Las 48 horas más bélicas en la historia reciente de la OTAN y de la UE comienzan este jueves en Bruselas. Por primera vez, las dos organizaciones celebran un Consejo Atlántico y un Consejo Europeo, respectivamente, con una guerra abierta entre dos países en el Viejo Continente. La mayor amenaza de seguridad en Europa desde el final de la II Guerra Mundial llevará a la cumbre de la OTAN a doblar su despliegue militar en los países del Este como respuesta a la amenazadora presencia del Ejército ruso en Ucrania.
El Consejo Europeo, por su parte, contará con la participación del presidente de EE UU, Joe Biden, para estudiar un endurecimiento de las sanciones contra Rusia con el objeto de doblegar al presidente ruso, Vladímir Putin. Los socios de la UE, sin embargo, se resisten al deseo de Washington de acorralar al Kremlin con un embargo a las exportaciones de gas y petróleo que le dejen sin financiación exterior para su guerra.
Las dos cumbres, a las que se añade la del G-7 también este jueves en Bruselas, tienen como telón de fondo un drama humano como no se recordaba en Europa. En las tres citas participará telemáticamente el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, prueba del papel crucial que juega su país en estos momentos en la historia de Europa.
Más de millón y medio de niños ucranios refugiados en Europa, muchos de ellos no acompañados por adultos; una red de 10.000 camas hospitalarias preparadas para atender a los refugiados (3,7 millones hasta ahora) que lleguen enfermos o con enfermedades crónicas; riesgo de hambruna para la población que sigue en el país atacado por Rusia y para la de los países terceros que dependían de sus exportaciones agrícolas; destrucción de ciudades enteras mediante bombardeos y una previsible posguerra que, según algunos cálculos, requerirá un auténtico Plan Marshall europeo de al menos 100.000 millones de euros para rescatar al país invadido del abismo. “Lo que vemos en Ucrania es horroroso, doloroso, un sufrimiento humano y una escala de violencia como no habíamos visto en Europa desde la II Guerra Mundial”, ha señalado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, la víspera de la cumbre.
Ante ese dramático escenario, fuentes de la OTAN y de la UE no dudan en calificar de “históricas” las cumbres de esta semana y de punto de inflexión para ambas organizaciones. Aunque la urgencia de la crisis de precios de energéticos marca la agenda de los líderes nacionales —y en particular la del español Pedro Sánchez—, en las cumbres del jueves y el viernes no solo se deben pactar medidas para paliar la subida de los precios de la luz y el gas, sino que servirán para replantear también la política de seguridad y defensa del continente.
“Las decisiones que adoptaremos mañana [por este jueves] tendrán implicaciones de largo alcance”, ha afirmado Stoltenberg. El dirigente de la Alianza prevé un aumento de la inversión en Defensa, que lleva siete años al alza, por “un nuevo sentido de urgencia” y porque “la paz no se puede dar por garantizada”. El propio Stoltenberg afronta un llamamiento para que prolongue su mandato, que expira en septiembre, y evitar así un cambio de mando en plena crisis de seguridad. “Eso le corresponde decidirlo a los 30 aliados, mi tarea ahora es preparar la cumbre”, ha señalado el secretario general.
La cumbre atlántica, por lo pronto, aprobará el despliegue de cuatro batallones en el flanco oriental: en Bulgaria, Rumania, Hungría, Eslovaquia, cuatro de los aliados más próximos geográficamente al campo de batalla. Las nuevas posiciones se suman a las ya desplegadas en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, por lo que aumentará sensiblemente el número de tropas aliadas dispuestas a hacer frente a los rusos en caso de ataque. Stoltenberg ha recordado que EE UU ya tiene 100.000 soldados en el continente y que otros 40.000 operan bajo mando directo de la OTAN, con cinco formaciones de portaviones aliados navegando por el Báltico y el Mediterráneo.
A este esfuerzo de disuasión de la OTAN se suma el castigo económico sin precedentes que los occidentales han impuesto a Rusia desde que inició la invasión de Ucrania el pasado 24 de febrero. Biden pedirá a los líderes europeos que refuercen el castigo, sobre todo, evitando que Rusia esquive las sanciones con la ayuda de terceros países.
Embargo de las exportaciones energéticas
Algunos socios de la UE, como Polonia o los países bálticos, defienden además que ha llegado el momento de intentar dar la puntilla económica al régimen de Putin, con un embargo total o parcial de sus exportaciones energéticas. Pero los socios potencialmente más afectados por esa ruptura, como Alemania, Holanda o Hungría, se resisten por las repercusiones en sus economías. Y un tercer grupo, en el que España parece encontrarse cómoda, considera necesario reservarse munición para castigar a Putin en caso de una escalada bélica. Temen, además, provocar el colapso de un país de la talla de Rusia, cuyo descenso al caos político y económico podría desestabilizar aún más el Viejo Continente.
Fuentes comunitarias señalan que la prioridad en estos momentos debe ser aplicar “las sanciones aprobadas hasta ahora”. Un castigo que, según esas mismas fuentes, “ya ha puesto de rodillas a la economía rusa”. La Bolsa de Moscú se vio forzada a cerrar el 28 de febrero, con las primeras sanciones, y solo ha abierto parcialmente este miércoles, con 33 valores cotizando. El Banco de Rusia tuvo que doblar los tipos de interés, hasta el 20%. Y la cotización del rublo se desplomó, aunque se ha recuperado ligeramente en las últimas jornadas gracias, en parte, a que Moscú ha seguido facturando unos 700 millones de euros al día con las ventas de gas y petróleo a la UE.
Pero la creciente agresividad de Rusia, con ataques de misiles hipersónicos contra objetivos civiles en Ucrania y continuas amenazas de recurrir al armamento nuclear, hace cada vez más insostenible políticamente mantener una relación comercial normal con Moscú.
La Comisión Europea ha aprobado este miércoles un proyecto de reglamento con el que se podrá obligar al gigante ruso Gazprom a vender sus centros de almacenamiento de gas en la UE —controla la mitad de las reservas europeas— si los mantiene casi vacíos, como empezó a hacer antes de la guerra.
La presión aumenta también para que la UE ponga fin a las compras de petróleo ruso, con las que cubre un tercio de sus importaciones. Y la renuncia al gas, mucho más difícil por la elevada dependencia de varios países europeos, no se contempla a medio plazo, aunque tampoco se descarta.
La UE también se va a pertrechar en el flanco alimentario, toda vez que la guerra de Putin no solo hace peligrar la gran gasolinera que es Rusia, sino también la gigantesca panadería que es Ucrania. Kiev suministra el 10% del mercado mundial del trigo. Varios países del norte de África y Oriente Próximo importan el 50% de sus cereales de Ucrania y Rusia. Y Ucrania es el cuarto suministrador agroalimentario de la UE y cubre el 52% de sus importaciones de maíz, el 19% de trigo blando y el 23% de aceites vegetales.
El vicepresidente económico de la UE, Valdis Dombrovskis, ha acusado a Rusia de estar “atacando deliberadamente las reservas de alimentos de Ucrania y sus puntos de almacenamiento”. Y el comisario europeo de Agricultura, Janusz Wojciechowski ha comparado la agresión de Putin “con los métodos utilizados por los soviéticos en los años treinta del siglo XX contra Ucrania”, cuando el régimen de Stalin provocó hambrunas que acabaron con las vidas de más de un millón de personas.
Dombrovskis asegura que, a pesar de la grave situación, “la UE no afronta un problema de disponibilidad de alimentos, porque es ampliamente autosuficiente en productos agrícolas”. Pero ha reconocido que el incremento de precios energéticos y agrícolas puede dificultar el acceso de los europeos más vulnerables. En todo caso, la UE deberá socorrer a los países vecinos más afectados.
La Comisión ha aprobado un programa de 500 millones de euros (64,4 millones para España) para ayudar a los agricultores más golpeados por la crisis. También ha derogado temporalmente las normas que obligan a mantener en barbecho por motivos ecológicos ciertas partes de las tierras de cultivo para poder aumentar las cosechas de este año.
La propia UE afronta el reto de alimentar a los más de 3,7 millones de personas huidas de Ucrania en poco más de un mes, con un ritmo que, según la Comisión, ha bajado de 200.000 entradas diarias a 50.000, pero que podría aumentar en cualquier momento si el ataque ruso se recrudece.
Casi dos millones han abandonado el primer país de entrada (Polonia, Rumania o Hungría, sobre todo) y han seguido camino hacia otras partes del territorio comunitario, por lo que casi todos los socios de la UE están absorbiendo parte del éxodo.
La Comisión ha aprobado este miércoles varias orientaciones para que los Estados cumplan las obligaciones de proporcionar servicios sanitarios, educación, alojamiento y derecho al trabajo a los refugiados ucranios, tal y como prevé la directiva sobre protección internacional activada por primera vez en la historia para responder a la mayor oleada de refugiados desde el final de la II Guerra Mundial.
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