En esa guía vital que es Fuera de onda de Amy Heckerling, Cher Horowitz definía a una compañera de clase como “una Monet”: “Si la miras de lejos está bien, pero de cerca solo ves una mancha”. El reciente estreno de COSMO Mystery in Paris es una serie Monet. De lejos, su combinación de crímenes en marcos incomparables y su ambientación decimonónica dan el pego, pero una vez que das al play la fascinación se desvanece y lo que queda es un escape room con ínfulas. Como noir no aporta demasiado, pero es un magnífico “emplazamiento publicitario”, imagino que el verdadero objetivo tras su producción en tiempos de letargo turístico. Hasta a mí que detesto viajar, que soy como escribió Belén Gopegui “de los que un día decidieron emplear sus vacaciones en aprender a quedarse”, me ha tentado buscar vuelos al Charles de Gaulle.
El mismo fin persigue Asesinato en… ubicando cada capítulo en una zona turísticamente explotable, ora en las Landas ora en Rocamadour. Una mezcla aséptica de parajes con encanto, tradiciones y, si se tercia, gastronomía típica que más que en una sala de guion parece escrita en el despacho de un subsecretario de turismo. Pero es eficaz y menos sonrojante que aquellos contenedores de caspa que bajo el título Murcia, qué hermosa eres pretendían fomentar el asueto en la Costa Cálida.
En este momento en que se adaptan hasta las adaptaciones —véase Heridas, la versión turca de una serie japonesa—, me pregunto por qué en lugar de mirar al Bósforo y sus pasiones tercas no buscamos inspiración en ficciones más cercanas, geográfica y culturalmente. Pienso, por ejemplo, en un Misterio en La Toja o un Asesinato en el Templo de Debod. Tenemos mucho que aprender de Francia, además del arte del despeinado elegante y los cordones sanitarios.
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