Hubo una época donde el PRI, el partido que gobernó México durante casi 80 años, acudía con el mismo desparpajo a la Internacional socialista y al Foro de Davos. A la Cumbre de los no alineados que al G-20 y que se sentaba en la misma mesa con Fidel Castro o Ronald Reagan sin ningún inconveniente. Un tiempo, hasta los años noventa, donde ganaba elecciones sin despeinarse, dominaba el Congreso, la Justicia, los Estados y la política internacional en América Latina. Un tiempo en el siglo XX donde una quinta parte de los mexicanos, actualmente de 120 millones de habitantes, era afiliado o militante del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Años de la Guerra Fría, donde el Peronismo de Argentina o el Apra en Perú eran aprendices de un movimiento político solo comparable en tamaño y duración al Partido Comunista de China o la Unión soviética. Muchas décadas donde Estado, partido y sociedad civil estaban tan unidos física y emocionalmente que los colores del PRI, verde, blanco y rojo, eran los mismos que los de la bandera nacional.
Todo aquello se fue desinflando por la ineficiencia, la llegada de la democracia y una larga lista de escándalos de corrupción como los que agitan nuevamente al partido. En la última semana, el expresidente, Enrique Peña Nieto, o el actual líder del partido, Alejandro (Alito) Moreno, tuvieron que dar explicaciones similares sobre enriquecimiento ilícito.
Con pocos días de diferencia, la Fiscalía mexicana anunció que investiga a Peña Nieto, presidente entre 2012 y 2018, debido a un “esquema” de transferencias internacionales que le permitió recibir 26 millones de pesos en España (algo más de 1,2 millones de euros). El anuncio coincidió con la revelación de sobre cómo su abogado, Juan Collado, compró un piso de megalujo en el Four Seasons de Madrid mientras se le investigaba por blanqueo. Peor le va a Moreno, el actual presidente del PRI, investigado por lavado de dinero, evasión fiscal, peculado, abuso de autoridad y uso indebido de atribuciones, después de que se descubriera que posee al menos 23 viviendas. El exgobernador de Campeche, de 47 años, que llegó en 2019 a lo más alto del partido prometiendo renovación y volver a enamorar a los más pobres de México, apareció esta semana en todos los medios de comunicación presumiendo su Lamborghini amarillo. El deportivo estaba estacionado dentro de una de sus viviendas, la que tiene campo de futbol, varias piscinas y una caseta para el perro con aire acondicionado. A la debacle electoral más reciente, en la que perdió los bastiones de Oaxaca e Hidalgo, se unen los escándalos que dibujan un partido en decadencia, sin presidente, sin ideología, aborrecido dentro y fuera y con sus líderes dando humillantes explicaciones sobre su patrimonio.
Tradicionalmente, la vieja cúpula del PRI había sido reconocida por la habilidad política para manejar con la misma soltura el latrocinio, el doble discurso y la ambigüedad ideológica. De los cuadros del PRI han salido todas las familias políticas del país, excepto el conservador PAN y el joven Movimiento Ciudadano, que emula a Ciudadanos, y desde sus filas han salido desde el presidente López Obrador, al canciller Marcelo Ebrard o el presidente del senado, Ricardo Monreal, entre otros. Su habilidad para manejar el entusiasmo nacionalista de la mano de los recursos públicos ha dado paso a una generación de tecnócratas que llegó al poder con menos de 40 años y que se hicieron ricos en un tiempo récord gracias a recalificaciones y sobornos de las constructoras. La perversa inteligencia del viejo PRI ha dado lugar a la vulgar ostentación en redes sociales.
Nacido en 1929 de las cenizas de la Revolución tras un pacto entre las corrientes de Zapata, Villa y Carranza, la reinvención del PRI llegó con Lázaro Cárdenas (1934-1940) y Miguel Alemán (1946-1952), el primer presidente civil. Desde entonces, fue creciendo como un particular leviatán, un partido de masas al estilo socialista que terminó mimetizándose con el Estado en un sistema autoritario y corporativista –aglutinaba tradicionalmente igual a sindicatos que a patrones, a campesinos que a empresarios– perfeccionado durante más de 70 años ininterrumpidos en el poder, hasta el año 2000, con la llegada al poder de Vicente Fox. En 2012, Enrique Peña Nieto ganó las elecciones y en 2018 traspasó el poder a López Obrador con un triste balance enfangado por la corrupción.
Según el historiador Lorenzo Meyer, “El PRI nació con el poder en las manos y es como un bebé al que concedieron todos los dones desde la cuna. Entre ellos, el don de no tener que pelear por una elección”. “¿Y quién le dio esos dones?”, se pregunta Meyer, “las élites revolucionarias que se imponen a otros caciques tras la revolución y el Ejército”. Según el profesor emérito del Colegio de México, “el PRI se ha desinflado debido a la corrupción y a medida que perdió capacidad para controlar la economía. Al mismo tiempo terminó la Guerra fría y a Estados Unidos dejó de interesarle apoyar un país que había sido importante porque no era ni fascista ni comunista”, explica.
Con 79 años, Francisco Labastida, es considerado uno de los históricos del PRI. Arrastra el triste honor de ser primer candidato del PRI en perder unas elecciones, cuando en el año 2000 tuvo que reconocer la victoria de Fox. Su voz, sin embargo, sigue sonando dentro y fuera del partido. “Desde que eligieron a Alito Moreno (el actual presidente del PRI), supe que sería el sepulturero del partido, porque no iba a hacer el cambio que requería”, explica .
“Este partido fue un ejemplo para el continente por el crecimiento con equilibrio social. Fue un partido que durante treinta años hizo crecer al país a un 6% anual, con salarios que crecían dos puntos por encima de la inflación o que repartió 18 millones de hectáreas. Pero hemos cometido muchos errores en corrupción e ineficacia y es necesaria la autocrítica para volver a generar confianza”, explica.
Si bien, el PRI ha hecho todo por cavar su tumba, el gobierno de López Obrador le ha proporcionado la pala. El partido del presidente, Morena, es la mano que airea en la televisión las denuncias de enriquecimiento contra la dirigencia del PRI. La gobernadora de Campeche, Layda Sansores, exhibe cada semana en su programa de televisión nuevas conversaciones privadas de Moreno o imágenes de sus mansiones. Por su parte, Moreno atribuye los ataques a una venganza del partido en el poder desde que su partido se opuso a la reforma eléctrica, una de las promesas estrella de López Obrador. Esta semana se sentó junto al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en Suiza, a donde viajó para denunciar la persecución que vive durante el Consejo de la Internacional Socialista celebrada en Ginebra, y muchos dudan si regresará al país. Una situación parecida vive el último candidato de la derecha, Ricardo Anaya, que se defiende desde el exilo de las acusaciones de corrupción.
Mientras esto sucede, el camino parece allanado para Morena, que encara las elecciones presidenciales de dentro de dos años sin nadie que le haga sombra ni en la derecha ni en la izquierda. Una sutil estrategia para aniquilar adversarios que recuerda el autoritarismo del viejo PRI de los años 70, según Labastida. “López Obrador encarna ese modelo que concentra el poder en la figura presidencial, que no permite la disidencia y que hace un manejo electoral de los programas sociales”, dice el excandidato presidencial. Mientras para unos el PRI muere un poco más, cada día para otros, el actual presidente encarna el viejo refrán que dice que “el PRI no se crea ni se destruye, solo se transforma”.
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