Madrid 21-12-1956.- Venta ambulante de mazapán y turron para las fiestas navideñas, en una calle de Madrid. EFEEFE
Toda comparación distrae de lo que se tiene delante. Contemplar la catedral de Burgos y compararla en ese momento con la de León impide disfrutar completamente de la catedral de Burgos. Y viceversa.
También la añoranza del pasado nos retira del presente, sobre todo cuando incurrimos en una cierta manera de usar la palabra “antes”.
“Antes” contiene mucho más de lo que define su significado. La extensión cronológica de este adverbio abarca lo mismo siglos que horas, días que minutos, pero esta cierta forma de decir “antes” no se define por la distancia temporal, sino por designar un tiempo que ya fue archivado.
Por tanto, esa cierta forma de decir “antes” suele implicar un fracaso.
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“Antes esto se hacía así”, “antes había aquí un parque”, “antes se repetía curso”, “antes me decías otras cosas”.
Un fracaso porque lleva la vista atrás en un signo inexorable que la desvía del presente. Este uso de “antes” da idea de un tiempo irrepetible, abarcador de contextos caducados que nunca podremos recuperar en su esplendor.
Decir “antes eso se hacía así” constituye la disculpa perfecta para, al volver los ojos hacia el pasado, quitarle la mirada al presente y no buscar soluciones a los problemas de hoy en función de los tiempos de hoy, con las dificultades de ahora y en el contexto en que vivimos.
“Antes” —esa cierta forma de usar “antes”— lo dice todo porque, sin expresar un límite concreto a partir del cual se activa el contador del reloj mental de quien habla, remite a un tiempo más que pretérito, a un tiempo anterior, a un momento que se fue definitivamente. Y arroja al pensamiento una comparación inevitable en la que el pasado gana siempre, inútilmente.
Gana siempre porque si la referencia al pasado lo elogia, culpamos a la actualidad por haber sucumbido ante él. Y si lo censura, es decir, si la oración que le sigue muestra incomodidades o desgracias de otro momento, resaltamos con ello nuestro propio desempeño como personas resistentes que en aquel “antes” no se arredraban ante cualquier contratiempo, sino que asumían las adversidades sin volverles la cara.
“Antes jugábamos con una caja de zapatos que convertíamos en un barco pirata”, “antes sólo había turrón blando y turrón duro”.
Al decir “antes”, al usar esa cierta manera de decir “antes”, transmitimos sin darnos cuenta que aquella época anterior nos pertenece y que el presente nos resulta ajeno. Porque suele suponer una disculpa para huir del ahora. Un engaño. Un refugio mental encaminado a desentenderse de las soluciones que la actualidad demanda.
Y ninguna generación está exenta de esa cierta forma de decir “antes”, pues lo pasado no necesita mucho tiempo para serlo. Hay un “antes” que evoca el colegio a quien estudia en la universidad; y un “antes” de la universidad para quien trabaja; y un “antes” de la soltería para el matrimonio…
Quizá convenga preocuparse si nos sorprendemos a menudo pronunciando “antes”, para que en tal caso salte la alarma frente a la imagen de una derrota. La derrota intelectual de creer que se pueden recuperar para la actualidad las técnicas, los usos, los espacios o los comportamientos de otro tiempo.
Pero sobre todo ese “antes” hace que las personas con grandes experiencias se escondan sin querer en el pasado, precisamente cuando el presente más las necesita.
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