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Genevoix, escritor de la Gran Guerra, ingresa en el Panteón


Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, poetas y amantes, podrían entrar en el Panteón, el templo laico de la República, donde reposan los “grandes hombres” de la nación, y un puñado de mujeres. La iniciativa para trasladar sus restos al monumento agita en Francia un debate entre literario y político. ¿Es hora, por fin, de honrar a dos de las mayores glorias de su literatura, perseguidas en su tiempo, y entronizar en su pedestal más alto a sus malditos? ¿O canonizar de esta forma a Rimbaud y Verlaine supone un insulto póstumo a quienes les habrían horrorizado los homenajes oficiales? El presidente, Emmanuel Macron, tendrá la última palabra.

Todo empezó el pasado marzo, justo antes del confinamiento, cuando un grupo de amigos —entre ellos el editor Jean-Luc Barré y el ensayista Frédéric Martel—, de excursión por el norte de Francia, visitó el cementerio en Charleville-Mézières, ciudad natal de Rimbaud. Ahí está enterrado el poeta junto a su familia.

“Nos espantó un poco ver al pobre Rimbaud rodeado de los suyos, de quienes no cesó de huir durante su vida, y quienes, después de su muerte, tergiversaron el sentido de su obra”, explicaba hace unos días Barré, en la presentación de la nueva edición de la biografía de referencia del poeta, obra del ya fallecido Jean-Jacques Lefrère, prologada por Martel. “Nos dijimos: ‘¡Hay que hacer algo! ¡Tenemos que sacarlo de ahí!”

Así comenzó una de esas polémicas que solo podrían ocurrir en Francia, con bandos irreconciliables, tribunas en los medios de comunicación, intercambio de descalificativos, y todo a propósito de dos poetas del siglo XIX y de su significado para la historia de la literatura y para la Francia de hoy.

Más de cinco mil personas firmaron la petición, presentada el 9 de septiembre, para incorporar al autor de Una temporada en el infierno y al de los Poemas saturnianos en el Panteón. “Ambos al mismo tiempo, pero no como pareja”, precisa Martel, autor de Sodoma (Roca Editorial, 2019) y de otros ensayos sobre la historia y la cultura gay global. La actual titular, Roselyne Bachelot, lo apoya con entusiasmo. En algunos círculos de estudiosos y lectores de Rimbaud, pronto saltaron las alarmas. Y estalló una guerra civil entre rimbaldianos que, como recuerda Martel en el prólogo de la biografía de Lefrère, viene de lejos, cuando a la lectura católica del poeta Paul Claudel se oponía la surrealista de Louis Aragon y André Breton.

Si hacemos de ellos únicamente unos rebeldes, unos bohemios, unos anti-Francia, anti-escuela, anti-sistema, entonces tampoco hay que bautizar liceos y colegios con los nombres de Rimbaud o Verlaine

Frédéric Martel

“Señor presidente, usted que presta atención a los símbolos, no cometa este error, o peor: esta metedura de pata”, imploran los firmantes de una tribuna publicada el 17 de septiembre en Le Monde y firmada por Alain Borer, autor de varios libros sobre Rimbaud, y poetas, escritores y críticos como Adonis, Tahar Ben Jelloun o Antoine Compagnon. Los firmantes, disconformes con la identificación de Rimbaud y Verlaine como pareja, sostienen que “es imposible afirmar que Rimbaud fuese homosexual toda su vida; todo lleva a creer que su relación amorosa con Verlaine (…) formaba parte de la provocación antiburguesa”. Y ven en el intento de panteonizarles una señal de “la americanización [que] invade la cultura francesa”. Una tatara-sobrina-nieta del poeta, que firma esta tribuna, se ha quejado: “Todo el mundo pensará [que son] homosexuales, pero no es verdad”.

La petición original describe a Rimbaud y a Verlaine como “poetas mayores” que “por su genio” enriquecieron el patrimonio francés. Sobre todo —y esto es lo que ha irritado algunos rimbaldianos— les presenta como “símbolos de la diversidad” que “tuvieron que sufrir la homofobia implacable de su época”.

Verlaine pasó 555 días en prisión por disparar a Rimbaud, que sobrevivió con heridas leves y no denunció a su agresor. La condena, explican los redactores de la petición, estuvo ligada a su homosexualidad y a su papel en la Comuna de París. Eran gais —cuando la palabra “gay” no existía ni tampoco la de homosexual— y eran lo que hoy llamaríamos antisistema. Mal asunto en la Europa de finales del XIX.

Rimbaud, más allá de su leyenda

“Hay una idea un poco iconoclasta detrás de todo esto, un poco provocadora”, reconoce Barré. “Pero, más allá de esto, está la idea de hacer entrar la poesía y la juventud en el Panteón. Y de desempolvar un poco este lugar”.

Un argumento de quienes se oponen a la iniciativa es que ambos poetas, precisamente, no habrían deseado entrar en el templo de una patria de la que echaron pestes. “Dejemos libres a los poetas, tal como vivieron”, defienden en Le Monde.

El argumento parece un eco del poema de Luis Cernuda Birds in the night, de 1962, cuyo título está sacado de Verlaine, y que evoca la lápida que las autoridades pusieron en una casa de Londres “donde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja, vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron”. Cernuda lamenta que el país que en vida les vilipendió ahora “[use] de ambos nombres y ambas obras para mayor gloria de Francia y su arte lógico”. “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? Ojalá nada oigan”, concluía.

Martel recuerda en un correo electrónico que Rimbaud el rebelde cambió de opinión más tarde y buscó honores en la Exposición Universal, y que Verlaine quiso entrar en la Academia francesa.

“Si hacemos de ellos únicamente unos rebeldes, unos bohemios, unos anti-Francia, anti-escuela, anti-sistema, entonces tampoco hay que bautizar liceos y colegios con los nombres de Rimbaud o Verlaine, y no habría que meterlo en la Pléiade”, argumenta, en alusión a la prestigiosa colección de clásicos. “Si proponemos su panteonización, no es por ellos —están muertos y bien muertos—, sino por nosotros. El Panteón significa lo siguiente: ¿puede Francia saludar a la bohemia, a la poesía y a dos grandes homosexuales?”, se pregunta. “La respuesta es tres veces sí”.


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