Qué desasosiego me provoca el plató de Los felices Veinte; un sótano mal ventilado en el que no hay suficiente luz para ver qué hay al fondo. ¿Cascos de botella, quizás? ¿La sudadera que alguien olvidó hace dos semanas? La alfombra del suelo tiene mal aspecto; yo creo que tiene ácaros de un tamaño tal que ya pueden ser utilizados para explotación ganadera, y restos sólo visibles bajo la luz ultravioleta. ¿Por qué siento, cuando lo miro, que llevo dos días empalmando fiestas y afters? No sé. No parecen muy felices estos veinte, como tampoco lo son los de la vida real.
El plató es por tanto una réplica de algún bar de moda en el centro de la ciudad: gente que quiere ser, gente que fue, gente que destaca y también gente que no brilla ni debajo de los focos.
No sé si es un late night o si es una versión 2.0 (es decir, low cost, es decir sin presupuesto) de El peor programa de la semana. Pero sí sé que está haciendo las mejores entrevistas que he visto en tiempo. No son entrevistas sesudas, ni mucho menos. No son entrevistas de promoción. Pero sí son las que deberíamos poder esperar de un programa de entretenimiento. La selección invitados es tan gratuita que parece que la hubiera hecho una gallina marcando números al azar. Los gags son a veces brillantes y a veces desquiciantes – como los propios mimbres del programa–, pero todos tienen el mismo brío de la espontaneidad y el talento. He leído y escuchado que sólo te puede hacer gracia si vives en Malasaña o si eres del entorno de Vigalondo. No lo sé, no puedo ser otra persona para comprobarlo. Aramís Fuster es la némesis de Pitita Ridruejo. Gurruchaga es un dandy. Sr.Cheeto es otro youtuber con gorra y Marta Nieto lleva traje para parecer más directora. Enrique López Lavigne parece Doraemon de cuero. Y todos me interesan por cómo les están entrevistando. Grandioso.
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