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Gary Baker: “Que un hombre sienta que debe rendir cuentas si abusa de su poder es fundamental”


Gary Barker (Bakersfield, California, 60 años) empezó a preguntarse muy joven qué significa ser hombre. Este psicólogo, conferenciante e investigador ha asesorado a la ONU y al Banco Mundial sobre cómo incluir a los hombres en el debate feminista y cómo replantearse la masculinidad: quién cuida, cómo se desarrolla la violencia, por qué no llega la paridad a las empresas. Esta semana participa en Sevilla en el encuentro europeo Agendas feministas sobre hombres y masculinidades. Dirige la ONG Promundo, centrada en “masculinidades saludables e igualdad de género”. Barker prefiere hablar de “aliados o cómplices” en lugar de hombres feministas: “Así rompemos la idea de que cuando llegamos los hombres asumimos el liderazgo de todo”. El investigador respondió por videoconferencia a las preguntas de EL PAÍS el pasado viernes desde la Universidad de Coimbra, en Portugal, donde colabora como investigador.

Pregunta. ¿Cómo es un hombre aliado o cómplice del feminismo? ¿Por qué se interesó usted por estas cuestiones?

Respuesta. Es un hombre aliado políticamente y en su vida diaria se toma en serio la igualdad tanto en casa como en los espacios laborales. Quiere alzar la voz contra la violencia hacia las mujeres y asume una postura personal y política, tal como nos enseñan las feministas. En mi caso, hay mucha historia personal detrás. Mi padre es trabajador social, un campo muy feminizado, donde se conocen historias de niños en situación de abandono y maltrato. En casa he vivido un modelo de masculinidades cuidadoras. De joven también escuché muchas historias de mujeres jóvenes maltratadas por hombres, desde hostigamiento a violencia sexual. Me puse a pensar en esa situación de inseguridad que sienten las mujeres muchas veces en su vida. Y viví un tiroteo en mi instituto cuando tenía 17 años. Gracias al movimiento feminista, encontré un espacio para resolver las cuestiones de violencia. Quiero ser una voz contra esa violencia. Fue muy inspirador mi trabajo en América Central, en Colombia, en Brasil. Y también conocer a mujeres activistas que nos dicen: ‘Os necesitamos como parte del movimiento, no en nuestros lugares, pero como parte de esa lucha’.

P. ¿Cuáles son los objetivos de las jornadas que celebran en Sevilla?

R. Llamar la atención sobre la violencia de hombres contra mujeres, que sigue siendo demasiada pese a los esfuerzos. Hay que mantener el foco y la conciencia. También mejorar cómo pedimos a los hombres que cuestionen e intervengan cuando son testigos de esa violencia. En el tema del liderazgo político, nos preocupa que no haya igualdad en los parlamentos ni en los centros de trabajo. Y no hay un solo país en el mundo que haya logrado la igualdad en el cuidado en casa.

P. ¿Qué puede ganar un hombre que se replantee su masculinidad?

R. Podemos ser más honestos en unas relaciones más igualitarias. La calidad de la vida íntima mejora, igual que las relaciones con los hijos y otras personas que cuidamos. Cuando el debate se enfoca en la seguridad e igualdad plena de las mujeres en los lugares públicos, nosotros también nos beneficiamos porque hay menos violencia contra nosotros. El ambiente es más colaborativo. El gran desafío para mí es romper esa idea de que si las mujeres ganan los hombres pierden. Es cierto que si hay un puesto de vicepresidente, por ejemplo, algunos hombres vamos a perder si las mujeres optan al puesto. Pero eso es competir en igual. Perderemos algunos privilegios, pero las ganancias son mayores.

P. ¿Por qué cree que es un tema que no interesa demasiado a los hombres?

R. Por un lado existen políticas identitarias que nos ponen en ese mundo competitivo y en una idea de que estamos unos contra otros, de ahí la asociación de que si ellas ganan yo voy a perder. A la derecha le encanta ese discurso del miedo: perder ante los inmigrantes, ante el público gay, ante las mujeres. Tenemos que ser creativos en cómo presentamos a los hombres esas ganancias de la igualdad.

P. ¿Usa su propia experiencia para explicar todo esto cuando está con amigos o conocidos?

R. Claro. Yo no digo a mis amigos: ‘Vamos al bar a hablar sobre igualdad de género’. No es una conversación que salga de esa manera. Pero si pregunto cómo le va con la paternidad, si terminó hace poco una relación, a quién ama y quién le ama… Así la conversación se vuelve honesta y puedo escuchar de forma empática. Ahí podemos empezar una conversación más profunda para que se empiecen a cuestionar las desigualdades y los costes de las masculinidades tradicionales, como las relaciones que han perdido o hijos que se han alejado de ellos. Cuando los hombres logramos cuestionar los costes que las masculinidades tradicionales tienen para nosotros, muchos entran en proceso de cambio personal y otros empezamos a entrar en procesos de cambio político.

P. ¿Qué es lo que más le ha costado a usted de ese camino?

R. Ser emocionalmente honesto y empezar a cuidar y amar a las personas sin querer nada a cambio. Tengo la suerte de tener una compañera paciente conmigo y generosa y una hija provocadora que me disculpa por mis errores como papá y también ve mis intenciones positivas y generosas con ella. Es fundamental esa honestidad de decir me equivoqué. A los hombres nos cuesta mucho admitir errores por esa presión de ser perfecto, viril, competidor.

P. ¿Qué cambios ha visto en las décadas que lleva usted de investigación y dónde ve menos cambios?

R. La generación más joven, tal vez como resultado de los avances del movimiento LGTBI, está haciendo un cuestionamiento fundamental de los papeles de género. También es destacable el impacto en algunos espacios laborales y políticos donde no hay igualdad pero sí mejora. En las instituciones en las que las mujeres ocupan el 30% de los puestos de liderazgo empieza a haber cambios culturales. También el efecto del movimiento MeToo: el hecho de que haya hombres que tengan miedo de ser denunciados es doloroso pero positivo. Que un hombre sienta que debe rendir cuentas si abusa de su poder es fundamental, eso se llama igualdad. Queda mucho por hacer, pero que muchos hombres crean que tienen que tener cuidado para no ser idiotas, es positivo. Lo veo como avance.

P. ¿Y qué es lo que ha avanzado menos?

R. Seguimos mirando el cuidado como una tarea femenina. Hay más hombres que asumen su papel en la paternidad, trabajando directamente en el cuidado, pero las profesionales son sobre todo mujeres: las enfermeras, las cuidadoras en las guarderías y en casa a los ancianos. Y seguimos con una homofobia y transfobia fuertes.

P. ¿Cómo ve el avance de la ultraderecha en Europa y América en relación con este asunto?

R. Hay proyectos políticos y movimientos de algunas iglesias protestantes y católicas abiertamente contra nuestras ideas de masculinidades más igualitarias. Hacen campañas diciendo que queremos acabar con la familia, que somos pervertidos y queremos convertir a sus hijos en gente gay. Son buenísimos en construir sus mensajes. Nosotros necesitamos horas de conversaciones demasiado académicas intentando convencer a las personas y ellos solo dicen: ‘Dios creo diferentes a hombres y mujeres’. Son mensajes mucho más simples.

P. ¿Y cómo los contrarrestan?

R. Parte de la conversación en el seminario de Sevilla es esa. No tenemos todavía buenas estrategias. Necesitamos unirnos más con las feministas y los grupos LGBTI, construir mensajes con más claridad. Yo diría que convertir a la ultraderecha va a ser imposible, pero hay plataformas con posibilidad de diálogo y de presentar masculinidades equitativas, no violentas, cuidadoras. Tenemos que salir de nuestros espacios aislados.

P. ¿Cómo ve el futuro?

R. Si miro a mi hija y a su generación, siento optimismo. Veo una fuerza feminista joven que incluye algunas voces de hombres también. En las conversaciones que tiene la generación de ella sobre la fluidez de los papeles de género veo una avance tremendo. Si pienso en las fuerzas conservadoras de la derecha y la ultraderecha siento pesimismo, pero apuesto por la fuerza juvenil feminista: van a ganar el mundo.


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