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Explota la enorme burbuja del fútbol chino


Se acabaron los días de gloria para el campeón de la Súper Liga china, el Jiangsu FC. Esta semana sus propietarios, la cadena de centros comerciales Suning —dueña también del Inter de Milán—, ha anunciado el “fin de las operaciones” del club, abrumado por unas deudas que pueden rondar los 77 millones de euros. El cierre, a un mes de que empiece la nueva temporada, ha sacudido al fútbol chino. Puede no ser el único caso en una competición que hace un lustro asombraba al mundo con su rumbosa compra de jugadores internacionales, y que hoy se encuentra agobiada por deudas y quiebras.

Han pasado solo seis años, pero qué lejos parecen los tiempos en los que el Jiangsu —entonces llamado Jiangsu Suning— se despedía de sus orígenes humildes en segunda división gracias al desembarco del gigante de las ventas al por menor. En 2016 pagaba cincuenta millones de euros por Alex Texeira, y 28 por Ramires. Su bolsa —la de su dueño, mejor dicho—, no parecía tener fin, pese a que el equipo acumulara deudas. En 2019, no hace aún dos años, se le atribuía con insistencia un gran interés por Gareth Bale, una operación que no llegó a fructificar.

Eran otros tiempos. Ahora, la pandemia ha abierto dos frentes de problemas financieros. El club, que registraba una asistencia media de 27.000 espectadores por partido en su estadio en la ciudad de Nanjing, en el sureste de China, dejó de percibir ingresos por entradas. Y su dueño ha registrado una fuerte caída en las ventas en sus establecimientos, repartidos por todo el país. En febrero, el presidente de Suning, Zhang Jindong, ya había anunciado que la firma abandonaría sus intereses no esenciales para centrarse en sus líneas de negocio principales. Esta semana, la compañía ha anunciado que venderá el 23% de sus acciones a inversores estatales. Según medios chinos, el club ya atravesaba grandes dificultades el año pasado, cuando vio marcharse a Teixeira y al entrenador rumano Cosmin Olaroiu. Adeuda a sus jugadores salarios atrasados y bonificaciones por el logro de títulos, y su último entrenamiento, el 21 de febrero, se desarrolló sin equipamiento, ya retirado de las instalaciones.

“Debido a todo tipo de factores incontrolables, el Jiangsu FC es incapaz de seguir jugando en la Súper Liga china”, indicaba esta semana un comunicado del club, apenas tres meses después de ganar el título. “Durante más de medio año, el Jiangsu ha estado contactando a muchas partes interesadas y ha mostrado gran sinceridad para transferir las acciones del club. No queremos renunciar a ninguna opción para mantener el club vivo, pero debemos anunciar que ponemos fin a nuestras operaciones”. Junto al equipo masculino, también desaparecerá el femenino, que había ganado su competición liguera en 2019, y las secciones juveniles. La inversión de Suning en el Inter, en cambio, continúa de momento. La televisión estatal china CCTV asegura que la compañía no tiene intención de deshacerse de su participación, pero el club italiano ha indicado que busca “nuevos socios o inversores”.

Las desdichas del Jiangsu no son las únicas. En mayo ya se había disuelto el Tianjin Tianhai. Su rival, los Tianjin Tigers, también pueden verse abandonados por su propietario, el conglomerado Teda, mientras alguno de sus antiguos jugadores reconoce que la situación financiera “no es buena”. En febrero, el Shandong Luneng era expulsado de la Liga de Campeones de Asia por impagos a sus jugadores. En el último año, han caído 16 equipos de las tres primeras divisiones.

Durante la última década, la Súper Liga china quiso dar un gran salto cualitativo a costa de desembolsos, que alcanzaron su paroxismo en 2017, cuando sus clubes se gastaron casi 400 millones de euros en la contratación de jugadores y técnicos extranjeros. Era la época en la que llegaban los Jackson Martínez, Carlos Tévez, Alex Teixeira, Fabio Capello… Un gasto posible gracias a que los propietarios de los equipos eran grandes compañías chinas, con tanto dinero en efectivo como ganas de mostrar estatus… y de apoyar al fútbol en momentos en los que el presidente del país, Xi Jinping, exhortaba a promover este deporte y a organizar y ganar un Mundial.

Para evitar lo que amenazaba con convertirse en un derroche escandaloso, desde 2017 los fichajes se han gravado con una tasa del 100%, y se han impuesto límites a los salarios, que ya no pueden superar los tres millones de euros anuales. Pero los hábitos manirrotos de otrora han dejado a los equipos sumidos en deudas, y sus dueños, afectados por la pandemia, ya no tienen la misma capacidad para acudir al rescate. La inversión ya no es tan atractiva, tampoco, desde que nuevas normas prohíben que los equipos lleven los nombres de las empresas propietarias.

Según la agencia de noticias Xinhua, en 2018 el gasto anual medio por club de la Liga fue de 140 millones de dólares; la mayoría registró pérdidas. Aunque la situación actual puede acabar siendo meramente transitoria. Las nuevas normas para limitar salarios e inversiones buscan que los clubes se saneen y puedan llegar a ser rentables. Y, aunque a menor escala, siguen llegando fichajes de renombre, como el defensa croata Ante Majstorovic. Ha llegado el momento, apuntaba Xinhua, de “respetar las leyes del fútbol y las leyes del mercado, cultivar el talento juvenil y trabajar para el largo plazo”. Al fin y al cabo, el deseo de Xi de organizar y de ganar un Mundial sigue en pie.


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