El 11 de enero del año pasado, una revelación dejó helada la sala de conferencias de Melbourne, cuando Andy Murray accedió con el gesto torcido y nada más tomar asiento rompió a llorar ante los allí presentes. “Siento mucho dolor, y no puedo seguir así”, expuso el tenista escocés, que jamás se ha rendido sobre una pista pero que en ese momento tuvo que claudicar ante el castigo constante de su cadera. El fiero competidor de Dunblane, exnúmero uno y tricampeón de Grand Slam, colgaba la raqueta. Un año atrás ya había pasado por el quirófano, pero el mal persistía y le paralizó un curso entero, hasta que reventó emocionalmente.
El adiós de Murray suponía el principio del fin de una era, de la desaparición de la cuarta pieza del gran puzle, el del Big Four. En realidad, él fue un eslabón entre los tres tenores y los jugadores terrenales, y de ahí el aprecio general del aficionado, agradecido de que un insurgente se interpusiera ante Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. La despedida, pues, escocía, pero Murray, devoto donde los haya porque pocos jugadores demuestran tanto respeto por su deporte como él, se dio una última oportunidad para evitar el cierre oscuro de una carrera formidable.
Reconstruyó por completo su cadera e inició el resurgimiento que retrata el documental Andy Murray: Resurfacing, que recoge el laberíntico proceso médico y psicológico por el que atravesó el escocés entre aquella derrota en Wimbledon 2017, ante Sam Querrey, y la fecha oficial de su vuelta, con una doble victoria el año pasado en Queen’s. “Quiero volver a jugar un Grand Slam”, proyectó entonces, y en base a eso trabajó hasta que todas las piezas prácticamente encajaban; sin embargo, un contratiempo pélvico le impidió regresar hace nueve meses en Australia y luego irrumpió la covid-19.
Finalmente, después de la travesía Murray ha regresado, orgulloso de su cadera de metal y con el mismo apetito de siempre. Competitivo como pocos —su expediente también recoge la Copa Davis (2015), 14 Masters 1000 y tres medallas olímpicas—, es consciente de que su realidad le da para lo que le da, que no es poco. Fulminó en el torneo de Cincinnati a Frances Tiafoe y Alexander Zverev, una década más joven que él, y asiste en Nueva York con la satisfacción de haber saldado una deuda pendiente consigo mismo.
“He vuelto”.
De modo que, 20 meses después, Murray pisa de nuevo un gran escenario. “Ha sido difícil llegar a este punto, después de mucho trabajo duro y muchos altibajos, pero he logrado regresar”, valora en unas declaraciones recogidas por la ATP el campeón de 2012 en Flushing Meadows, donde afronta la nueva realidad del deporte, de casi todo en realidad. “Es triste, echo de menos a la gente”, dice, “y será extraño salir a un estadio tan grande y literalmente no tener a nadie en las gradas, pero estoy deseando jugar otra vez un Grand Slam”.
El escocés, de 33 años, se medirá en la primera ronda a un hueso japonés, el hiperdinámico Yoshihito Nishioka (18.00, Movistar Deportes). Lo hará saboreando la sensación de reaparecer en la inmensa y vertical Arthur Ashe. “Físicamente, en este momento me siento bastante bien, así que estoy muy feliz por eso porque me permite entrenarme y prepararme adecuadamente, básicamente disfrutar de mi tiempo en la pista”, observa el jugador que comandó el circuito durante 41 semanas, entre 2016 y 2017.
“Probablemente no soy tan rápido como antes, pero puedo salir a competir y concentrarme en el tenis. Con suerte, podré durar un partido a cinco sets sin que mi rendimiento se deteriore seriamente a medida que avanza”, prolonga. “En los partidos que jugué, me sentí bastante bien en la pista con mi cuerpo. Seguían siendo difíciles y estresantes, pero era una sensación agradable estar compitiendo porque mi cuerpo se sentía realmente bien”, concluye Murray.
Invitado por la organización e instalado en el 115º puesto del ranking, se avergüenza cada vez que cruza el arco de seguridad de un aeropuerto y se dispara la alarma del detector de metales. Comprometido y concienciado, su mensaje insiste en la equiparación económica entre jugadores y jugadores, y cada vez que puede elogia a un compañero que, de alguna forma, guarda más de un paralelismo con él: Roberto Bautista Agut. Preguntado por quién es el tenista más infravalorado, responde: “Él. Lleva mucho tiempo en el top-20″.
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