Durante más de 30 años, Ricardo Alarcón de Quesada fue uno de los valores más sólidos de la Cuba revolucionaria en sus siempre difíciles relaciones con Estados Unidos. Fallecido el sábado en La Habana a los 84 años, fue representante permanente de la isla ante la ONU en dos momentos distintos, entre 1966 y 1978, y de 1990 a 1992, y como hombre de confianza de Fidel Castro fue responsable de la negociación con Washington de los tres acuerdos migratorios más importantes firmados entre ambos países (en 1984, 1994 y 1995), hoy todavía vigentes. En su segunda etapa en la ONU, cuando el campo socialista se desmoronaba, presidió el Consejo de Seguridad en dos ocasiones (en 1990 y 1991) y fue el artífice de presentar ante la Asamblea General un proyecto de resolución de condena a EEUU por su política de embargo económico contra la isla, documento que desde 1992 es aprobado cada año por abrumadora mayoría por los países miembros.
Discípulo aventajado de Raúl Roa, primer ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Fidel Castro, su trayectoria en la cancillería lo llevó a ser durante décadas el principal experto en las relaciones Cuba-EEUU y a convertirse en uno de los más relevantes diplomáticos cubanos, siendo un hombre respetado por sus adversarios y considerado un interlocutor de primer nivel. A finales de los años ochenta participó en las conversaciones de paz con EEUU y Sudáfrica que pusieron fin a la guerra de Angola y desembocaron en la independencia de Namibia (1990), y ya en el presente siglo desempeñó un papel clave en las batallas diplomáticas por el regreso del niño balsero Elián González y la liberación de cinco espías cubanos apresados en EEUU, conocidos en la isla como los Cinco Héroes.
“A Ricardo Alarcón de Quesada, el maestro de los diplomáticos de nuestra generación, le guardaremos siempre profundo respeto, admiración e infinito afecto. Gracias por el privilegio y el honor de haber sido [una de] sus discípulos”, escribió la viceministra de Relaciones Exteriores, Josefina Vidal, al dar a conocer la noticia de su fallecimiento.
Alarcón nació en La Habana el 21 de mayo de 1937 y se vinculó desde joven a las luchas dentro de la universidad contra la dictadura de Fulgencio Batista, primero como parte del Directorio Revolucionario de José Antonio Echevarría y después con el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Tras el triunfo de la revolución, fue presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios, y por iniciativa de Raúl Roa entró al servicio exterior en 1962, donde desarrolló gran parte de su carrera política. En los años ochenta fue elegido miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba, la máxima instancia partidista, y en 1992 nombrado ministro de Relaciones Exteriores, cargo que solo ocupó un año al pasar a desempeñarse como presidente del Parlamento.
En 1994, encabezó la delegación cubana que negoció con la administración de Bill Clinton el fin de la crisis de los balseros, y un año después remató un importante acuerdo migratorio que es todavía hoy la base de las relaciones entre ambos países en esta materia, y uno de los pocos que funcionan con cierta normalidad. Estuvo presente, además, en gran parte de las negociaciones secretas que ambos países realizaron en diferentes momentos, siendo durante años uno de los colaboradores principales de Fidel Castro y valedor de sus políticas frente a Washington, además de ser la voz más notoria en la lucha por acabar con el embargo y la política de hostilidad norteamericana.
Durante su paso por la ONU, llegó a ser presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en febrero de 1990 y julio de 1991. Fue además Vicepresidente de la Asamblea General, así como presidente del Consejo de Administración del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
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Pasó los últimos años de su vida apartado del poder tras salir del Buró Político en 2013, con el Gobierno de Raúl Castro. El cese ocurrió después de que su principal ayudante, Miguel Álvarez, fuera condenado a una larga pena de cárcel acusado de revelar secretos a EEUU, en un misterioso juicio por espionaje que no tuvo reflejo en la prensa. Alarcón, no obstante, siguió siendo hasta hoy una referencia en la materia de las relaciones Cuba- EEUU, hasta el punto de que cuando en 2015, durante el deshielo propiciado en la etapa de Barack Obama, ambos países decidieron restablecer relaciones diplomáticas y reabrir sus embajadas en La Habana y Washington, él fue invitado como parte de la delegación oficial cubana a la ceremonia en la capital de EEUU.
Siempre tuvo excelentes relaciones con los medios académicos y la prensa extranjera, en especial la norteamericana, que lo valoraba como uno de los analistas cubanos que había que escuchar siempre. Aunque su estado de salud era delicado hace tiempo, se mantuvo en labores de asesoría hasta el último momento. Concedió la semana pasada su última entrevista telefónica sobre las relaciones Cuba-EEUU al programa Conversaciones Americanas, del académico cubanoamericano Arturo López-Levy, profesor de política y relaciones internacionales en la Holy Names University de California. Tras su fallecimiento, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, lo consideró un “gran patriota y brillante diplomático de la revolución cubana, cuya obra defendió con pasión y sólidos argumentos”. “Toda Cuba siente su partida”, escribió en su cuenta de Twitter.
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