Francia perdió el pulso, asistió a su propio entierro, se sepultó en la crisis y emergió de la cripta en el último minuto. Gracias a un zapatazo de Theo Hernández se llevó un partido que tenía perdido frente a una Bélgica que la superó por fútbol, por sutileza, por orden y armonía, hasta que se dejó embargar por ese carácter ciclotímico que le impide dar el último paso en las horas irrevocables de la competición. El equipo de Mbappé —de nuevo a la sombra de Benzema— jugará la final de la Liga de las Naciones contra España, el próximo domingo en Milán, tras sobrevivir a una noche de miedo.
2
Courtois, Alderweireld, J. Denayer, Vertonghen, Tielemans (Vanaken, min. 69), Castagne (Batshuayi, min. 91), Witsel, Carrasco, Lukaku, Hazard (Trossard, min. 73) y De Bruyne
3
Lloris, Koundé, Lucas, Varane, Benjamin Pavard (Dubois, min. 91), Pogba, Rabiot (Aurelien Tchouameni, min. 74), Theo Hernández, Griezmann, Benzema (Veretout, min. 96) y Kylian Mbappe
Goles 1-0 min. 36: Carrasco. 2-0 min. 39: Lukaku. 2-1 min. 61: Benzema. 2-2 min. 68: Kylian Mbappe. 2-3 min. 89: Theo Hernández.
Tarjetas amarillas Vertonghen (min. 66)
Las primeras acciones suelen dejar una huella indeleble en la marcha de los partidos, sobre todo si son eliminatorios. No habían transcurrido tres minutos cuando Alderweireld practicó la jugada más vieja del fútbol y lanzó un balón largo, paralelo a su banda derecha, en dirección a Lukaku. El nueve, que es una mole, se vio venir desde lejos. Varane lo vigiló, lo siguió, lo encimó contra la banda… y no pudo más que gesticular desquiciado al ver que su presa había volado. Lukaku salvó 40 metros como un vendaval y centró. Atolondrado ante el pase al punto de penalti, Koundé no controló la pelota y De Bruyne fusiló a Lloris a bocajarro. La mano prodigiosa que desvió el tiro fue la última heroicidad del portero, capitán de Francia, predestinado a sufrir en Turín.
Es probable que la facilidad de Bélgica para atacar los espacios persuadiera a Deschamps, o a sus tres centrales, de cuidar la espalda con un afán desmedido. Arrastrada por una zaga descoordinada, Francia dio diez pasos atrás. El equipo al completo comenzó a oscilar como un andamio inestable y De Bruyne lo zarandeó con rabia. El mediapunta interpretó la coyuntura. A base de moverse a los espacios vacíos, que eran muchos, De Bruyne recibió y movió la pelota —y a su equipo— hasta invadir el mediocampo francés tejiendo una red de conexiones.
Ahí donde Pogba buscaba compañeros sin encontrarlos, bogando entre las líneas separadas pidiendo una presión que nunca llegaba, donde Griezmann corría hacia atrás sin el socorro de Mbappé ni Benzema, sus rivales progresaban con complicidades instantáneas, más y mejor agrupados alrededor de la pelota. De Bruyne ganaba tiempo para que Witsel y Tielemans se incorporasen, y Hazard siempre conseguía recibir entre líneas, en donde indefectiblemente le sustentaba Lukaku, omnipotente ante los centrales despavoridos. Incapaz de hilar un ataque si no contragolpeaba, Francia se hundía y se desanimaba, cada vez más lánguida, cuando Hazard y De Bruyne combinaron por la izquierda y habilitaron a Carrasco. El extremose fue de Pavard y remató ante la pasividad de Koundé, que no cerró, y de Lloris, que no cuidó su palo. El 1-0 concretó un dominio casi apabullante.
El gol no solo petrificó a Lloris. Toda Francia permaneció aturdida mientras De Bruyne y Hazard volvían a intercambiarse la pelota con toda la naturalidad del mundo ante la mirada atónita de Deschamps. El seleccionador estaba en el alambre. La crisis se declaraba con estrépito cuando Lukaku recibió de espaldas un pase de De Bruyne, dejó correr la pelota, engañó a Lucas y sobre el giro remató al primer palo el 2-0. Otra vez, Lloris quedó retratado.
Francia se fue al descanso fundida y salió dividida. De un lado Griezmann arengando a la plebe, y del otro Mbappé con Benzema hablando de sus cosas. Reflejo del estado moral de un equipo en transición desde que Deschamps rellamó al goleador del Madrid, protagonista de la revuelta en la segunda parte.
Equipo bipolar
Si Francia es una selección de vestuario levantisco, Bélgica exhibe ramalazos de aburguesamiento. Equipo bipolar donde los haya, se acomodó en su ventaja. Envanecido Tielemans y fatigado Hazard, a De Bruyne, que tampoco está muy ligero de piernas, le faltó una vía de salida. La distensión mínima se convirtió en un margen crítico frente a un adversario desesperado por la necesidad de ofrecer respuestas. Tras la bochornosa eliminación de la Eurocopa en octavos de final, ante Suiza, con miles de hinchas desplazados en Turín para dar fe de otro derrumbe, los franceses arremetieron por puro orgullo. Pasada la hora de partido Mbappé entregó a Benzema una pelota cualquiera y el punta madridista la convirtió en gol. En dos toques. La maniobra, entre Witsel y tres defensas contrarios, fue digna de Benzema. El 2-1, a la media vuelta, de zurda, fue el gol más importante de la noche porque sirvió de punto de apoyo a una remontada que parecía imposible.
Incapaz de conservar la pelota ni de elevar la defensa, Bélgica fue víctima del descontrol que se produjo a medida que sus futbolistas más creativos perdían energía y Francia se fortaleció con la entrada de Tchouaméni, otro prodigio atlético, en auxilio de Pogba. La suerte belga se torció cinco minutos después del 2-1, cuando el VAR dictaminó un penalti sobre Griezmann por un pisotón de Tielemans y Mbappé pidió redimirse de su lanzamiento fallado en la tanda fatídica que eliminó al equipo de la Eurocopa. El 2-2 devolvió el optimismo a Francia y recolocó a Mbappé en la senda del gol después de una racha de 11 partidos internacionales en los que solo había marcado una vez.
El VAR anuló un gol de Lukaku por fuera de juego en los minutos finales, cuando el partido hervía. Pero en el intercambio furibundo de golpes y contragolpes fue Theo Hernández, con un cañonazo desde el vértice del área, quien venció a Courtois en el último aliento de un partido descomunal.
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