“¿Por dónde quieres empezar?”, pregunta la terapeuta a una Jules (Hunter Schafer) sentada en el diván sin maquillar, sin eyeliner emo ni extensiones multicolor, emocionalmente rota y despojada del artificio estetizado en tonos pastel y minifaldas de colegiala con el que la conocimos e idealizamos. Los siguientes 45 minutos serán una bajada a sus infiernos y esperanzas, a sus miedos, angustias y verdades. A toda la belleza, y tristeza, de lo que pasa tras la pubertad. Lejos de aquella postal de ángel luminoso que se vio en la primera temporada de Euphoria, de aquella chica en un perpetuo cosplay de guerrera manga lista para derribarlo todo, el nuevo capítulo especial de la serie abandona la mirada de su enamorada, Rue, sobre el personaje –¿acaso no construimos a Jules a través de cómo Rue la percibía y magnificaba?– y se centra, al fin, en la suya propia. Aquí Jules ya no es musa ni objeto de deseo de nadie. Aquí Jules viene a explicarse en primera persona.
Coescrito por la propia Schafer junto al director y creador de Euphoria, Sam Levinson, en Los perfectos, a m*marla, el capítulo estrenado este fin de semana en HBO España, Jules se hace dueña de su propia historia y se abre en canal. He aquí todo lo que tapaba y escondía la purpurina: la vida de una chavala igual de vulnerable que todas, traumatizada por las adicciones y el rechazo de su madre cuando era niña y se descubrió como tal, en rebelión contra las cadenas del género, machacada por la ansiedad y las expectativas de construirse como mujer a los ojos de los demás; alguien incapaz de superar su mayor desengaño afectivo, que aunque lo vivió y desarrolló en la esfera de lo virtual, no por ello fue menos intenso –cuando el atleta del instituto, Nate (Jacob Elordi), la engañó y se hizo pasar por otro para acabar amenazándola–. Y aunque todavía recoge los despojos de aquella decepción, Jules comprende ahora que ha dejado escapar lo mejor y más real de su vida hasta la fecha: Rue. Solo tiene 17 años, y como nos pasó con el personaje que interpreta Zendaya en la primera parte del especial, su elocuencia desarmaría al más cínico sobre la tierra.
Las feministas que rozamos la cuarentena y nos deconstruimos tarde y mal, las que crecimos sin referentes en los ochenta, siempre mirando a los chicos hacer cosas, siempre obsesionadas por compararnos y medirnos –física e intelectualmente– hasta con aquellas a las que más queríamos y admirábamos, las que nos centramos en ocupar poco sitio y no hablar muy alto, sentimos muchísima envidia –y también orgullo por lo alcanzado– al entender que en 2021 hay una chica de 17 años capaz de verbalizar todo lo que nadie nos voceó en su día. Que existe una de nosotras zarandeando, simbólicamente desde sus pantallas, los hombros de millones de crías para que abran los ojos ante la trampa de la feminidad.
Activista por los derechos trans en la vida real, Schafer exhibe en su monólogo todo lo que queda por construir y la mochila de dogmas heredados con los que carga una generación Z que ha tenido la valentía, como ninguna otra antes, de normalizar y aceptar las múltiples posibilidades imaginativas del género. También de entender la letra (no tan) pequeña que se firma en el contrato de la feminidad. En un momento de su sesión con la terapeuta, Jules dice que se plantea bloquear parte de su tratamiento hormonal, al menos, las que le afinan la voz. Está enfadada por haberse construido para la mirada de los demás:
“Básicamente, creo que toda mi feminidad ha girado en torno a los hombres. Cuando, en el fondo, ya no me interesan los hombres. Ni filosóficamente ni como concepto. Ya no me importa saber qué quieren los hombres. Es que lo que quieren me parece tan aburrido, básico y con cero creatividad que me miro a mí misma y pienso, ¿cómo coño me he pasado la vida así, construyendo esto? Modelando mi cuerpo, mi personalidad y mi alma según lo que yo creo que desean los hombres. Es que me da hasta vergüenza”
Y no solo para ellos. ¿Qué es la feminidad? ¿Qué implica y qué perdemos por el camino entre nosotras mismas?
“Llevo toda mi vida intentando conquistar la feminidad y, en algún punto del camino, creo que la feminidad me conquistó a mí. […] La mayoría de chicas, cuando hablas con ellas al principio, se analizan y se comparan contigo automáticamente. Después miran a ver dónde encajas en su jerarquía, y te tratan en consecuencia. De lo cerca que estás de lo que ellas quieren estar en su cabeza. Y aunque a veces sean expertas en ocultarlo, es fácil pillarlas haciéndolo. Escudriñando tus rasgos faciales, haciéndote un repaso rápido de arriba abajo, u observando cómo de ajustada te queda la ropa. O buscando las etiquetas de tu ropa para ver dónde compras, o revisando tus manos para encontrar cutículas o esmalte barato. Honestamente, sería una experiencia sensual si no fuese tan jodidamente terrorífico”
“No hay más que contar en una vida trans por sí misma, la narrativa del dolor viene desde fuera, es lo que nos hacen, no lo que somos”, escribió Alana Portero en S Moda sobre cómo Euphoria había normalizado al personaje de Jules sin tener que explicarse a sí misma. “El problema no es ser trans, lesbiana, gay o gorda. El problema es lo que el mundo hace con todo eso”.
Ahora que Jules ha podido expresarse, ahora que ha descargado esa impotencia por haber heredado la noción de que “las mujeres siempre eran pequeñas, delgadas y delicadas”, su cosmogonía del género es mucho más poderosa que cualquiera de esas cadenas con las que, como nosotras, se rebela: “Al menos para mí, ser trans es algo espiritual. No es algo religioso ni tiene que ver con ninguna congregación. Es mío, es algo mío, me pertenece. Y no quiero quedarme quieta, quiero sentirme viva”, defiende. Es mucho más reconfortante alinearse con esa visión de belleza y fuerza que Jules ha dibujado sobre “el mito escurridizo e inalcanzable de la feminidad”, entendida en su cabeza como un mar de posibilidades. “Quiero ser tan hermosa como el océano”, sentencia, y todos sonreímos al entender que la serie que hizo del exceso estético una declaración de intenciones, aquella que convirtió a la hipérbole adolescente en un sello de identidad, también avanza hacia un nuevo paradigma liberado, en cierta manera, de todos aquellos artificios que la definieron y que, como nosotros, hemos abandonado tras un 2020 imprevisible. Eso también es Nueva Normalidad.
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