Entre uno y dos puntos porcentuales. Así de pequeña es la brecha que separa a Keiko Fujimori de Pedro Castillo. Este último lleva toda la campaña dominando la carrera hasta el Palacio de Gobierno, pero en el último mes la candidata de Fuerza Popular ha conseguido arrastrar a buena parte de la indecisión. Castillo contaba desde la casilla de salida con casi la mitad de los votos efectivos; pero Fujimori, la carga de su apellido y de su propio pasado, partían con menos de un tercio. Para superarla, se ha apoyado en la polarización.
Elecciones en Perú
Pedro Castillo ha labrado una carrera política fuera de los canales habituales de la élite política limeña. Desde el sindicalismo educativo y alejado de la capital, Castillo trajo inesperadamente a una segunda vuelta posturas a la izquierda en el aspecto económico, envueltas en conservadurismo moral y retórica de pueblo despojado contra, precisamente, esa élite limeña en la que también se enmarca su rival. Para contrarrestarlo, la candidata ha invertido todo su discurso en la lógica de orden (ella) versus caos, tratando de identificar a Castillo con las derivas autoritarias y anti-mercado de países vecinos, particularmente Venezuela. Con ello, Fujimori ha confiado en que el miedo o el rechazo ideológico fueran lo suficientemente altos como para atraerse a votantes que, más que elegirla a ella, estarían escogiendo cualquier cosa antes que Pedro Castillo. Según los datos, la polarización estaría funcionando justamente en este sentido.
Además de las encuestas clásicas de intención de voto, en las que se permite a las personas mostrar indecisión o elegir voto en blanco, las principales casas demoscópicas peruanas realizan en la recta final lo que llaman simulacros de votación: estudios que cuentan con las mismas garantías de representatividad que las encuestas, pero en los que además se restringe la elección a dos candidatos con una papeleta simulada. De aquí se extrae una estimación de votos válidos emitidos para cada candidato, reduciendo al máximo las dudas individuales. El promedio de los últimos cuatro ejercicios de simulacro publicados pone la incertidumbre agregada al máximo: 50,4% para Castillo, apenas 0,7 puntos menos para Fujimori (49,7%).
Esta minúscula diferencia se ha venido haciendo más pequeña en la segunda mitad de mayo. Los primeros simulacros de votación mostraban huecos que, aunque dentro o alrededor del margen de error, eran más significativos: entre 3 y 5 puntos porcentuales. En uno de los simulacros, incluso, Fujimori se pone por delante de Castillo, así sea por apenas 1,4 puntos.
La tendencia individualizada de cada simulacro también apunta en esta misma dirección. Por ejemplo, el elaborado por la encuestadora Ipsos Perú marcó una pérdida de 1,5 puntos para Castillo entre el 21 y el 28 de mayo (de 52,6% a 51,1%) y un ascenso del mismo valor para Fujimori (de 47,4% a 48,9%). En el realizado por Datum, que otorgaba la mayor ventaja a Castillo (6,4 puntos: 53,2% vs. 46,8%) de las observadas, la contienda se convirtió en un empate virtual (50,5% vs. 49,5%) en solo una semana.
Basado en estos mismos datos, el pronóstico estadístico de la plataforma independiente Cálculo Electoral elabora un pronóstico que discrimina y corrige los sesgos y las calidades de las encuestas. Dicho ejercicio sirve, más que como mecanismo de predicción indiscutible, como herramienta para calibrar la incertidumbre: ¿cómo de segura o insegura es una victoria del candidato que lidera las encuestas a una semana de la votación, cuando se inicia la limitación normativa que aplica a los medios radicados en territorio peruano para publicarlas? La respuesta de los analistas Ricardo Viteri, Sebastián Naranjo y Carolina Viteri: en aproximadamente seis de cada diez mundos posibles, Castillo ganará la elección. Pero en otros cuatro de cada diez, ésta iría para Keiko. Es decir: hay poca certidumbre, pisamos terreno inestable, cuando transitamos por márgenes tan estrechos.
Tal es la naturaleza de elecciones extraordinariamente polarizadas, en las que la decisión de voto contra pesa tanto o más que la decisión de voto a favor. El electorado se moviliza de manera extraordinaria, y el equilibrio al que tiende es la división del país en dos mitades. Se trata en cierta medida de una ilusión favorecida por los intereses de las candidaturas, que tiende a desdibujarse fuera del punto álgido electoral, pero se siente como muy real en los ojos y las mentes de todos los que deben asistir a las urnas para deshacer un empate técnico: cada voto cuenta.
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