Jóvenes activistas contra el cambio climático (Greta Thunberg), contra el racismo (Zyahna Bryant) o contra las armas (Emma González). Los adolescentes que salen a las calles para ser escuchados marcan la agenda. Pero, ¿acaso no es el voto, en democracia, la forma más efectiva para que te tengan en cuenta? Reducir el voto a los 16 años es tendencia, en más de 16 países es ya una realidad.
¿Están preparadas sus mentes para esa decisión? Pues algunas más que otras, pero la neurociencia habla de un cerebro inmaduro demasiado emocional, en el que calan con facilidad los mensajes extremos y negativos. Por otra parte, desde el campo de la psicología diferentes estudios muestran que a los 16 el razonamiento lógico o la argumentación funcionan de manera similar a la de un adulto. Igual que solucionan problemas matemáticos o físicos, están capacitados para valorar qué candidatura política les resulta más interesante.
Los politólogos ven clave adelantar a los 16 el voto para engancharles antes y reducir la abstención: los 18 años son una etapa de cambio radical en la que salen de casa y empiezan la universidad (el 17% se mudó de autonomía en el curso 2018-1019 y el 30% de provincia), es complicado que con tanto estímulo den prioridad al voto. A los 16 siguen protegidos en casa y tienen más tiempo para reflexionar y adquirir ese hábito.
Rebajar la edad del voto a los 16 años vuelve a estar sobre la mesa. Este marzo se presenta la nueva estrategia de juventud del Ministerio de Derechos Sociales y esta es una de las medidas de cambio. Además, la subcomisión del Congreso de los Diputados que analiza la reforma de la LOREG (la ley electoral) debatirá de forma inminente ese punto. En 2016, ERC llevó la propuesta a debate en el Congreso (no se aprobó por el rechazo de PP, Ciudadanos y PNV), y en 2019 Unidas Podemos lo incluyó en su programa electoral, porque “si pueden trabajar, deben poder votar”.
El experimento
Charlamos con cuatro adolescentes de 16 y 17 años para que nos cuenten si les apetece y si se ven capaces de votar. Además, les pasamos un cuestionario que se utilizó en un experimento en Estados Unidos para medir su grado de “buena ciudadanía” para participar de “forma responsable” en futuras elecciones.
Parte emocional
La investigación muestra que la corteza prefrontal del cerebro, que se encarga de gestionar el control emocional para poder tomar decisiones, no termina de formarse hasta los 21 años
“Los jóvenes votan con las tripas”, opina Cristina del Barrio, catedrática de psicología evolutiva de la Universidad Autónoma de Madrid. Diferentes investigaciones muestran que la toma de decisiones es uno de los procesos más complejos que se dan a nivel cerebral y aunque la creencia popular es que tiene más peso la parte racional, el neurocientífico portugués António Damásio demostró que a la hora de tomar las decisiones resultan más importantes las emociones.
“La parte emocional del cerebro está muy activa cuando tomamos una decisión a cualquier edad, la gran diferencia con los adolescentes es que tienen menor capacidad para gestionarlo”, apunta David Bueno, director de la cátedra de neuroeducación de la Universidad de Barcelona y genetista. Hay una explicación: la zona del cerebro que genera las emociones, la amígdala, es “hiperreactiva” durante la adolescencia, lo que quiere decir que reacciona con mayor rapidez y virulencia ante cualquier situación. “A eso se suma que la zona que regula el estado emocional (la corteza prefrontal) está en pleno proceso de cambio de las conexiones neuronales y, por lo tanto, pierde eficiencia en su funcionamiento”. El resultado: un programa electoral que apele mucho a sus emociones les llamará más la atención.
“Si el día antes de las elecciones aparece un bulo es fácil que sesgue su criterio, a esa edad son más influenciables y manipulables y sienten una mayor atracción por mensajes extremos y negativos”, señala el neuropsicólogo Álvaro Bilbao. El 50% de los jóvenes de 16 a 24 años utilizan las redes sociales para informarse de política, mientras que el 44% acuden a la tele.
Según la evidencia disponible en el campo de la neurociencia, a los 16 años la parte del cerebro que se encarga de gestionar las emociones para evitar actuar de forma impulsiva (la ya mencionada corteza prefrontal) todavía no está en su punto óptimo de maduración. Bilbao pone un ejemplo. “Si le preguntas a un chaval qué haría si en un botellón se cruza con una persona que le da un empujón, te dirá que pasaría de largo, que prefiere no meterse en follones. Esas decisiones en frío las gestionan bien. La cosa cambia cuando eso sucede en la vida real: al recibir el golpe, los circuitos emocionales se activan y la respuesta va a ser mucho más impulsiva… los adolescentes suelen tener una gestión muy pobre cuando tienen que tomar decisiones en caliente”, explica el también autor del libro El cerebro del niño explicado a los padres, traducido a 24 idiomas.
La historia de los contras no termina ahí. En el funcionamiento del cerebro también juegan un papel importante los niveles hormonales, que a los 16 están disparados. Otro factor más que afecta a la impulsividad. “Es una dualidad que les lleva a vivir las historias de forma extrema, o sienten que están contigo o contra ti, les cuesta más ver los matices”, indica Bueno. Además, se sienten atraídos por todo lo que tiene que ver con el riesgo. “Eso tiene una función evolutiva, en esos años tienen que aprender a tomar decisiones en situaciones difíciles, es pura supervivencia de cara a su futuro”, zanja Bilbao.
Francisco Mora, doctor en Medicina y Neurociencia, no duda ni en segundo cuando le preguntamos:
-¿Están preparados los de 16 para votar?
-No.
Unas horas antes de dar esta respuesta, ha preguntado a sus compañeros de departamento en la Universidad Complutense de Madrid su parecer; menos uno todos piensan como él. “Después de la pubertad (de los 9 a los 13 años) viene un reajuste cerebral que es la adolescencia, este periodo es uno de los más convulsos que tiene el cerebro en su desarrollo”. Mora describe una transformación física y química que implica también un cambio en las redes neuronales, que son las que se encargan de codificar la información para lo que se considera más humano: la ética y la moralidad. “Lo que no tiene ningún otro animal”, añade. La mielina, una sustancia blanca que es la que permite que la información pase con nitidez de unas neuronas a otras, no termina de codificarse hasta, aproximadamente, los 21 años. “En esa etapa sigue activa la poda sináptica en la corteza prefrontal: algunas neuronas mueren y otras se reajustan para la edad adulta”, detalla el autor del libro Neuroeducador: una nueva profesión.
Conclusión: “Es un cerebro muy inmaduro para tomar decisiones que tengan una repercusión social importante”. Las ideas del adolescente son inestables, pasa muy rápidamente de A a B y a C. Aunque Mora alberga una esperanza. “Esto no son matemáticas, depende de qué chaval de 16 años se nos ponga delante. El entorno familiar, escolar… la estructura psicosocial es también determinante”.
En el año 2003, la Comisión Electoral de Reino Unido ―un organismo independiente financiado con fondos públicos que supervisa los procesos de votación y la financiación de los partidos políticos en el país― realizó una consulta sobre la pertinencia de bajar el voto a los 16 años. En su informe Age of Electoral Majority, recomendaba mantener el corte en los 18 años conscientes de la “dificultad de medir” el grado de madurez necesario para participar en democracia. Aunque en ese documento se reconocía que se está discriminando de forma arbitraria a los jóvenes de 16 que poseen capacidades, motivación y entendimiento de las cuestiones que son relevantes para el voto igual que lo hace un adulto, recalcaba que son menos consistentes en sus actitudes, y menos estables en sus decisiones a corto plazo.
Parte intelectual
Diferentes estudios conducidos desde el campo de la psicología muestran que a los 16 se han desarrollado las habilidades necesarias para el razonamiento y la toma de decisiones autónoma
¿Se está preparado intelectualmente a los 16 para votar? “Igual que pueden resolver problemas matemáticos o físicos, su razonamiento está listo para analizar programas electorales y ver pros y contras”, asegura Cristina del Barrio, catedrática de psicología evolutiva de la UAM. “El cerebro está preparado, pero sin los estímulos adecuados el razonamiento abstracto no se activa: tiene que haber información que les haga pensar, que les mueva a hacerse preguntas”. Para Del Barrio, el mayor inconveniente está en los hábitos. “No leen periódicos, se informan a través de fuentes poco fiables y en las aulas no abunda el clima de debate, ese puede ser el problema”.
Carles Feixa, catedrático de Antropología Social en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, lo secunda: “Los estudios recientes de neurobiología en la adolescencia no muestran diferencias cognitivas importantes en comparación con los adultos. Les falta maduración en los aspectos emocionales, pero no en los intelectuales”.
El estudio Too inmature to vote? A philosophical and psychological argument to lower the voting age, publicado en 2021 por un investigador de la Universidad de Oxford, defiende esa misma línea. Tras revisar diferentes experimentos conducidos desde el campo de la psicología, el autor Tommy Peto concluye que hay suficiente evidencia de que a los 16 años se han desarrollado las habilidades para ejecutar el razonamiento lógico, la toma de decisiones, la argumentación y el razonamiento moral de forma muy similar a como lo hace un adulto, por lo que están capacitados para votar. “Los expertos en psicología evolutiva son claros al afirmar que en lo que respecta a las habilidades cognitivas generales, la diferencia entre un adolescente de 14 o 15 años y un adulto es prácticamente imperceptible”.
La investigación reconoce que los adolescentes de 16 son más impulsivos y emocionales, pero subraya que el acto de votar no suele darse en un contexto “emocionalmente intenso” con el que los adolecentes sí tienen que lidiar en otras situaciones, como cuando tienen que tomar una decisión sobre una intervención médica (en España, pueden hacerlo desde los 16). “El razonamiento implica procesar argumentos y saber reaccionar con críticas, evaluar los consejos de otras personas como puede ser un médico y ponderarlos para tomar una decisión lo más acertada posible”, señala Peto.
En 2009, un experimento de la Universidad de Temple (Estados Unidos) comparó la capacidad de tomar decisiones importantes de carácter legal entre más de mil adolescentes y adultos jóvenes. Se analizaron indicadores cognitivos como el lenguaje que empleaban y la memoria. Observaron cómo la puntuación aumentaba de los 11 a los 16 años, y cómo a partir de esa edad no se registraban mejoras. Los resultados de ese estudio se utilizaron para defender la conveniencia de que a los 16 años se tomen decisiones relevantes sobre los tratamientos médicos.
A la hora de valorar qué grupo de edad está capacitado para votar, otro factor es el grado de “ciudadanía”. Ese fue el foco de la investigación del estadounidense Robert Atkins, de la Universidad de Rutgers, en 2011. El estudio American sixteen and seventeen years old are ready to vote, publicado por la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales, muestra que el desarrollo de las cualidades para ser un “buen ciudadano” ―entre ellas, mostrar preocupación por los derechos civiles― son muy similares entre adolescentes y adultos. En su experimento, en el que participaron 4.217 jóvenes de 14 a 18 años, Atkins analizó a través de un cuestionario sus niveles de tolerancia, conocimiento social, su interés por la política y sus habilidades de comunicación. Al comparar los resultados con los recopilados para los adultos en una encuesta nacional, concluyó que no existe evidencia de que a los 16 años se esté menos preparado para votar de forma responsable.
¿Qué pueden hacer los jóvenes españoles a los 16?Emanciparse Pueden regir su persona y bienes como si fueran mayores de edad. Pero con limitaciones: para pedir préstamos, vender bienes inmuebles o establecimientos comerciales necesitarán el permiso de sus padres o tutor.Participar en las elecciones sindicales o en las del comité de empresa en una compañía Siempre que tengan al menos la antigüedad de un mes. No podrán ser elegibles hasta los 18 años y una antigüedad de al menos seis meses.Trabajar Pueden trabajar, pero para firmar un contrato necesitan autorización de sus padres o tutores, o estar emancipados. No pueden realizar trabajos nocturnos. Tampoco pueden realizar horas extraordinarias (máximo de 40 horas semanales).Mantener relaciones sexuales con adultos A partir de los 16 años pueden hacerlo. Según el artículo 183 del Código Penal, cuando un adulto mantenga relaciones sexuales con un menor de 16 años “será castigado” con pena de prisión de dos a seis años.Obtener el permiso de conducir Pueden obtener el permiso de conducción A1, que autoriza a llevar motocicletas de hasta 125 cc (a los 15 ya pueden conducir ciclomotores).Contraer matrimonio Pueden casarse a partir de los 16 años con consentimiento paterno o con la emancipación dictada por un juez. A los 18 ya pueden hacerlo libremente.Dar consentimiento para tratamiento médico La Ley de Autonomía del Paciente otorga a los mayores de 16 años capacidad para decidir sobre intervenciones quirúrgicas o tratamientos.Usar armas Los mayores de 16 años y menores de 18 podrán utilizar (aunque no poseer) exclusivamente para la caza o para el tiro deportivo armas de la categoría 3.1 siempre que cuenten con el permiso especial de uso de armas para menores y estén acompañados de un adulto con licencia de armas.Contraer responsabilidad penal Si cometen un delito pueden tener responsabilidad penal, aunque no es la misma que se aplica a un adulto. Les juzgará un juez de menores y se les podrán imponer medidas privativas de libertad en centros de menores. A partir de los 16 se reconoce la responsabilidad civil del infractor para reparar el daño causado a la víctima (si ese joven no tiene recursos económicos ni bienes se harán cargo sus padres).¿Qué sabemos de los países que ya han adelantado el voto?
Dos investigadores de la Universidad de Edimburgo analizaron en 2021 los países que ya han aprobado el voto a los 16 años (ya son, al menos, 16) y detectaron una tendencia que sorprende: los de 16 y 17 votan más que los de 18 y 19. Escocia ―que lo permitió en 2014 para el referéndum de independencia y lo extendió en 2015 a las nacionales― es uno de los países donde más claro se ha visto ese efecto. Un 75% de participación de los adolescentes de 16 y 17 años frente a un 60% de los jóvenes entre 18 y 24 años en los comicios para el referéndum.
¿Cuál es la explicación? Hay dos claves: el hecho de que a los 16 aún viven con sus padres y la red escolar. “Si la primera vez que tienes la oportunidad de votar, te encuentras en un entorno más estable, es más fácil que accedas a la información política y te enseñen cómo funciona el proceso, lo que aumentará la probabilidad de que votes”, indica la politóloga de la Universidad Carlos III Gema García Albacete. En cambio, a los 18: “una persona está en una edad muy transicional de su vida porque está dejando los estudios en el instituto, se va a la universidad o a trabajar, puede que se desplace de su casa familiar, que vaya a otra ciudad… y puede que esté más pendiente de otras cosas, el voto puede no ser una prioridad”.
¿Acudo o no a votar? ¿A quién voto? ¿Cómo me informo? Son las preguntas que cuando llega el momento de acudir a las urnas un joven puede hacerse. Aquí entra la función de la escuela: ayuda a reflexionar sobre cuestiones políticas a las que no hubiera llegado por sí solo. Aunque lo mismo puede suceder en la universidad, no todos deciden emprender una carrera y su efecto, señalan los estudios, es más marginal. Más importante que incluir clases específicas sobre sistemas políticos parlamentarios, apunta García Albacete, “es que haya discusiones abiertas en el aula y los estudiantes se sientan libres de decir lo que piensan, hablar sobre los temas que les interesan y sus ideales políticos. Eso hace que luego quieran participar”.
En Escocia y Austria ―este fue el primer país en Europa que se atrevió en 2008 a aprobar el voto a los 16― se ha demostrado el efecto positivo de los centros educativos a la hora de motivar a los adolescentes a votar. Los jóvenes escoceses que se movilizaron para conseguir que se redujera la edad del voto utilizaron los colegios como puntos donde organizar campañas y recoger firmas. “Es importante que esas acciones se hagan donde está la gente, a los 16 están en las escuelas. Muchas tienen clubes, ONG, grupos de amnistía internacional, de Greenpeace… el comportamiento político es colectivo”, explica Jan Eichhorn, investigador de la Universidad de Edimburgo y coautor del estudio Lowering the vote age to 16 in practice: processes and outcomes compared (publicado en 2021).
“La ampliación del voto a las personas de 16 y 17 años es una reivindicación histórica del Consejo de la Juventud de España, que considera que es el momento para que el país se sume a la ola democratizadora europea y avance en la equiparación de derechos y obligaciones de distinta índole como trabajar, tomar decisiones médicas o pagar impuestos”. considera la vicepresidenta del organismo, Margarita Guerreo.
Los hábitos adquiridos en los “años impresionables”
Además del entorno educativo, la familia es clave en el comportamiento político que desarrolla una persona. “Si tus padres debaten sobre temas de actualidad, es muy probable que desarrolles un interés por la política”, señala García Albacete. Según el informe Juventud en España 2020, es hasta un 35% más probable que un joven discuta sobre política si uno de los progenitores tiene estudios universitarios. Es decir, estar en casa afecta al interés de participar en las urnas (dependiendo del contexto), y las conversaciones de sobremesa importan.
Rafa Guerrero, psicólogo especializado en adolescentes, coincide: “En aquellas familias donde se dan narrativas coherentes, es fácil abrir las puertas de un mundo que ellos no conocen. El hecho de que yo informe a mi hijo de que nadie tiene derecho a tocarle el pene ni él a hacerlo, evitará que sufra abusos sexuales o que él los ejerza”. Y así con todo: si en la familia se habla de fútbol, resonará en los oídos del niño cuando crezca, lo mismo con el cine, la música, la religión… o la política.
Generar un hábito a una edad temprana. Eso importa y puede evitar un “me quedo en casa” a los 30 el día de las elecciones, “total nunca he votado”. La imitación y la repetición funcionan. Si en casa los padres leen, el niño lo entenderá como algo habitual y tenderá a imitarlo. Si acuden, cuando toca, a las urnas, el adolescente habrá crecido normalizando ese comportamiento. Guerrero advierte: “No es lo mismo crear un hábito que cambiar un hábito. No es lo mismo comer bien desde el principio que comer comida procesada y luego pasarse a la comida sana”. Algo parecido ocurre con los comportamientos políticos. En España, el porcentaje de participación de los jóvenes de 18 a 29 años es un 6% menor que el resto de adultos.
Las actitudes políticas que se adquieren durante los llamados “años impresionables” tienen una gran persistencia a lo largo de la vida. Así es como denominan los politólogos a esa etapa, entre los 14 y los 25 años, en la que los jóvenes se hacen preguntas, intentan entender el mundo, discernir qué les parece bien, qué les parece mal. Es en esos años cuando se desarrollan los hábitos políticos. García Albacete utiliza el símil de una estantería “en la que puedes ir colocando libros, pero llega un momento que se llena, y no es que luego no puedas seguir aprendiendo, pero ya casi todo lo que introducimos depende de lo que ya tengamos en nuestras baldas”. Nuestros intereses ya estarán condicionados.
En 2011, el Consejo de Europa ya aconsejaba ampliar el voto a los 16 para acabar con la alta abstención entre los jóvenes de entre 18 y 24 años: “Cuánto más tiempo esperan los jóvenes para participar en política, menos comprometidos estarán cuando sean adultos”, dice una resolución de 2011.
Más dinero para la juventud
¿Supondría abrir la puerta del voto a los de 16 un cambio de mirada de los políticos para darles más bombo? El politólogo Pablo Simón no es muy optimista. “Las generaciones jóvenes que están entrando al sistema son muy pocas numéricamente. Y es complicado que con un pequeño aporte de votos vayamos a ver un efecto dramático en las políticas públicas”. Sin embargo, Eichhorn subraya que concederles el voto “tendrá un efecto importante sobre las políticas”. En Escocia, más jóvenes se han afiliado a partidos políticos, lo que quiere decir que sus puntos de vista son escuchados en las reuniones internas de los grupos. También los medios de comunicación les prestan más atención. En el último debate televisivo para las elecciones de 2014, las personas del público que hacía preguntas a los candidatos tenían entre 16 y 17 años. “Esto tiene un efecto en la conciencia de los políticos, que están pensando en los jóvenes de forma diferente”, concluye Eichhorn.
En 2012 en España, el Estado invirtió un 113% más en mayores de 65 que en menores hasta 19 años, según el estudio Los equilibrios del Estado del Bienestar (2021) del Observatorio Social de La Caixa. Una población cada vez más envejecida y una sociedad que tiende a favorecer el estado de bienestar de los mayores antes que el de los jóvenes. Concepció Patxot, coautora del informe, explica que “mientras que el coste de garantizar los recursos necesarios para vivir durante la jubilación se socializa mediante las transferencias públicas, el coste de la infancia es asumido por parte de las familias”. La infancia y la gente joven son, de hecho, el colectivo más empobrecido.
En el informe Youth and satisfaction with democracy (2020), la Universidad de Cambridge detalla que en Norte América, Gran Bretaña, Australia y el sur de Europa, los jóvenes “tienen cada vez más dificultades para encontrar un empleo, un seguro, una vivienda, formar una familia, salir adelante en la vida independientemente de la riqueza y los privilegios heredados”.
Este es solo el comienzo del debate. El politólogo británico David Runciman aboga por reducir la edad de voto a los seis, cuando los niños pueden leer un enunciado y “poner una cruz en una casilla o pulsar un botón en una máquina de votación”, con el objetivo de que “los políticos les pregunten lo que piensan y tengan en cuenta lo que dicen para construir sus programas políticos”. John Wall ―autor de Give Children the Vote: On Democratizing Democracy y cofundador de una plataforma internacional que aboga por el derecho de los niños a participar en política (Children´s Voting Colloquium)―, aboga por ceder ese derecho a voto a los padres hasta que los niños estén listos. Eso mismo defiende el geógrafo norteamericano Lymman Stone, quien reclama que la edad de voto sea: cero. Pero esa ya es otra conversación.
Créditos
Diseño: Ruth Benito
Vídeo: Álvaro de la Rúa, Eduardo Ortiz y Olivia López Bueno
Infografía: Jorge Moreno Aranda
Fotografía: Santi Burgos
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