Una mujer de cabello estropajoso y con canas, cejas espesas y un vestido no demasiado afortunado, como de madrina de comunión, camina hacia el escenario vacío del Clyde Auditorium en Glasgow. Al otro lado, un panel de cuatro jueces (entre ellos el temido Simon Cowell) y un público dispuesto a aplaudir o abuchear según palpite el espectáculo. La mujer se presenta a Britain’s Got Talent, el concurso de talentos anónimos más popular de Reino Unido (que en España emite Telecinco con el nombre de Got Talent) en el que el público debe responder como si fuesen sus hijos los que estuviesen concursando.
Su fortuna está valorada en 35 millones de euros, pero Boyle sigue residiendo en su vivienda de protección oficial y cogiendo el autobús
Boyle (Blackburn, Reino Unido, 1961) parece consciente de la reacción que despierta. Mueve sus caderas queriendo ser sexi (pero a este tipo de mujer le está prohibido resultar sexi, así que solo resulta cómica) y guiña los ojos al jurado. Sin embargo, la recepción hacia ella cambia cuando, respondiendo a una pregunta de Simon Cowell, afirma que le gustaría ser “una cantante profesional”. Las risas cómplices pasan a ser risas lastimosas. ¿A quién le gustaría parecerse? “A Elaine Paige” (gran dama del teatro musical británico y condecorada Oficial de la Orden del Imperio británico).
Más risas apenadas del público y aspavientos de duda entre el jurado, que mira a esta mujer como a un perro abandonado bajo la lluvia. El plano salta en ese momento al patio de butacas: una adolescente hace una mueca burlona ante el comentario sobre Elaine Paige. Esa mujer es una asistente de peluquería de 18 años llamada Jennifer Byrne. Volverá a aparecer en esta historia, porque su intervención de 1,70 segundos en la pantalla es clave en ella.
La “chica 1.24” (por el minuto en el que aparecía en el vídeo original subido a YouTube) se convirtió en todo un fenómeno viral: representaba el prejuicio y el desdén.
Entonces Susan comienza a cantar y de esa mujer con aspecto de ermitaña sale una voz angelical. De esa mujer señalada desde el primer momento como fea sale una voz de mujer guapa. El público británico, acostumbrado a una tradición de voces melódicas siempre pertenecientes a rostros canónicamente bellos (Lulu, Sandie Shaw, Petula Clarke, Dusty Springfield, la propia Elaine Paige) reacciona asombrado primero y entusiasmado después. Han asistido a una puesta en escena perfecta para ver nacer a una estrella. Los cuatro miembros del jurado votan positivamente para que continúe en el concurso. Literalmente, Susan Boyle salió, cantó y cambió su vida para siempre.
¿Fue esto la génesis del actual estado del talent show? Sí y no: hay un precedente en el mismo programa. Dos años antes, en la primera edición de Britain’s Got Talent, un vendedor de teléfonos móviles regordete y urgentemente necesitado de un corrector dental llamado Paul Potts sorprendió a toda la audiencia con una perfecta ejecución del aria de Puccini Nessun dorma (acabaría ganando esa edición del concurso). Paul también descolocó porque su origen y su aspecto no hacían prever lo que estaba por llegar. Pero allí no hubo ni un montaje previo para vender a Paul como un paria, como a Susan, ni una puesta en escena de un público adverso y cínico contra él, como en el caso de Susan. Cuando Susan Boyle llegó y triunfó, el equipo de edición estaba preparado para convertir un momento que en directo fue oro en otro que, en su emisión en diferido, iba a ser un diamante.
Porque Susan Boyle cambió la narrativa de este tipo de programas. El anónimo ya no llegaba virgen a un escenario, sino que debía tener una historia. La entrada de Susan Boyle no hubiese sido lo mismo si en un vídeo previo no hubiese contado que su madre acababa de morir, que nunca la habían besado (eso la convirtió en una artista inmaculada y virgen en todos los sentidos) y que solo tenía la compañía de su gato Pebbles. Los rostros de desconfianza de los jueces y el público, reflejados en planos breves que escogían bien qué transmitir en todo momento, también se añadieron a la narrativa.
Frente a una cantante humilde y solitaria, una turba dispuesta a prejuzgarla. Frente a una heroína, miles de villanos: aquel público. La peluquera Jennifer Byrne contó que su gesto de disgusto ante Boyle, plasmado en menos de dos segundos en pantalla, hizo que recibiese una campaña de acoso y amenazas en redes sociales que puso en peligro su estabilidad emocional. Que ella se enterneció y aplaudió con Susan Boyle cuando empezó a cantar, pero lo único que emitieron fue aquel gesto de desaprobación. Un gesto de desaprobación que consiguió que, por primera vez, en un talent show nos enamorásemos de un concursante anónimo antes de que ni siquiera empezase a cantar. Frente al cinismo y los prejuicios estaba una nueva heroína mediática: Susan Boyle.
A mediados de aquel abril de 2009, tras emitirse el segmento (grabado a comienzos de año), Susan Boyle se volvió omnipresente. Abrió telediarios en Europa. En el resto del mundo, su caso se expandió por Internet gracias a que figuras como el (entonces influyente) bloguero Perez Hilton o celebridades como Ashton Kutcher y Demi Moore compartieron el vídeo de aquella actuación. El vídeo estaba en YouTube en unas horas. El 20 de abril, ocho días después, había alcanzado los 100 millones de reproducciones y se había convertido en el más visto de su historia hasta entonces. Boyle no solo cambió las reglas de concurso de talentos, sino que llegó también en un momento en el que YouTube intentaba convertirse en una plataforma de contenidos audiovisuales serios y dignos de ser monetizados y dejar de ser una web para ver vídeos de gatos y reporteros cayéndose en directo. Su caso fue clave en esta transformación.
Tras el efecto Boyle, los concursos de talentos vieron cómo podían vivir una segunda (y rentable) vida en las redes una vez habían sido emitidos en televisión. Actualmente todos los programas de este género tienen un perfil oficial en la plataforma y se apresuran a colgar sus mejores actuaciones y grandes momentos, con títulos llenos de épica: “¡Nadie creía en él y dejó al público boquiabierto!”. El canal de X Factor (programa creado también por Cowell) lleva casi ochocientos millones de reproducciones. El de Got Talent, más de tres mil millones. El de Operación Triunfo, en España, más de mil millones.
Susan Boyle se había convertido en la mujer más famosa del mundo. En cuestión de días fue entrevistada por Larry King y Oprah Winfrey, dos gurús televisivos para los que algunos famosos esperan años. Sus primeras entrevistas eran la pesadilla de un periodista. “Nada personal, no responderé a eso”, solía aclarar Boyle nerviosa. Después respondía a preguntas de forma corta y rápida, dejando incómodos silencios hasta la siguiente. Era la posición lógica de una mujer solitaria que había pasado de ser una desempleada (durante un tiempo fue cocinera y en los últimos años previos al concurso cuidó de su madre enferma) a una estrella global que dio 60 entrevistas en una semana.
Fue demasiado para Susan. El 1 de junio de 2009, y en un giro que nadie esperaba, Susan Boyle quedó segunda en la gran final del concurso. El primer clasificado fue un grupo de baile llamado Diversity. ¿Por qué perdió Susan? Muchos medios apuntaron que su fama mundial no le benefició en este sentido: el público, imprevisible, decidió apoyar a una simpática banda de chicos bailarines en lugar de a una mujer que ya era una estrella global en toda regla. Horas después de la emisión en directo del programa, Boyle fue hospitalizada en una clínica privada de Londres. La cadena ITV, el programa Britain’s Got Talent y, por extensión, todo este tipo de concursos de talentos para gente anónima, fueron puestos bajo la lupa. ¿Reciben este tipo de personas que jamás han tenido contacto con la fama ni los medios de comunicación la preparación y atención psicológica necesaria para enfrentarse a la fama de la noche a la mañana? En el caso de Susan Boyle, además, la fama no fue nacional, sino planetaria.
La productora Talkback Thames tuvo que admitir que no habían sometido a Boyle a una prueba psicológica antes de lanzarla a la fama estratosférica y se comprometió a revisar sus normas y protocolos. Mientras, el hermano de Boyle tranquilizaba a sus admiradores declarando que Susan había estado en una montaña rusa tremenda y sometida a una especulación mediática muy intensa a la que no estaba acostumbrada, pero, dijo, “está intentando adaptarse a eso y acostumbrándose a ser un rostro conocido”. También el primer ministro británico, Gordon Brown, se interesó por su estado. Entre los pocos visitantes admitidos en la clínica Priority, donde permanecía ingresada, estuvo su gato Pebbles.
Tras abandonar la clínica, Boyle comenzó la grabación de su primer disco bajo el sello de Simon Cowell, ese hombre que había visto la gallina de los huevos de oro en cuanto Susan abrió la boca sobre el escenario meses antes. I Dreamed a Dream fue publicado a tiempo para la mejor época del año, la campaña navideña, y se convirtió en el disco más vendido del año en solo un mes, por encima de los de The Black Eyed Peas, Lady Gaga, Taylor Swift o Michael Jackson. Su primer sencillo fue una exitosa versión de Wild Horses, de los Rolling Stones. En la era en la que los jóvenes ya no compraban discos físicos, I Dreamed a Dream, de Susan Boyle, era efectivamente un sueño para la industria: un disco que se iba a regalar en ese formato a todas las madres del mundo. Ha vendido, hasta hoy, 14 millones de unidades.
En enero de 2010, Susan Boyle publicó sus memorias. En mayo, fue elegida como una de las personas más influyentes del mundo por la revista Time. En septiembre, cantó para el papa Benedicto XVI. Su segundo disco, The Gift (2010), fue uno de los cinco más vendidos ese año de nuevo con una publicación in extremis en noviembre. Sumados a los cinco discos que publicó posteriormente (siempre de versiones de clásicos, temas del teatro musical y baladas pop ligeras), Susan ha vendido 20 millones de ejemplares y se calcula su fortuna en 35 millones de euros.
Sin embargo, Boyle ha elegido no vivir como una millonaria. Sigue en la casa de protección oficial en la que residía cuando se presentó al Britain’s Got Talent, solo que la compró a cambio de unos 75.000 euros y añadió, posteriormente, la casa de al lado para que fuese más grande. En su momento se compró una casa más lujosa (valorada en 450.000 euros), pero tras vivir en ella un breve espacio de tiempo la cedió a una de sus sobrinas y volvió a su hogar de siempre, donde ha declarado ser más feliz. Sigue cantando en la iglesia de su pequeño pueblo, caminando a diario por él y cogiendo el autobús. ¿Qué hace, pues, Boyle con su fortuna? Apoya varias causas, dona dinero a la iglesia de su comunidad y, según el Daily Mail, ha ayudado a su familia a emprender negocios y a pagar deudas. Y su familia es muy grande: tiene ocho hermanos y 16 sobrinos.
La productora Talkback Thames tuvo que admitir que no habían sometido a Boyle a una prueba psicológica antes de lanzarla a la fama estratosférica y se comprometió a revisar sus normas y protocolos
Problemas de salud
Los estragos en su salud mental han seguido siendo públicos: en 2013 le fue diagnosticado el síndrome de Asperger y la prensa ha seguido dando cuenta de pequeños incidentes protagonizados por ella en aeropuertos o restaurantes en los que han tenido que intervenir las autoridades para calmarla.
Este 2019 volvió al programa que la vio nacer en su edición especial America’s Got Talent: The Champions, al que se presentó con el firme propósito de resultar ganadora en esta ocasión (una extraña espina que sacarse, dado que sin haber ganado ella es la mayor estrella que ha salido de un concurso de este tipo). No lo consiguió: fue eliminada en la final. Ganó un mago llamado Shin Lim.
Boyle continúa viviendo sola. Su gato Pebbles murió de viejo. A sus 57 años sigue siendo un ejemplo en bruto de lo que la fama repentina y global de la noche a la mañana puede hacerle a una persona. También el paradigma de un tipo de figura que, con el artificio necesario, puede conquistar al público masivo en un segundo. Eso sí: pese a decenas de promesas de “nuevas Susan Boyles”, ninguna figura se ha acercado a ella. Rompió el molde.
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