Puede que, a su debido tiempo, un puñado de parejas españolas que estrenan paternidad ahora tengan que armarse de metáforas y responder a sus hijos la pregunta más trascendente de todas. La de cómo vinieron al mundo. Puede que, entonces, les cuenten que mamá, o papá, o los dos juntos, no podían tener niños ellos solos. Que lo intentaron todo, y nada. Pero que lo deseaban tanto, tantísimo, que pidieron ayuda a una señora muy buena de un país muy lejano para que les hiciera el favor de incubar su semillita, alumbrarla y entregar el recién nacido a sus verdaderos padres para poder al fin estar juntos. Esta es, más o menos, la historia que le cuentan todos los padres por vientre de alquiler a sus hijos. Pero puede que de los que estamos hablando tengan que dar explicaciones añadidas. Porque puede que el niño o la niña se conforme con un cuento tan bonito. Pero también que un día se haga más preguntas. Que echen cuentas. Que aten cabos. Que acudan a como quiera que entonces se llame la hemeroteca y conozcan la realidad sin florituras.
Sabrán entonces que las mujeres que los parieron a cambio de equis dinero tuvieron que hacerlo bajo las bombas de un tal Vladímir Putin que invadió Ucrania a sangre y fuego el año que nacieron. Que sus padres fueron a recogerlos por su cuenta y riesgo a un país en guerra y, una vez allí, exigieron al Gobierno ayuda para volver a casa tras culminar una práctica ilegal en España. Y sobre todo se enterarán de que casi nadie, casi nunca, habló de las madres que los parieron. Que casi nadie pensó, o no lo dijo, en que las mujeres que los llevaron dentro nueve meses como carne de su carne y sangre de su sangre y los entregaron con el cordón umbilical aún caliente pudieran sufrir depresión posparto, miedo extremo, hambre, frío, bombardeos, éxodo forzoso. ¿Por qué habrían de hacerlo? Ellas mismas firmaron voluntariamente un contrato para gestar por pura pobreza al bebé de unos españoles para quienes, por no tener, no tienen ni nombre, o no lo dicen. Para algunos son, simplemente, “las gestantes”. Así, sin paños calientes, cuando hasta los hornos de oferta tienen marca y garantía de dos años por si sufren con el uso. Dirán entonces que ellos lo hicieron todo por amor. De acuerdo. Pero ni en el amor ni en la guerra todo vale.
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