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Estados Unidos blinda a Biles


Tras dos días de urgencias y sudores fríos, Estados Unidos respira con relativo alivio: Simone Biles, la guinda de su pastel y uno de los grandes atractivos de estos Juegos Olímpicos de Tokio, está a salvo, o al menos alejada ya del potencial foco de infección que suponía su compañera Lara Eaker. Esta última, una de las dos suplentes del equipo estadounidense de gimnasia, dio positivo en uno de los tests a los que se someten a diario los 11.000 atletas que competirán en la cita y fue inmediatamente aislada, no sin que se encendiera la luz roja. No sin que se extendiera el pánico entre las filas norteamericanas. La maniobra de escape, pues, fue fulminante. Adiós a la Villa Olímpica.

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Perder a Biles supondría perder al gran símbolo, de ahí que los responsables federativos (USA Gymnastics) y los técnicos de las cinco gimnastas –la segunda suplente, Leanne Wong, también fue apartada por “contacto directo”– decidieran a la carrera y sin miramientos; en realidad, en la dirección exacta que pretendían tomar antes de aterrizar en Tokio, al entender que la Villa era un espacio peligroso pese a que se hayan extremado las medidas y la interacción entre los deportistas sea mínima. El goteo de contagios crece y el martes a mediodía el chivato se disparó tras los análisis efectuados en el campo de entrenamiento de Narita, a 50 kilómetros de la capital, donde Biles y las suyas pulen los ejercicios y otro abordaje histórico de la hormiga atómica.

¿Será Biles, 24 años, capaz de superarse a sí misma e ir más allá de los cuatro oros obtenidos en Río hace cinco años?

“Mi mamá siempre me ha motivado para llegar a ser la mejor Simone que pueda ser, y ahora aprecio lo que eso significa. Si he decidido estar en Tokio es porque quiero desafiarme a mí misma e inspirar a otras personas”, explica la estadounidense en una docuserie (Biles & Herself) en la que ofrece trazos sobre cómo ha preparado estos últimos Juegos y en la que bucea por los episodios más importantes de su carrera, de los más escabrosos –una infancia muy complicada y los abusos del preparador Larry Nassar– a su meteórica ascensión hacia el Olimpo deportivo.

“Pese a lo que mucha gente pueda imaginar, mi carrera ha estado plagada de subidas y bajadas. En cierta manera, tengo la sensación en que ha consistido en demostrarles a los demás de lo que soy capaz”, relata mientras su equipo la blinda frente al dichoso virus y los responsables aseguran que no hay riesgos, ya que titulares y suplentes se ejercitaron de forma independiente y se alojaban por separado. “Es una decisión que tomamos todos juntos”, transmitió su entrenador, Cecile Landi; “sabemos que no es lo ideal para la experiencia olímpica, pero nada es ideal durante una pandemia. Creemos que podemos controlar mejor a nuestras gimnastas y nuestra seguridad en un hotel”.

Antes de que las analíticas detectaran el positivo de Eaker, la propia Biles se retrataba sonriente en la zona de acceso a la Villa Olímpica, delante de un logotipo de madera con los cinco anillos olímpicos. “Cuando alguien compite en busca de la perfección anima a otros a entender que es posible”, dice la norteamericana, que tras su esplendoroso paso por Río –además de los cuatro oros, se colgó un bronce en la barra de equilibrio– se tomó 15 meses de pausa para procesar el éxito, y que con la pandemia desapareció de la acción durante año y medio.

Después, en mayo, regresó en Indianápolis en forma de relámpago, con un Yurchenko (doble mortal carpado) que hasta entonces nunca había sido ejecutado por una mujer en competiciones internacionales. “No pretendo ser la nueva Usain Bolt, ni la nueva Michael Phelps o el nuevo Michael Jordan. Simplemente soy la primera Biles, y esa es mi mayor satisfacción”, decía en 2016. Y ahora, en Tokio, vuelve a enfocar la ruta hacia el infinito. Porque, pese a que ya figure en la nómina legendaria de los Juegos, la estadounidense competirá en Tokio con un triple aliciente por delante.

Los récords de Miller, Heida y Latynina

En primer lugar, la norteamericana intentará igualar el récord de su compatriota Shannon Miller, que es la gimnasta más condecorada de su país en los Juegos Olímpicos. Miller, de 44 años, logró siete medallas: cinco en los Juegos de Barcelona (tres de bronce y dos platas) y dos más, de oro, cuatro años más tarde en Atlanta. No obstante, en el cómputo global está por detrás de Biles, ya que esta última colecciona 25 metales en los Mundiales (19 de ellos de oro), además de los cinco conseguidos en Río 2016, y ella se colgó 16 entre 1991 y 1996.

Por otra parte, Biles tiene la oportunidad de alcanzar en las próximas fechas una plusmarca mucho más lejana. El checo Anton Heida, que adoptó la nacionalidad estadounidense, es el único gimnasta del país que posee cinco oros olímpicos. Los obtuvo en los Juegos de San Luis, en 1904.

En el caso de llegar en la cita japonesa a esa cifra —que ya consiguió en el Mundial de Stuttgart de hace dos años—, la norteamericana acumularía nueve oros olímpicos en total, lo que la equipararía con la mujer más laureada, Larisa Latýnina. La ucraniana, que compitió bajo la bandera de la URSS en los Juegos de Melbourne 1956, Roma 1960 y Tokio 1964, se retiró en 1966 (a los 31 años) con 18 medallas. Ahora, Biles —nacida en 1997 en Columbus, Ohio— sigue a la caza de más registros tras descubrir la gimnasia a los seis años y alzar el vuelo en 2013, Amberes, marco de sus dos primeros oros.

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