Esta es la diferencia que hay entre nata para cocinar y nata para montar

La Real Academia Española (RAE) define la nata de la siguiente manera: «Sustancia grasa que se forma en la superficie de la leche en reposo, en especial después de hervir, o se obtiene industrialmente por centrifugación de la leche; en cocina y repostería tiene numerosas aplicaciones». Tiene múltiples aplicaciones en la cocina y, según la receta que vamos a elaborar, debemos utilizar nata para cocinar o nata para montar. Pero, ¿cuál es la diferencia entre ambas?

Nata para cocinar

La principal característica de la nata para cocinar es que tiene un bajo contenido graso, que oscila entre el 15% y el 18%. Por esta razón, es líquida y ligera. Tiene un color blanco-amarillento, y su aporte calórico es de 190 kilocalorías por cada 100 gramos.

Se utiliza para la elaboración de salsas y gratinados, así como espesante en algunas recetas. Aporta mucha suavidad a los platos. Una vez abierto el envase, la conservación de la nata para cocinar siempre debe ser en frío. Hay que consumirla en un plazo máximo de cinco días ya que después de este tiempo se estropea. Cuando la nata está en formato líquido se puede congelar.

Nata para montar

La nata para montar tiene un contenido graso mucho más elevado que el de la nata para cocinar: de entre el 35% y el 50%. La textura es más espesa y se utiliza en repostería. Aporta 360 kilocalorías por cada 100 gramos, de manera que su consumo debe ser ocasional.

Para montar la nata se puede utilizar un tenedor o, mejor aún, una batidora eléctrica con el accesorio de varillas. Antes de empezar a montarla, se puede meter en el congelador durante media hora para que esté muy fría. Hay que prestar especial atención a la consistencia y volumen que adquiere la nata.

¿La nata se puede congelar?

Aunque la creencia general es que la nata no se puede congelar, lo cierto es que sí. Lo más importante es guardar la cantidad que haya sobrado en un recipiente hermético, de tal forma que la cantidad de aire sea la mínima posible. Es la mejor forma de asegurarse que la congelación se va a hacer en condiciones óptimas para conservar las propiedades de la nata.

A la hora de descongelarla, hay que tener en cuenta que es un lácteo. Lo recomendable es pasar el recipiente a la parte alta del frigorífico y esperar a que termine la descongelación. Si se pasa directamente del congelador al exterior, la nata se estropea por el choque térmico.


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