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Evacuación bajo la inminente amenaza de la lava: “Estoy destrozada. No sé adónde vamos a ir con dos niñas y dos personas mayores”

“Les habla la Guardia Civil. Vayan desalojando voluntariamente los domicilios hasta las 19.00. Lugar de reunión, el pabellón de lucha canaria Camilo León”. El todoterreno del cuerpo armado patrulla incesantemente la calle principal del barrio de La Laguna, en Los Llanos de Aridane. A su paso a lo largo de la calle, caras de angustia, vecinos que no paran de entrar y salir de sus casas para subir a coches, furgonetas y camiones lo que consideran más valioso: colchones, neveras, motos, televisores, sillas… Y de fondo, los incesantes bramidos y las cada vez más cercanas fumarolas del volcán.

El Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca) ha decretado al mediodía del martes la evacuación de los casi 800 vecinos que residían en este enclave al que la lava se acerca con paso lento pero imparable. Es el mismo barrio que los Reyes escogieron hace algo menos de tres semanas para escuchar de un grupo de portavoces de afectados el relato del desastre vivido durante los primeros días de la erupción. Veinte días después, el derrumbe de parte del cono volcánico y la mayor salida de lava han provocado la última evacuación desde que el volcán de La Palma cobrara vida el 19 de septiembre.

Enrique González, de 46 años, está subido a un camión, desalojando junto a su pareja la casa de su tía de 78 años. Él ya se marchó hace unos días del barrio. “Vi cómo la lava arrasaba con Todoque. Eso ya me dolió porque conozco a todo el mundo ahí. Ahora imagínate lo que duele esto, ver que mi barrio de toda la vida va a desaparecer”.

“Es la segunda vez que me desalojan en menos de dos semanas”. Habla Marisol Marcano, de 36 años, mientras atiende a una de sus dos hijas menores en la puerta de la casa de su cuñada. “Estoy destrozada por dentro, no sé dónde vamos a ir con dos niñas y dos personas mayores”, declara angustiada.

El volcán de La Palma, lejos de tranquilizarse, ha cobrado vigor destructor durante los últimos tres días. La caída de la parte norte del cono ha potenciado el vertido de magma. El punto de encuentro de las personas desalojadas es el pabellón de lucha Camilo León, en pleno casco urbano. Desde ahí, se les deriva al acuartelamiento de El Fuerte (a las afueras de Santa Cruz de La Palma) o al hotel que sirve de albergue en el municipio de Fuencaliente.

En la puerta del pabellón está Noelia García, alcaldesa de Los Llanos de Aridane, el mayor municipio de la isla. Los vecinos que van llegando con sus camiones cargados no dudan en abrazarse a ella y llorar desconsolados. “Ahora mismo hay que acompañar a las familias y dar cobijo a todas las que no tengan otra posibilidad”, explica. “Lo fácil es quitar y poner. Es duro, pero no hay otra. Lo difícil, por no decir imposible, es recuperar lo que la lava se ha llevado”.

Unos hombres cargan enseres en una camioneta en La Laguna.Miguel Calero (EFE)

Uno de estos damnificados que abandona el pabellón es María Candelaria Rodríguez, vecina de La Laguna y propietaria, junto a su hermano, de una pizzería. “Nosotros dos, de momento, no sabemos si vamos a casa de amigos. Pero estamos más tranquilos porque a mis padres se los han llevado al hotel de Fuencaliente. Son muy mayores, tienen 80 y 84 años, y están muy desorientados, muy preocupados”.

Un equipo de Cruz Roja se ha instalado en el terreno para ayudar con la identificación de los evacuados y, sobre todo, prestarles ayuda psicológica. “Han pasado casi cuatro semanas”, recuerda Laura Marrero, psicóloga responsable del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias (ERIE) de intervención psicosocial. “Y cuando parecía que la situación estaba controlada, ahora el volcán parece que se reactiva”, lamenta. “Aunque la gente tiene mucha resiliencia y aguante, este ahora sí, ahora no termina por destrozar los nervios de cualquiera”.

En la actualidad existen varias coladas relativamente activas. Una primera, que según el portavoz del Pevolca, Miguel Ángel Morcuende, “ha perdido fuelle y no tiene aporte lávico”, es la que ha rodeado la montaña de Todoque por el norte y por el sur. Otra colada baja con potencia y discurre paralela a la principal, “produciendo daños importantes en zona de cultivo y residencial”. Se encuentra a unos 200 metros del mar y amenaza con crear un nuevo delta lávico (fajana). La tercera lengua de lava, que se ha desgajado de la anterior, es la que ha provocado esta nueva evacuación.

Los vecinos del número 3 de la calle de la Cruz Chica, a solo unos metros de la iglesia de La Laguna, suben a la azotea para despedirse de su casa. Desde la calle, un patrullero de la Guardia Civil advierte de nuevo de que a las siete de la tarde tendrán que desalojar la vivienda. Consultan el reloj. Solo les quedan 10 minutos. Miran por última vez hacia el volcán y hacen cábalas sobre la trayectoria que puede seguir el río de lava.

“Mira”, dice una mujer, “detrás de aquella casa amarilla es por donde entró la primera colada al depósito de mi tío y luego a la platanera”. No hay drama en su voz, solo cansancio, resignación. Al bajar las escaleras, las puertas abiertas de sus pisos dejan entrever el desorden de la huida.

Durante las últimas horas, se han convertido en ladrones de sus propias pertenencias, rebuscando una y otra vez en los cajones y en los armarios para no dejar atrás nada de valor, desmontando las camas y apilando las sillas para bajarlas entre todos a una camioneta a punto de partir. Echan el cierre al portón del edificio. En la esquina, entre la farmacia y la gasolinera, la Guardia Civil está desmontando el control que durante las últimas semanas prohibía la entrada a la zona de exclusión. A partir de las siete, La Laguna quedará también en zona prohibida. En la esquina, un furgón blindado se lleva los caudales y la documentación sensible de la sucursal de La Caixa. A solo unos metros, media docena de fieles permanecen orando en la Iglesia. El volcán sigue ganando terreno.


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