BRUSELAS – Recluirse en un monasterio para entregarse a la fe y al celibato y consagrar los días al trabajo, el rezo y la meditación en estricta observancia de una tradición medieval no desata furor en el siglo XXI. Y las abadías sufren una sangría de frailes, cada vez menos y más ancianos.
La lenta pero constante desaparición de estos últimos ascetas amenaza la supervivencia de oficios y productos tradicionales que en Bélgica, donde la cultura de la cerveza es un emblema nacional reconocido por la UNESCO, arroja sombras sobre el futuro de uno de los distintivos de su gastronomía: la cerveza trapense.
En la abadía belga de San Benito de Limburgo, erigida en el siglo XI junto a la linde neerlandesa y habitada desde 1846 por una orden benedictina, se elabora la cerveza Achel, que tradicionalmente era una de las seis marcas de Bélgica homologadas como trapenses, de las diez que existen en el mundo.
Pero hace casi tres años, el monasterio perdió a sus últimos eclesiásticos, dos frailes que se mudaron a la hermana abadía de Westmalle, propietaria del complejo de Achel. Y ahora, la congregación ha encontrado un comprador para el recinto.
El nuevo dueño, el empresario Jan Tormans, seguirá elaborando la cerveza como hacían los monjes, y su intención es que el gusto y la fórmula no cambie. Pero al desvincularse de los frailes no podrá etiquetarla como producto trapense.
Técnicamente, no lo era ya desde 2021, cuando la Asociación Internacional Trapense le retiró el sello porque los religiosos habían delegado en laicos la elaboración de sus brebajes. Pero la ruptura con la tradición se concreta aún más con el cambio definitivo de propietario y la disolución de la orden religiosa.
“¿Están en peligro nuestras cervezas trapenses por falta de monjes?”, se pregunta el diario belga Le Soir a propósito las credenciales trapistas de Achel.
La asociación que agrupa a las abadías trapenses exige para conceder su distintivo que la producción cervecera se elabore en la abadía, que esté controlada o gestionada por religiosos que observen la regla de San Benito (“Ora et labora”) y que destinen parte de los beneficios a obras de caridad.
Según el listado vigente, Bélgica sigue siendo líder global con cinco referencias (Chimay, Orval, Rochefort, Westmalle y Westvleteren), la mitad de un selecto grupo de países que incluye a Países Bajos (Zundert), Austria (Engelszell), Francia (La Trappe), Italia (Tree Fontaine) y Reino Unido (Tynt Meadow).
Los monjes de la abadía de San Benito elaboraron sus cervezas desde 1850 hasta la Primera Guerra Mundial, que ocasionó un parón en la producción entre 1917 y 1998. Fue entonces cuando las abadías de Rochefort, Westvleteren y Westmalle ayudaron a la de Achel a recuperar su tradición.
Ese año se creó también la Asociación Internacional Trapense, una institución privada impulsada por la abadía belga de Nuestra Señora de Scourmont, donde se fabrica la Chimey, para distinguir el saber hacer de los monjes en la preparación de cervezas, quesos, licores o bombones.
“AD MULTOS ANNOS”: NO TIENEN PREVISTO EXTINGUIRSE
El hábito no seduce y la falta de vocación va adelgazando las congregaciones, pero ni los monjes ni la cerveza trapense tienen previsto extinguirse.
Algunas abadías cistercenses despliegan paneles solares en sus terrenos, generan energía aprovechando deshechos orgánicos y optimizan sus procesos para reducir su huella de carbono.
Los monasterios, además, ofrecen visitas turísticas y cuentan con restaurantes, bares y tiendas de regalos que funcionan también por internet.
Los monjes de Rochefort sorprendieron a Bélgica y al mundo en 2020 con su primera receta en 65 años, una rubia de triple fermentación y 8,1 grados de alcohol denominada Triple Extra.
Meses después, los eclesiásticos de Westmalle presentaron una nueva rubia dorada pale ale sin filtrar y refermentada en botella con sólo 4.8 grados de alcohol, muy ligera para las costumbres benedictinas, que suelen alumbrar cervezas de alta fermentación que llegan a un 11 % de alcohol.
Otras, en cambio, han desaparecido. La estadounidense Spencer de la abadía de San José de Massachusetts, que se adentró en el universo de la cerveza en 2013, anunció en 2022 que abandonaba su producción porque no era económicamente viable.
Pero también han surgido abadías que se han inspirado en sus hermanos belgas para revitalizar la tradición cervecera, como el Monasterio de San Pedro Cardeña de Burgos, que empezó a producir Cardeña en 2016 y está en trámites para obtener el logotipo de homologación trapense.
Y más allá de su devenir en la Tierra, las cervezas trapistas tienen garantizada su existencia fuera de este mundo desde que en 2016 un equipo de astrónomos belgas anunciara el descubrimiento de un sistema planetario alrededor de una estrella ultrafría localizada a 40 años luz de nuestro planeta, que bautizaron como Trappist-1. Javier Albisu
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