Como ya sucediera con el turno alemán, el relevo de la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, que desde el día 1 asume Francia, se produce en un momento en el que la pandemia ha situado a la Unión ante una agenda ambiciosa. Empujada por la covid-19, esta ha permitido dar pasos históricos en el avance del proyecto de integración y reforzar el rol de este tipo de mandatos con un margen de maniobra bastante limitado desde el Tratado de Lisboa. No fue el caso de Alemania, con un papel preeminente durante su presidencia en el semestre de julio a diciembre de 2020 debido a la coyuntura y a su indudable liderazgo en el club comunitario. Lo constató el empuje con que se enfrentó al desarrollo de una estrategia de vacunación conjunta que fue piedra angular de la respuesta europea a la pandemia al garantizar su distribución equitativa para todos los ciudadanos de la Unión. Pero también el impulso que dio para poner en pie el plan de recuperación más ambicioso de la historia de la UE, con un fondo de más de 750.000 millones de euros respaldados por una deuda mancomunada que podría ser el embrión de un brazo fiscal europeo.
Francia llega a la presidencia siendo consciente de que el año 2022 será “un punto de inflexión” para Europa, tal y como afirmó el propio Emmanuel Macron en su discurso de Año Nuevo. Y lo es porque la reforma de las reglas fiscales, ahora temporalmente suspendidas por la pandemia, será el debate político central durante este tiempo. El margen legislativo de la presidencia es limitado, y en esa parte deberá seguir tramitando las reformas que hay sobre la mesa, como el establecimiento de salarios mínimos en toda la UE, la regulación de los gigantes digitales o la creación de un impuesto al carbono sobre los productos importados a Europa. Pero Macron ha dejado claro que su prioridad política es la reforma del pacto de estabilidad como parte del desarrollo de la soberanía estratégica de la Unión. Así lo demuestra el artículo que firmó hace apenas unos días conjuntamente con el italiano Mario Draghi, en el que afirmaba que las normas fiscales actuales de la UE son demasiado anacrónicas y hay que adaptarlas. La cumbre anunciada por el propio presidente, que se celebrará en febrero, tiene como objetivo convertirse en el primer asalto a esta reforma.
La valoración de la presidencia francesa dependerá del impulso que dé a sus prioridades políticas, especialmente en el ámbito fiscal y de seguridad, comprendidos ambos bajo el paraguas de una ambiciosa idea de soberanía estratégica. Al igual que Alemania, Francia tiene la capacidad de imponer un liderazgo potente aprovechando el patrón de respuesta europea que se ha creado durante la pandemia, como modelo y palanca, también, para la inversión digital y medioambiental. Sin embargo, Macron podría acabar con un mandato trastocado por las elecciones en Francia o el auge de la variante ómicron. Algo más que audacia política necesitará el dirigente para evitar que lo acusen de utilizar la presidencia francesa para su campaña electoral.
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