En apenas dos años, de 2018 a 2020, El Salvador consiguió reducir cerca de un 60% los homicidios. El despliegue de más de 5.000 soldados ha atenuado la violencia de las pandillas, una de las principales causas de los 20 asesinatos diarios que se llegaron a registrar en el país. Pero el Gobierno de El Salvador sabe que con eso no basta. El principal objetivo ahora es evitar que los jóvenes entren en un mundo que sistemáticamente les conduce a la delincuencia. Para ello, una de las salidas que ha encontrado es aliarse con la FUNDACIÓN LaLiga. Esta entidad, en colaboración con autoridades locales, ha creado a través del proyecto LaLiga, Valores y Oportunidad un equipo de casi 300 formadores que tienen la misión de alejar de la violencia a cerca de 26.000 niños a través de la pasión por el fútbol. Es la otra fuerza para frenar el gran problema de un territorio, la cuarta economía de Centroamérica, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde viven seis millones y medio de personas.
En dos años de colaboración, y pese a la pandemia, FUNDACIÓN LaLiga y el INDES (Instituto Nacional de Deportes de El Salvador) ya han puesto en funcionamiento 59 escuelas sociodeportivas. En ellas se estimulan tanto la transmisión de valores asociados al deporte ―la salud, el compañerismo, la igualdad o el respeto― como el aprendizaje de las competencias futbolísticas básicas. Lo hacen centenares de monitores formados por el español Pablo Malavé, entrenador con la licencia UEFA A, un título que capacita para estar en cuerpo técnico profesional, y repartidos por toda la geografía salvadoreña. “Está planificado abrir un centro para cada uno de los 262 municipios del país. Cada escuela albergará una media de 100 niños y niñas”, explica Olga de la Fuente, directora de la FUNDACIÓN LaLiga.
Uno de los grandes nombres implicados en el proyecto es el de Yamil Bukele, hermano del presidente de El Salvador desde 2019, Nayib Bukele, y presidente ad honórem del INDES. Aunque nació en una familia con recursos, hijo de un ingeniero químico, quizá representa mejor que nadie cómo el deporte puede convertirse en el eje de una vida entera. Él fue baloncestista profesional, primero, y luego entró en los despachos para convertirse desde hace dos años en vicepresidente de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA).
“Yo empecé jugando en la calle, con chicos de altos y de bajos recursos. No había comparaciones allí, ni culturales ni de clase. Por eso ahora trato de defender que la gente de un nivel socioeconómico bajo también tenga acceso a oportunidades. Los niños buscan en las maras [pandillas] un refugio, una familia, por un problema político o cultural. Pero nosotros también podemos ofrecerles eso”, defiende al teléfono, convencido de que el deporte es “un detonante para cambiar destinos” y puede generar un enorme sentido de pertenencia.
El espíritu de Bukele es compartido por Rigoberto Rodríguez, formador del proyecto de la FUNDACIÓN LaLiga y el INDES que ve en el deporte una ocasión de “cambiar mentalidades” de jóvenes de 9 a 16 años, una edad decisiva para enderezar su futuro. Rodríguez, de 64 años, lleva desde los 14 como entrenador. Ha dirigido a pequeños y mayores, a futbolistas con proyección y a otros que no eran tan prometedores. Pero desde que aterrizó hace un tiempo en Puerto El Triunfo, un municipio de 20.000 habitantes al este del país, es consciente de que su prioridad con el balón es social. “Cuando llegué era un pueblo fantasma. Balaceras [tiroteos] por todos lados. Luego empezamos con el fútbol y desde ese momento se abrieron más espacios para otras comunidades. Se forjaron lazos de amistad. Gracias al fútbol Puerto El Triunfo ha mejorado”, relata.
El único salvadoreño que triunfó en el fútbol español
En casi 100 años de historia, solo un salvadoreño ha sido futbolista de élite en España. Eso sí, Jorge Alberto González Barillas, conocido como Mágico González, alcanzó el rango de leyenda gracias a sus brillantes actuaciones con el Cádiz CF, club de LaLiga Santander, a principios de los ochenta. Mágico también catapultó a su país hacia su segunda (y hasta la fecha última) participación en una Copa del Mundo en 1982.
Bryan Daniel Reyes quizá podría ser el próximo ídolo de la afición en El Salvador. A los 12 años, de momento, es uno de los alumnos de la escuela LaLiga, Valores y Oportunidad en Santa María Ostuma, una localidad de unos 5.000 vecinos a algo más de una hora al sur de la capital. Su día empieza en un corral, donde da de comer al ganado propiedad de su familia sobre las seis de la mañana, y termina sobre el terreno de juego. “El fútbol me ha ayudado mucho a tener disciplina”, cuenta este chico que pese a ser lateral derecho tiene como ídolo a Messi.
Aunque la finalidad de las escuelas promovidas por la FUNDACIÓN LaLiga es esencialmente social y educativa, la promoción del deporte puede estimular el surgimiento de nuevas promesas. Martín Javier Pardo, delegado de LaLiga en Centroamérica, es un buen conocedor del talento surgido en estas tierras. “Me quedé impactado por las posibilidades del país cuando estuve allí. La gente sigue muy de cerca a los equipos y creo que el fútbol está en crecimiento. Están trabajando arduamente para mejorar el deporte”, concluye.
Incansable en su amor hacia el balompié, ni la pandemia ni un cáncer de riñón que le detectaron hace poco han hecho a Rodríguez desistir de su pasión. “Yo en la casa me muero. Necesito movimiento. Venir para acá y saber que preparamos entrenamientos con un valor”. Su recompensa, dice, está en esos pequeños cambios que le acercan a ese objetivo de mejorar la convivencia. “Todos los niños te saludan, te respetan. Los buenos días, las buenas tardes, adiós profe… Ese cariño, ese acercamiento. Todos somos parte de algo”, afirma.
Para la directora de la FUNDACIÓN LaLiga, el proyecto LaLiga, Valores y Oportunidad “promueve una práctica deportiva saludable entre la niñez y la adolescencia para favorecer el desarrollo integral de las futuras generaciones salvadoreñas, ofreciéndoles un marco de oportunidades y el fomento de valores vitales para su desarrollo”. Además, explica, la iniciativa no solo impacta en los jóvenes, sino también a unos formadores a los que se ofrece una salida laboral.
Por su parte, Álvaro Argueta, jefe del departamento de Oportunidad del Instituto Nacional de Deportes de El Salvador, destaca la utilidad del fútbol a la hora de encontrar la concordia en un país donde las pandillas incluso controlan de facto partes del territorio, entrando en conflicto armado entre ellas y con las autoridades. “En una misma academia había personas relacionadas con tres pandillas en contienda. Logramos que en lugares neutros se celebraran encuentros deportivos entre comunidades y mediar en la construcción de un tejido social. El proyecto tiene sentido cuando logra crear un sentido de pertenencia para todas las comunidades”, argumenta.
Ese sentido de pertenencia único del que habla Argueta, y que pocas cosas como el fútbol y el deporte en general pueden estimular con tanta fuerza, es la gran esperanza, el gran legado que quiere dejar la organización española de la mano del Gobierno de El Salvador en ese país. “Una de las estrategias más acertadas es no excluir a los pandilleros. Son sus hijos, los vecinos, los primos quienes están en las academias. Cortar esa cadena de violencia en las familias es un reto que hemos asumido”, resume.
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