El peligro no se ha desvanecido. Todavía no está garantizada la aprobación del doble paquete de estímulos económicos y de inversiones públicas por valor de más de tres billones de dólares lanzado por el presidente Joe Biden para salir de la pandemia, recuperar la economía y garantizar el futuro de la primera superpotencia. Hasta el jueves, el peligro que se cernía sobre su aprobación se extendía al entero sistema económico: si el Senado no elevaba el techo de gasto en el que cabe tan colosal operación presupuestaria antes del 18 de octubre, Estados Unidos podía incurrir por primera vez en una suspensión de pagos catastrófica, tal como se ha encargado de subrayar la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, con consecuencias en el mercado de bonos, las bolsas, el dólar como moneda de referencia e incluso la buena marcha de la economía mundial.
Los senadores republicanos no se han rendido sino que han optado por un respiro hasta el 3 de diciembre, fecha en la que solo una nueva autorización de gasto podrá evitar, además de la suspensión de pagos, también el cierre de la Administración, una situación muy habitual que significa el despido temporal de funcionarios a falta de presupuesto para pagar sus sueldos. Biden se juega la presidencia en este envite, que definirá el horizonte de las elecciones de mitad de mandato de 2022, en las que los republicanos quieren recuperar las dos cámaras y preparar también su regreso a la Casa Blanca, operación en la que Donald Trump pretende jugar de nuevo sus cartas.
La mayor dificultad radica en el envejecimiento de un sistema político y parlamentario en el que los mecanismos bipartidistas construidos a lo largo de los años para evitar los rodillos parlamentarios se han convertido en lo que el politólogo Francis Fukuyama ha caracterizado como una vetocracia disfuncional. El principal obstáculo para los planes legislativos de Biden, incluida la protección del derecho de voto ahora en peligro en muchos Estados, es el llamado filibusterismo, que convierte la mayoría cualificada de 60 senadores en un mecanismo de bloqueo. La clave, en todo caso, es el techo de gasto en manos del Congreso desde 1917 y objeto creciente de politización partidista, pues permite la exigencia de contrapartidas que nada tienen que ver con el presupuesto o el boicot a cualquier propuesta de la Casa Blanca, en este caso los paquetes keynesianos, por parte de una oposición tan radical como la que ahora ejercen los republicanos.
De la aprobación del paquete depende que Biden se inscriba en la estela del New Deal de Rossevelt y de la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson, los dos momentos socialdemócratas de la historia del país, o se diluya en una presidencia de un único mandato irrelevante. Juega en su contra la polarización política siempre en ascenso, la ocupación del Partido Republicano por el extremismo trumpista y también las profundas divisiones entre los demócratas. Tras la salida de Afganistán y el balance de los 20 años de guerra global contra el terror, una derrota de Biden gracias a mecanismos parlamentarios obsoletos sería un pésimo mensaje de debilidad institucional y de disfuncionalidad de la democracia por parte de una superpotencia percibida en declive por el rival chino en ascenso.
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