ganó la Eurocopa. Todo para decirnos, una vez más, que el fútbol es un juego asociativo que produce soluciones eficaces gracias a individuos inspirados. De la consistencia y del mayor o menor atrevimiento se encargan los entrenadores; de la eficacia de la idea y de las ocurrencias desequilibrantes se encargan los jugadores. Millones de neuronas alimentadas por una cultura que comienza en el placer de jugar y prosigue en entrenamientos, instrucciones, partidos vistos y jugados, sueños dormidos y despiertos y una apasionada ambición. Es lo que conocemos como talento individual. Ese capital, cada día menos salvaje y más académico, los entrenadores lo están poniendo al servicio de un fútbol metódico, muy profesional y algo previsible, pero que lejos de rapiñar, intenta enaltecer el juego.

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Kiricocho, 1; Big Data, 0. Al fútbol siempre le gustó moverse entre polos. El último antagonismo explica, en su disparate, el misterio de un juego insondable. La tanda de penaltis que definió la Eurocopa fue representativa de la especulación científica hacia la que quiere ir el fútbol y de la adoración supersticiosa de la que se resiste a escapar. Southgate eligió como lanzadores a los jugadores recomendados por el departamento de ciencias de la selección que, siguiendo la moda, le pide certezas matemáticas al Big Data. Del otro lado, Chiellini prefirió recurrir al grito de Kiricocho cada vez que lanzaba un jugador inglés. Kiricocho fue un gafe de leyenda en el Estudiantes de Bilardo en los años sesenta. Aquel equipo, que se aprovechaba de lo divino y de lo humano para ganar, mandaba a Kiricocho a gafar a sus rivales antes de cada partido, al parecer con eficacia. Lo que nadie sabe es cómo se filtró la leyenda hasta desequilibrar una Eurocopa.

Cuando la tecnología pega en el palo. La tecnología está cayendo sobre el fútbol con el afán de apoderarse del juego. El VAR fue solo el comienzo de una relación progresiva. Le costará algo más que en otros ámbitos porque en la órbita de los juegos, como en la del arte, se puede influir, pero no decidir. Pero en su relación con el fútbol, va a encontrar la complicidad de los entrenadores, gente que necesita del control para poder dormir tranquilos. No es cuestión de subestimar el poder y las posibilidades tecnológicas a la hora de aportarnos datos, pero, Kiricocho al margen, la tanda de penaltis en la final de la Eurocopa dejó clara cuestiones básicas. Por ejemplo: que los algoritmos no saben de incertidumbres, y que por muchos datos que ordeñe el Big Data, no llegará nunca hasta las profundidades en las que habitan el miedo y el coraje, la duda y la certeza, la ansiedad y la calma.

Y Messi ganó. El que no llora no mama y el que no gana no es amado. Y Messi, al fin, ganó con Argentina. Lo hizo ante Brasil, en el Maracaná y al frente de un equipo joven e ilusionante. Lo curioso es que una buena parte del país esperaba este triunfo tanto como el mismo Messi, que poco a poco se fue ganando la admiración de mucha gente por algo mucho más importante que el triunfo: levantarse y seguir después de cada golpe. Lo hizo con lealtad a la camiseta, con orgullo futbolístico y hasta patriótico, resistiendo humillaciones, faltas de respeto y comparaciones hirientes. La Copa América hizo feliz a Messi y sacó a un país a la calle para festejar no solo un triunfo, sino un acto de justicia del fútbol con un genio que no se cansó de pelear. Festejaban, juntos, los que aman el camino y los que solo aman la llegada.

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