Gioconda Belli (Managua, 72 años), que vivía en el exilio cuando el Frente Sandinista combatía contra la dictadura de Anastasio Somoza, vive ahora su propio exilio, espantada ante la evidencia de que “el Gobierno de Daniel Ortega”, que fue su compañero de lucha, “ha perdido la razón”. Poeta, novelista, presidenta del Pen, asociación de escritores suspendida ahora en su país, este martes viaja desde Madrid a Estados Unidos y en seguida volverá a España para incorporarse al trabajo que le ha ofrecido una institución académica y prolongar su nuevo exilio. Antes de emprender su viaje, este lunes habló con EL PAÍS en el domicilio de su hermana, pintora.
Pregunta. Otra vez el exilio.
Respuesta. En aquel 1975 explicaba en el extranjero el horror de Somoza. Se habían cerrado las actividades cívicas y tuvimos que ir a la lucha armada. En 1967 hubo una manifestación reprimida por la dictadura. Mataron a 300, entre ellos a mi hermano. Los zapatos tirados en el suelo, la sangre. Era difícil explicar en el extranjero la división sandinista, pero esta se cortó cuando triunfó la estrategia de golpes armados dentro de las ciudades. Que la gente viera que era posible ganarle al dictador… Funcionó, porque era la estrategia correcta, y provocó la unión del sandinismo y el triunfo de 1979.
P. Ahí estaban los hermanos Ortega.
R. A Daniel no lo conocí en el exilio. Conocí más a Humberto, que era el más agudo, se movía, instigaba, no tenía ningún escrúpulo. Trabajaba con gente sospechosa, y llena de asco me salí de esa tendencia y me fui a la guerra popular prolongada, que así se llamaba… Se rompió la inercia y había que atacar en distintas partes. Aquel Ortega es más inteligente que el hermano y está muy preocupado por lo que está pasando. Ha tratado de influir sobre Daniel y este ha roto con él, al que creo que ha llamado traidor.
P. ¿Tiene usted palabras para definir a Daniel Ortega?
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R. Es un presidiario. Tiene la cárcel en su corazón, no tiene una mirada amplia ni compasiva. Cuando uno está en la cárcel sobrevive y hace cualquier cosa. Estuvo de los 22 a los 29 años en prisión y de ahí salió con un profundo trauma que le afectaba mucho. Le gustaba encerrarse. Tenía un pequeño cubículo en la Casa de Gobierno, donde se recluía para estar solo. Le daba claustrofobia la libertad, tenía muy pocos amigos. Y ahora Rosario Murillo, su copresidenta, que ejerce sobre él una enorme influencia, lo tiene aislado. Esa relación de pareja ha sido nefasta para Nicaragua. Él no era el más brillante pero mucha gente le ayudaba a pensar. Rosario tiene un gran deseo de venganza. Está rabiosa porque el pueblo se rebeló en 2018 y eso para ellos fue un golpe tremendo que no han podido superar.
P. En 2018 hubo tantas muertes como en la última revuelta contra Somoza…
R. 328 muertes en cuatro meses. Los francotiradores tiraban a matar, y eran muchachitos bien jóvenes a los que disparaban. Dieron órdenes de que no los atendieran en los hospitales. Tiene que haber un corazón de piedra en el ser que hace cosas así. La de Somoza fue una dictadura horrible, diferente a esta, pero esta es igualmente cruel, y a veces hasta más cruel. La característica de este tiempo en Nicaragua es la crueldad, la falta de compasión. Ortega y Murillo mantienen a 39 personas en la cárcel. Líderes políticos a los que no les dejan tener libros, ni mantas, ni comida, los tienen desnutridos y no los sacan afuera. ¿Cuánto aguantás con tu mente en esa situación?
P. ¿El mundo mira para otro lado?
R. Pero está cambiando su indiferencia tras la decisión de Ortega de encarcelar a sus oponentes. Este Gobierno está perdiendo la razón, y el mundo se está dando cuenta. Ortega cree que todavía está vigente el lenguaje de la guerra fría. Su parafernalia y la de su mujer son como un viaje en el tiempo, como si todavía estuviera la guerra de la Contra. Siento que tengo un país bombardeado en mi corazón. No solo son las muertes, es que sabes que si hieren a tu hijo no dejarán que lo curen, no te dejan despedir a los muertos, el odio marca la vida y llega hasta perseguir a los que van a la Iglesia.
P. ¿Cómo define la actitud de la izquierda ante la situación que ustedes viven?
R. Bastante lamentable. La izquierda tiene un serio problema: reinventarse a sí misma. Todavía hay alguna izquierda que se ha pronunciado positivamente, incluso Podemos hizo un pronunciamiento fuerte, igual que Lula o Mujica. Pero ciertas izquierdas en el sur de América, y sobre todo la izquierda norteamericana, no quieren ver lo que pasa. Sienten que el viejo romance con la revolución es más importante que lo que está pasando.
P. De todo lo que pasa, ¿qué le rompe más?
R. La sensación de haber perdido el país. De que esto ocurre porque hay cómplices, un círculo de hierro que ha descompuesto el país. Y estoy bien triste porque yo estoy también en el exilio, como mi amigo Sergio Ramírez. A mí también me tienen en una lista. Ellos quieren que yo llegue para apresarme, condenada.
P. ¿Qué le diría a la cara a Daniel Ortega?
R. Que ya es suficiente, que se vaya, que es una persona que no atina ni siquiera a hablar bien. Que, por favor, que se compadezca de sí mismo. La suya es una pareja de lunáticos que no tiene límites, guiada única y exclusivamente por los sentimientos más primarios de venganza y de odio.
P. Hay elecciones este sábado.
R. Pero no son elecciones. Es una farsa. Voté por primera vez cuando triunfó la revolución. Antes, con Somoza, ese ejercicio no tenía ningún sentido. Un circo. Había un rótulo en el hospital militar: “Somoza forever” [Somoza para siempre]. Me convencí de que la lucha armada era la salida. Y eso sería trágico, que no dejaran ahora otra salida que la lucha armada.
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