Evgeni Kissin: “La pandemia pasará, pero la música sonará siempre”


Evgeni Kissin (Moscú, 49 años) ha sido práctico este año. La pandemia lo encerró y canceló casi todos sus conciertos previstos. Así que se centró en estudiar. “Desde que se produjo el cierre he dado dos conciertos”, dice. Algo que mide la dimensión del desastre. El tercero será el lunes, 15 de marzo en Madrid, dentro del ciclo de Ibermúsica en el Auditorio Nacional.

En el programa, Kissin ha incluido una variedad dispar de compositores que casan con una lógica propia, un gusto personal que generalmente, en su caso, funciona. Comenzará con Alban Berg, tratará de seducir con Khrennikov, un compositor contemporáneo poco habitual en los programas españoles, echará mano de tres preludios de Gershwin, un creador al que los aficionados puristas al piano aún contemplan con ceja alta, y rematará con Chopin, que rara vez falla.

El piano poético de Evgeny Kissin

De todos ellos espera extraer esa felicidad que dice haber contemplado cuando ha reaparecido en escena después del desastre. Los músicos se muestran impacientes por volver. El público, más entusiasta por acogerlos: “Todos lo disfrutamos más”, afirma Kissin.

Cuando el pianista configura un recital se guía por su intuición. “El repertorio es muy vasto y mis preferencias muy amplias. Procuro mostrar contrastes, siempre son un elemento necesario, no solo en ese campo, también en la vida, en general”. Y de contrastes vitales y artísticos trata su discurso para su reaparición en España, donde regresa con ganas, ya que también lo hará el 3 de abril en Barcelona y en mayo, también en ambas ciudades, con un trío formado por él, el violinista Joshua Bell y el chelista Steven Isserlis, junto a los que ha preparado un programa de compositores judíos para una gira conjunta.

Este músico retraído y poco dado a los focos es ya considerado como uno de los gigantes del presente.

Pero antes lo hará solo y tendrá ocasión de adentrarse en un compatriota suyo como Khrennikov. “Es fresco y conjura poderosas imágenes además de despedir un aroma profundamente ruso”. Este creador anda lejos del cosmopolitismo neoyorquino de Gershwin, pero cerca del vínculo judío al que también pertenece Kissin: “Adoro a Gershwin desde que era adolescente y por eso reivindico esos tres preludios suyos precisamente ahora. Me recuerda mi infancia, cuando solía tocar y cantar en casa piezas de su ópera Porgy and Bess.

No cree Kissin que la vigencia de Chopin en los escenarios se deba simplemente a la revolución que el polaco obró en la historia del piano. Sigue siendo el compositor más interpretado en los ciclos que se dedican al instrumento en todo el mundo. A su juicio, esto se debe a algo más: “Su música apela directamente al corazón, a las emociones, sin que nada se interponga. Quizás esa sea su mejor y más bella cualidad”.

Kissin sabe de lo que habla. Ha sido definido como uno de los pianistas más sutiles y sensibles que están hoy en activo. Para ello, deja guiar su mano y su sentido musical por otra de sus pasiones: la poesía. Concretamente de Pushkin, a quien define como el Bach de su género, o de Federico García Lorca. La conexión poética resulta fundamental para que el público se adentre en su pianismo y en la personalidad de este músico retraído y poco dado a los focos, pero considerado como uno de los gigantes del presente.

Sus orígenes judíos comportan en él una especie de misión. No solo escribe poemas en yidis, confecciona programas específicos, como el que ofrecerá con el trío en mayo. “Hemos establecido conexiones entre Rosowsky, Bloch y Shostakóvich para ello”. La obsesión por sus raíces marca sus pasos. Pero también otra de sus pasiones: la historia. “No solo de los acontecimientos que me interesan en sí, también como ciencia, la historiografía, concretamente, en la que me he centrado mucho los dos últimos años. Tuve un buen profesor en el colegio… Pero ahora me ayudan a entender esa disciplina el doctor Alfred Rieber y su esposa Marsha Siefert, a quienes conocí en Budapest y que me recomiendan lecturas”.

Son aficiones que le distrajeron de su concentración en Bach, Mozart, Chopin, Schumann, a quienes ha estudiado a fondo durante la pandemia. O de los checos Dvorak y Smetana, a los que también ha dedicado su tiempo los últimos meses y en los que se ha centrado más tras instalarse en Praga, una ciudad donde resulta más fácil entender según qué trascendencias: “Por ejemplo que esto pasará, pero la música sonará siempre”.


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