Gabriela Totaro prepara el biberón para la bebé, de cuatro meses, que acogió en su casa a los pocos días de su nacimiento. Ella tiene 45 años, es asesora financiera y vive con su marido, Guillermo Signorello y sus tres hijos varones: Francisco, de 20 años; Luciano, de 14 y Antonio, de 10. La criatura ya puede ser adoptada y se está llevando a cabo el proceso para seleccionar una familia definitiva.
En 2021, 60 familias participaron del programa de Acogimiento Familiar del Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (CDNNyA), organismo de la Ciudad de Buenos Aires que promueve y protege los derechos de las chicas y chicos. La familia Totaro-Signorello fue de las primeras en participar del programa en 2015. En la provincia alrededor de la capital argentina, hay 3.788 niños, niñas y adolescentes entre cero y 18 años sin cuidados parentales. De ese total, 205 se encuentran en familias de acogimiento y el resto en instituciones, según datos del Organismo de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires actualizados este marzo.
El acogimiento familiar no constituye una forma de adopción, sino que es una medida transitoria hasta que se resuelva la situación que originó la separación del niño, niña o adolescente de su grupo de pertenencia, o se determine mediante orden judicial otra estrategia para garantizar el derecho del niño a crecer en familia. En Argentina, la trayectoria de los programas de Acogimiento Familiar es muy heterogénea. Aún no existe un registro a nivel nacional, ni iniciativas que unifiquen los criterios. Cada provincia dispone de sus propias reglas. De acuerdo con Unicef, en 2017 había 9.096 niños, niñas y adolescentes sin cuidado parentales en todo el país. La cifra ascendía a 9.748 al contemplar a jóvenes mayores de 18 años que permanecían aún bajo alguna modalidad de cuidado alternativo. De este total, el 86% se encontraban en unidades de cuidado institucional (públicos y privados) y el 14% en sistemas de cuidado familiar. A su vez, de este último grupo, 869 niños y niñas se hallaban en programas de cuidado familiar de gestión pública y 472 en proyectos privados.
La burocracia necesaria para acoger
Para poder participar del programa en la ciudad de Buenos Aires hay una serie de requisitos: asistir a charlas informativas y participar del proceso de evaluación psico-social del grupo familiar; obtener la certificación de aptitud como familia de acogimiento, después de aprobar el proceso de evaluación; realizar capacitaciones básicas en legislación, cuidados y técnicas de primeros auxilios, entre otras. Pueden ser familias acogedoras todas las que sean residentes en la capital argentina, que posean capacidad para brindar cuidados y que cuenten con una organización familiar que permita acompañar por un tiempo el desarrollo de un niño o niña. El Gobierno de la ciudad brinda un subsidio mensual, de alrededor de 85 euros, además de la entrega de pañales y leche, a la familia, en beneficio del niño.
Cuando los niños sufren algún tipo de vulneración de derechos o violencias extremas como abusos o situaciones de negligencia grave de parte de sus padres, el Estado interviene para cuidarlos. Primero, se busca un referente en el marco de la familia ampliada, como tíos, abuelos o padrinos, pero cuando no está esta posibilidad se los institucionaliza. Se los retira de la familia y se los lleva a centros institucionales. “Hace unos años, también se abrió la posibilidad de que los niños queden al cuidado de familias de acogimiento”, explica Karina Leguizamón, presidenta del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
La llegada de un niño o una niña modifica toda la estructura de la casa. Por eso es importante que la decisión se tome en familia. Todos tenemos que estar de acuerdo
Gabriela Totaro, madre de tres hijos y miembro de una familia de acogida
Totaro supo del rol de las familias de tránsito a través de su ginecólogo. Él le contó que lo hacía y a ella le llamó la atención. “Mi primer hijo nació con muchos problemas de salud, pasó por muchas cirugías. Yo tuve un tumor en la médula y estuve bastante mal. Después de pasar estas situaciones, queríamos devolver a la vida tanta abundancia. Lo conversamos en familia y cuando tuvimos la oportunidad de formar parte del programa, nos sumamos. En 2015 pasamos por las evaluaciones y en 2016 tuvimos en casa al primer niño en tránsito”, cuenta Gabriela a través de una videollamada.
Por la casa de Gabriela pasaron nueve niños, cinco en tránsito y cuatro de apoyo. En el segundo caso, los chicos se quedan por períodos más cortos, cuando sus familias de tránsito tienen, por ejemplo, que hacer un viaje al exterior o afrontar alguna cuestión de salud que no permite sostener el cuidado. El primer niño que estuvo con la familia, hoy tiene seis años. Convivió con ellos un año y medio. “La llegada de un niño o una niña modifica toda la estructura de la casa. Por eso es importante que la decisión se tome en familia. Todos tenemos que estar de acuerdo”, dice Totaro.
La normativa explicita que las familias de acogimiento no pueden adoptar a los niños o niñas, pero eso no significa que el vínculo no pueda continuar. “Los chicos cuentan con una red más grande ante situaciones que pasan en la vida”, señala Leguizamón.
Totaro asegura que las despedidas las viven como una fiesta. Relata: “Ponemos globos y guirnaldas, armamos un cuaderno de vida para que se lleve la familia y les damos un álbum de fotos. Si bien es doloroso, cuando llega la familia definitiva, sentimos que ellos siempre fueron los padres del niño o niña. Me emociona mucho cuando le dicen, ‘hola hijo’, ‘hola hija’. Nosotros los llamamos por su nombre o apodo. Tras el primer tránsito, los padres nos eligieron de padrinos y seguimos manteniendo un vínculo cercano”.
En la pandemia, desde el Consejo se armó una red de familias de emergencia. “Frente a casos positivos, en algunos se necesitó la ayuda de estas familias para poder mantener el aislamiento”, cuenta Leguizamón. Por la casa de Totaro pasaron muchos chicos durante la pandemia. “Había profesionales que estaban aislados, que no podían ir a los hogares y por eso había que encontrar un lugar provisorio para los chicos”, explica.
Una asociación civil que ya dio abrigo a más de 2.000 niños
Familias de Hogares de Belén es una entidad que tiene 37 años y reúne a familias que reciben y dan abrigo a bebés en situación de vulnerabilidad hasta ser adoptados. Hoy, 40 familias se vinculan a la organización y llevan acogidos a más de 2.000 niños.
Carolina Fernández Castro y Sergio Ramírez tienen en guarda una nena de dos años. Sergio tiene dos hijos de su primer matrimonio y ambos tienen tres en común. “Decidimos hacer esto porque mi mamá se crio en Casa Cuna, un hogar de niños. Nos pusimos en contacto con Hogares de Belén porque una prima de Sergio ya había participado. Primero tuvimos en casa a un nene de un año y medio. Después fuimos familia de apoyo. Cuando nació nuestro tercer hijo paramos un poco y retomamos hace un tiempo”, cuenta Carolina.
Carolina y Sergio siguen en contacto con el primer niño que abrigaron. “Él llegó a casa con cuatro meses y ahora tiene ocho años. Había llegado con un estado de desnutrición y al principio fue difícil sacarlo adelante. Hoy se le ve muy bien. Hizo un cambio muy profundo”, asegura Sergio.
Patricia Cabrera y su esposo Julio acogieron en su casa a 150 bebés. Tienen dos hijas, de 39 y 29 años, y un nieto. Hace más de 20 se acercaron a Hogares de Belén. “Mi marido está jubilado y yo soy ama de casa. Y ahora estamos cuidando a una nena de nueve meses”, relata Patricia.
Desde Hogares de Belén se organizan reuniones para que las familias puedan compartir sus experiencias. “La pandemia afectó este espacio y tuvimos que empezar a reunirnos por Zoom”, cuenta Daniel Cortina, el vicepresidente de la asociación civil.
Patricia Cabrera y Julio, uno de los matrimonios en el programa de Hogares de Belén, posa junto al bebé que tienen en acogida temporal.
Por la crisis sanitaria, Patricia y su yerno se hicieron cargo todos los meses de llevar a cada familia de acogimiento la leche y los pañales que iban necesitando. Subían todo a la camioneta y pasaban casa por casa. En épocas normales, los insumos se distribuían en las reuniones.
Belén (que prefiere no dar su apellido) tiene 25 años y recién nacida fue acogida por Daniel Cortina y su esposa, Mónica. “Daniel y Mónica son la familia que me tuvo por un tiempo hasta que mis padres me adoptaron. Fue importante para mí que ellos estuvieran conmigo porque mi mamá biológica me abandonó en el hospital, con dos días. Ellos me dieron mucho amor en esos primeros días de vida”, cuenta Belén a través de una llamada de Zoom.
Los padres adoptivos de Belén sabían que ella había sido abrigada por una familia que integraba Hogares de Belén, pero no sabían quiénes eran. Solo tenían una carta, donde les contaban los hábitos de la bebé, pero allí no había datos de contacto. Hace unos años, la joven estaba esperando obtener su archivo judicial para conocer sobre su historia y en ese lapso de tiempo se encontró con Daniel de casualidad. “Mis padres contrataron a alguien para hacer un arreglo de humedad en mi casa y la persona que vino fue Daniel. Ahí, mi mamá lo reconoció. El encuentro fue mágico. Para mí encontrar esta parte de mi identidad fue más importante que lo que encontré de la parte biológica. Esta tarea que tienen en Hogares de Belén es lo que a mí me cambió la vida”.
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