Ha sido recurrente en nuestra conversación pública, sobre todo entre las izquierdas menos imaginativas y nacionalismos periféricos. ¿El dictador está muerto o nos equivocamos en 1975 y estaba tomando cañas? En el otoño del año de los prodigios —1992, naturalmente— el hispanista holandés Sebastiaan Faber vivía en Madrid. Investigaría el exilio español en México. Y como si fuera el Charlot de Tiempos modernos, un día se descubrió en medio de la multitud en la plaza de Oriente. Lo que vio lo contó en una crónica. “De repente empieza a sonar la música por los altavoces. Como si siguieran una orden inaudible se alzan brazos por doquier. Los brazaletes rojo y gualda por encima del hombro derecho brillan con la luz matutina. Y cerca de 8.000 gargantas empiezan a entonar el Cara al sol, el himno de la Falange”. Era la conmemoración de la muerte de Franco. A pesar del impacto al contemplar el facherío desencadenado, aquel aquelarre resultó ser uno de los menos concurridos desde que se celebraban.
Pero los fantasmas aparentemente no desaparecían y, de alguna manera, regresaron con la exhumación. “Su significación emocional fue, para mí, nula. Lo vi como parte de una batalla puramente propagandística”, le confiesa J. A. Zarzalejos. Durante los meses posteriores al acto fallido e incómodo en el Valle de los Caídos, Faber entrevistó a académicos, pensadores y periodistas para preguntarles si consideraban que Franco estaba vivo o no y hasta qué punto el franquismo seguía presente en la política, la economía, la judicatura… Sus respuestas son la base de Franco desenterrado, un reportaje notable publicado primero en inglés y que se inscribe en la revisión crítica del relato sobre la dictadura y la Transición que se solidificó a partir de la crisis de 2008. Pero no es únicamente un libro de entrevistas a voces disidentes con el relato consensual, sino también un ejercicio independiente de crítica cultural que no concluye como podría presumirse. “En lo tocante a la gestión de un pasado complicado, conflictivo y violento, España no es un caso único en el mundo”. No somos tan different.
¿Cuál sería, pues, nuestro hecho diferencial tras 40 años de autoritarismo dictatorial? No hay una única respuesta, pero domina una hipótesis: el franquismo petrificó en el timón de mando a unas familias que se adscribían a tradiciones conservadoras o reaccionarias del siglo XIX. El poder sería de esas élites y no les sería discutido. Desde finales de la década de los cincuenta del XX, desde el Estado y desde los núcleos industriales, ellas protagonizaron la definitiva aclimatación en España de un capitalismo de baja calidad democrática. Y ellas diseñaron y comandaron el cambio institucional durante la Transición para normalizar lo que en 2008 empezó a ser denunciado como una anomalía (y que Sánchez-Cuenca, por ejemplo, señalaba el martes en La real corrupción). El proceso que desembocó en esa aclimatación capitalista es el tema de fondo del ensayo escrito por uno de los entrevistados de Faber: La revolución pasiva de Franco, de José Luis Villacañas Berlanga. ¡Librazo!
El general fue un empresario de la guerra, con una concepción militar arcaica y una personalidad solo interpretable con modelos de comportamiento antiguo
El libro del profesor Villacañas tiene dos partes. Una bajo la advocación de Maquiavelo y la otra bajo la de Gramsci. En la primera utiliza La vita di Castruccio Castracani da Lucca para caracterizar a Franco como “el último condotiero europeo”. El general fue un empresario de la guerra, con una concepción militar arcaica y una personalidad solo interpretable con modelos de comportamiento antiguo, que, como el condotiero exitoso, logró convertirse en príncipe de un nuevo reino. Un metódico realismo político le llevó a la jefatura contrarrevolucionaria y, entre el aniquilamiento schimittiano de quienes consideró sus enemigos (Azaña era su mejor encarnación) y una lectura astuta de las coordenadas geopolíticas, nutrió una nueva nación con sentimientos negativos. “Odio, miedo, daño, resentimiento, desprecio, carencia de perdón, compra, venta, vencedores y vencidos, y cálculo, sobre todo cálculo”. Destruida la forma republicana de la nación, en España desapareció la libertad política. Fue entonces cuando se institucionalizó una dictadura “intrínsecamente católica” y fue en ese régimen, gracias a él, cuando se produjo la aclimatación capitalista en nuestro país, la que Villacañas considera que fue posible, usando a Gramsci, en virtud de una revolución pasiva: esa modernidad autoritaria pilotada por los tecnócratas, apoyando los centros de desarrollo industrial históricos y durante la que el bloque de poder tradicional se regeneró soldándose al Estado e impulsando la gran empresa.
Esta teoría sobre cómo la aclimatación capitalista ocupa la segunda parte del libro. La capacidad del autor para explicar ese proceso y, al mismo tiempo, detectar cómo generaba tensiones sociológicas que se manifestaban en discursos culturales (en películas, por ejemplo) es más que notable y evidencian la necesidad de contar con una monografía sistemática sobre los años del Fraga ministro. Diría que la conclusión del autor es que dicho bloque de poder no es un muerto vivo, hoy, sino, al contrario, defiende con vigor su posición de dominio. La conquistó durante la guerra, se sincronizó con la Guerra Fría y acertó a la hora de mutar durante la Transición. La clave de bóveda fue el nuevo príncipe. “El rey quería así disponer tanto de la legitimidad hereditaria como de la democrática y ser el héroe que ultimara la revolución pasiva logrando que la monarquía fuera popularmente aceptada tras haber sido decretada por Franco”. Es una tesis que merece ser considerada muy seriamente a la hora de comprender el siglo XX español. Y nuestro presente.
Autor: Sebastiaan Faber.
Traducción: Ferran Pontón.
Editorial: Pasado&Presente, 2022.
Formato: tapa blanda (225 páginas, 24 euros).
Autor: José Luis Villacañas Berlanga.
Editorial: Harper Collins, 2022.
Formato: tapa blanda (504 páginas, 22,90 euros) y e-book (10,99 euros).
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