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Extremo Occidente

Una mujer espera para emitir su voto anticipado en Miami, el 19 de octubre de 2020.Lynne Sladky / AP

Lo que va mal puede ir peor. Eso lo estamos comprobando día a día. La vida colectiva parece ensombrecerse por momentos. Y, a veces, un incidente puñetero complica aún más las cosas. El caso es que al reportero se le muere el teléfono móvil. Tiene que acudir a un almacén de la cadena Best Buy en el centro de Miami para comprar uno nuevo (600 del ala) y su humor vira hacia lo más oscuro. No sabe muy bien qué anotar en su pequeño diario de las elecciones, está comprobando que la lluvia de jornadas anteriores era una bendición comparada con el ardor despiadado del sol en el sur de Florida y, en fin, piensa que lo que va mal puede ir peor.

Mientras espera a que el empleado encuentre un Samsung que no sea de color rosa, el reportero escucha discutir a una pareja. Hombre y mujer, por debajo de los cuarenta, blancos, angloparlantes. Él lleva en la camiseta una pegatina que dice que ya ha votado. El tono que emplean sugiere que conviven: sólo al cónyuge se le dispensa una mala leche tan concentrada.

Él le dice a ella, con bastante rabia, que de no ser por el coronavirus no serían siquiera necesarias las elecciones porque Donald Trump habría sido reelegido por aclamación. Ella, posiblemente favorable a Joe Biden y los demócratas, pronuncia entonces una frase de las que se anotan en el cuaderno: “Then it was the hand of God, OK?” (Entonces fue la mano de Dios, ¿no?). Eso tan maradoniano de “la mano de Dios” deja al reportero cavilando.

En otras circunstancias, lo suyo habría sido aproximarse y preguntar. En las circunstancias que se dan, mejor mantener la distancia social: inmiscuirse en la discusión de una pareja nunca dio buenos resultados.

El caso es que el hombre que ya ha votado puede tener bastante razón. Se piense lo que se piense sobre Donald Trump (y es sensato pensar cosas muy malas), la economía estadounidense iba como un cohete hasta que apareció la maldita covid-19. Los sondeos reflejaban un nivel elevado de aprobación a la gestión del presidente. Muchos ciudadanos le odiaban, cierto, pero los bolsillos rebosaban. Resulta obvio que la pandemia, proceda de la mano de Dios o de donde sea, ha complicado mucho los planes de Trump y ha dado oxígeno a los demócratas. Como prueba, un tuit presidencial de ayer mismo que, traducido, dice más o menos: “Los medios de las noticias falsas montan la covid, covid, covid todo el rato hasta las elecciones. ¡Perdedores!”.

Con más de 225.000 muertos y cerca de nueve millones de infectados en Estados Unidos, tiene bastante sentido que los medios y la gente hablen de la pandemia. También tiene sentido, dentro de la lógica trumpiana, que el candidato a la reelección intente minimizar el peor desastre sufrido por la humanidad en los últimos 70 años, y su desastrosa gestión desde febrero. “Todo va bien, estamos a punto de superarlo”, dijo durante un mitin el pasado fin de semana. Los datos indican lo contrario. Pero lo que Trump y los suyos necesitan grabar en la mente del electorado es el bajísimo desempleo (3%) previo a la irrupción de la covid. Cuanto menos piensen los votantes en la enfermedad y más piensen en la economía (la de antes y, según Trump, la que volverá pronto), más posibilidades tiene de quedarse en la Casa Blanca.

Ocurre que es muy difícil ignorar el desastre. Incluso en Miami, un condado próspero y caracterizado por el optimismo, el ambiente está cargado de tristeza. Y de virus. En Florida, el desempleo ha subido hasta el 6,8%. En el conjunto de Estados Unidos, hasta el 7,9%. Nunca desde la Segunda Guerra Mundial, recuerda el Financial Times, un presidente ha intentado ganar un segundo mandato con tanta gente sin trabajo. Por eso Trump, al que Dios o la naturaleza o una conspiración china (elijan la opción que prefieran) ha jugado una mala pasada, se esfuerza en hablar del pasado y del futuro. Y hace como si la pandemia fuera una minucia y el oscuro presente no existiera.

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