En su Grecia natal, Eva Kaili era una cara muy conocida gracias, sobre todo, a su pasado como presentadora de noticias en la principal cadena de televisión privada del país. En Bruselas no lo era tanto, pero esta eurodiputada por el partido socialista, el Pasok, también había sabido hacerse notar mucho antes de que su espectacular arresto en el marco del Qatargate, el escándalo de presuntos sobornos a figuras relevantes del Parlamento Europeo para influir en las políticas, la pusiera en el foco mundial de las noticias. Acababa así, de golpe, una hasta entonces prometedora carrera consagrada con su nombramiento, a comienzos de 2022, como una de los 14 vicepresidentes de la Eurocámara. El reconocimiento que ella misma hizo ante los tribunales de que había fajos de billetes en su casa, y la petición a su padre para que tratase de sacarlos de Bruselas, se han convertido en el símbolo más poderoso de su implicación en esta trama.
Tras esa sacudida, Kaili concluye el año en una cárcel bruselense —una juez decidió el jueves mantener su prisión preventiva un mes— a la espera de ser juzgada por corrupción, blanqueo de dinero y pertenencia a una organización criminal, un hecho que marcará ya de por siempre su vida. Y la de su familia: su pareja, el asistente parlamentario Francesco Giorgi, está detenido con los mismos cargos por una trama en la que también ha acabado implicado su padre. Las autoridades también miran a otros miembros de la familia Kaili, especialmente a la hermana menor, Mantalena, fundadora de varias organizaciones que promocionaban intereses que Eva defendía en Bruselas. Muchos de los bienes de los Kaili en Grecia han sido embargados ya.
¿Qué pasó para que esta política de carrera meteórica —y vida en apariencia radiante— se precipitara desde el Olimpo de la política europea a las cloacas de la corrupción, como afirma la justicia belga? Eurodiputados, observadores y lobistas consultados coinciden en señalar una mezcla de ambición personal, abuso de confianza y una sensación de impunidad por parte de alguien de visiblemente pocos escrúpulos que supo aprovechar las grietas de una institución donde los controles fallan a menudo. Sus abogados claman su inocencia y aseguran que no se ha dejado, de ningún modo, corromper.
En cualquier caso, su caída ha sido tan espectacular como por momentos fue el ascenso de esta mujer de 44 años, arquitecta de formación y periodista de profesión aunque con la política siempre en la mira: a los 22 años era concejala por su ciudad natal, Salónica, a los 29 se convertía en la diputada más joven de Grecia y, en 2014, a los 36 años, daba el salto como eurodiputada a Bruselas. Allí continuaría labrando una carrera que ya en 2011, en lo más profundo de la crisis económica en su país, había llevado a Business Insider a calificarla como la “política griega más popular del mundo” y a Der Spiegel a nombrarla una de las “personalidades del año”. En 2018, añadió a su palmarés —que le gustaba ostentar en sus redes sociales y web oficial del Parlamento Europeo— el premio a la “eurodiputada del año” en la categoría Nuevas Tecnologías que centró buena parte de su carrera e intereses —ahora también puestos bajo la lupa— más allá de Qatar. No perdía tampoco oportunidad de hacerse una foto con personalidades: su última entrada en Instagram es una foto la misma semana de su arresto junto a la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola, que días después ordenaría su destitución como vicepresidenta parlamentaria.
A su exitosa carrera política, se unía una aparente felicidad conyugal: la griega, una mujer que también destaca por su belleza y una larga melena rubia, acababa de formar una familia con Giorgi, un italiano de 35 años y también excelente planta, hasta el punto de que el diario Politico los llamaba los Brangelina de Bruselas.
En el domicilio que compartían con su hija de apenas año y medio, a pocos pasos de la sede de la Eurocámara, la policía halló 150.000 euros en efectivo. Varios cientos de miles de euros más le fueron incautados al padre de Kaili cuando trataba de abandonar precipitadamente con una maleta llena de fajos de dinero el hotel donde se alojaba, según las filtraciones, alertado por su hija después de que esta se diera cuenta de la detención de su pareja.
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“Obviamente, estaba convencida de que no le iba a pasar nada, se creía intocable”, comenta un lobista con varias décadas de experiencia en Bruselas y que llegó a tratar con Kaili en el pasado. “Hay un problema de vanidad” en diputados como Kaili, corrobora otro experto en cabildeo que también trata a diario con instituciones y representantes europeos. “Era una diputada que quería aumentar su perfil, buscaba visibilidad”, acota el griego, que señala que para ello eligió temas y batallas —las grandes plataformas digitales, criptomonedas y blockchain— que no siempre casaban con los intereses de su país ni de su familia política, el grupo Socialistas y Demócratas (S&D) al que pertenecían Kaili y todos los eurodiputados actualmente bajo sospecha, aunque aún no imputados, por el Qatargate.
“Sus informes siempre eran muy pro-industria y siempre generaban algún lío en el grupo, porque todos los demás opinábamos distinto”, confirma un eurodiputado de S&D bajo condición de anonimato.
“Cuando lideré el nuevo reglamento contra el blanqueo de capitales en las criptomonedas, estuvo persiguiéndome para que relajara mis propuestas, cosa que rechacé. Era una gran defensora del mundo de la criptomoneda, algo muy poco habitual en los grupos de izquierdas del Parlamento”, recuerda también el eurodiputado Ernest Urtasun, vicepresidente de Los Verdes en el Parlamento Europeo. En Grecia era notorio su progresivo alejamiento del Pasok —que la expulsó nada más ser arrestada, como también ha hecho S&D— hacia posturas más próximas a las del Gobierno conservador del primer ministro, Kyriakos Mitsotakis.
Pero no solo eran los temas, también chirriaban a menudo los métodos de Eva Kaili.
“Era una estrella en Grecia y en Bruselas iba un poco de diva, estaba un poco encantada de conocerse a sí misma”, señala un eurodiputado que pide anonimato. “Es guapa, lo sabe y lo usa”, agrega. Con todo, subrayan esta fuente y varias más consultadas, nadie llegó a imaginar siquiera que pudiera aceptar sobornos de un país como Qatar. “Era algo caradura, pero nunca sospechas que hasta tal extremo”, señala una de las fuentes que han preferido ocultar su identidad.
La alemana Hannah Neumann, presidenta de la Delegación para las relaciones con la Península Arábiga (DARP, por sus siglas en inglés), a la que pertenecían tanto Kaili como otros de los sospechosos del Qatargate, también andaba desde hacía tiempo inquieta con las formas de la griega. Según explica en un correo electrónico, la primera vez fue durante un viaje en 2020 a Arabia Saudí, durante el cual “Kaili sacó a relucir en casi cada oportunidad, independientemente de qué tratara la reunión, el caso de una princesa catarí mantenida bajo arresto por las autoridades saudíes”. En noviembre de este año, justo antes de la inauguración del Mundial de fútbol, Neumann tenía previsto una visita a Qatar que fue suspendida en el último minuto por las autoridades cataríes. De pronto, se enteró de que Kaili había viajado por su cuenta a Doha. Y luego pronunció el ya famoso discurso en Estrasburgo afirmando que Qatar está “a la vanguardia” de los derechos laborales. Pese a todo, “jamás se me ocurrió pensar que las acciones de Eva se debían a corrupción”, asegura Neumann.
En 2017, la revista bruselense The Parliament le preguntó a Kaili cuál había sido el momento más aleccionador de su carrera. “Siempre siento como una lección de humildad cuando gente necesitada viene hacia mí, no para pedirme algo, sino para darme las gracias por los esfuerzos que hago”, replicó. Según se desprende del Qatargate, no todos sus esfuerzos fueron siempre tan altruistas.
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