Eduardo de Mariategui y Martín, ingeniero militar y escritor español, en 1886 dejaba por escrito lo siguiente: «En la torre de la catedral, hasta no hace demasiados años se podía visitar una de las mayores campanas de toda la cristiandad. Consagrada a San Eugenio, ya desde su instalación se cantaba la siguiente copla: «campana la de Toledo, iglesia la de León, reloj el de Benavente, rollos los de Villalón».
El motivo de la copla es muy simple, la Catedral de Toledo tiene la tercera campana más grande del mundo, detrás de la campana del zar, ubicada en la Plaza Roja de Moscú, con un peso de 202 toneladas; seguida de la campana de la catedral de Colonia en Alemania, con un peso de 24 toneladas; y la campana de San Eugenio, de Toledo, con 14 toneladas, aunque otras fuentes lo sitúan en casi 18 toneladas, en cualquier caso le valió el apelativo cariñoso de la «campana gorda».
Historia de la Campana de la Catedral de Toledo
La campana fue encargada por el Cardenal don Luis Antonio de Borbón y fundida por Alejandro Gargallo en 1755. Según el inventario realizado sobre las campanas existentes en las 94 catedrales españolas, por Francesc Llop, presidente de la asociación de campaneros de la catedral de Valencia: «la confeccionó en lo que hoy se conoce como la casa de la campana. Llevó dos o tres años de trabajo de elaboración y sustituyó a otra campana que quisieron hacer más pequeña, pero que no daba buen sonido. Está la hicieron mayor y con mejor sonido».
Un folletito impreso hace 130 años en la imprenta CEA, que costaba medio real, nos facilita los hechos que envolvieron a la Campana. Gracias a él sabemos que fue fundida en el mismo Toledo, en concreto en la cuesta de San Justo, en el número 5, conocida desde entonces como «casa de la campana», y donde aún se conserva la gran puerta por la que salió. Tardaron siete días en arrastrarla hasta la plaza del ayuntamiento. Se mandó hacer una balanza, para pesar los metales que se iban a emplear en su elaboración, y que era capaz de pesar hasta 141 arrobas. Manuel Maldonado, vecino de Toledo, hizo cuatro maromas y dos cuerdas de cáñamo, de un peso de 2.000 kilos para, con ellas, subirla a la torre.
El problema fue que no sabían cómo subir tan tremendo peso a su lugar de ubicación situado a 80 metros de altura. La solución vino al encomendar la tarea al alférez de fragata don Manuel Pérez que, para la encomienda llegó a Toledo acompañado de tres guardianes de navío y veintidós marineros, todos ellos de la ciudad de Cartagena.
Construyeron una rampa en la que pusieron una vía sobre la que se deslizaba una plataforma en la que subieron la Campana. Con unas garruchas y varias parejas de bueyes se logró que llegará a su destino. Recibió su bendición de don Andrés Núñez, obispo auxiliar, que no quiso cobrar por oficiar la ceremonia, por lo que el Cabildo le obsequió con un bote de tabaco y seis pañuelos.
Y llegó el momento de tocar «la Gorda», de la que los chascarrillos toledanos decían que «en su interior cabían siete sastres y un zapatero, también la campanera y el campanero», y resultó que se llegó a oír a kilómetros, incluso dicen que algún vidrio se rompió, más la gloria de la Campana Gorda no duró mucho más, ya que tan solo dos meses después se rompió cuando anunciaba la fiesta patronal de Santa Leocadia. Desde entonces permanece gloriosa en su ubicación mostrando con orgullo la grieta que la quebró.
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