El director de cine Giuseppe Piccioni (68 años) asegura que ha llegado a un momento de su vida en el que ya no le hace falta ser modesto. El pasado jueves recibió el premio a toda una carrera en el Instituto Italiano de Cultura, durante la gala de inauguración de la XIV edición del Festival de Cine Italiano de Madrid. En menos de una semana el Festival de Cine de Turín le entregará otro. “Se dice que la carrera de un director se divide en tres fases: cuando empiezas, eres una joven promesa; luego, un capullo. Al final te veneran como un maestro. Y yo creo haber superado brillantemente la fase del capullo, me toca la siguiente”, bromea el cineasta sobre el premio.
Más de 30 años han pasado desde su primer largometraje y, desde entonces, ha acumulado decenas de reconocimientos, aunque no tantos como le hubiera gustado. “Incluso cuando un director atraviesa un momento de gloria en su carrera, siempre tiene la impresión de ser un incomprendido. Recibir este premio no es una compensación, es la sensación de haber hecho un trabajo con sentido”, asegura el italiano.
Piccioni nació en Ascoli Piceno, un pequeño municipio en el centro de Italia. Allí pasó su infancia y adolescencia, antes de mudarse a Roma para estudiar cine en la Escuela Gaumont, dirigida por Renzo Rossellini. En su casa, la pequeña televisión era su cine, donde todos los domingos veía las películas estadounidenses y los clásicos de la comedia italiana con su hermano mayor. “Se giraba hacía mí y empezaba a soltar nombres de actores que yo desconocía: Richard Widmark, Montgomery Clift, Greta Gabo… lo escuchaba fascinado”. Estos domingos de televisión —que pronto se transformaron en largas jornadas solitarias en las filmotecas romanas entre maratones de Truffaut, Billy Wilder y Fellini— representaron el principio de una vida consagrada al séptimo arte.
A lo largo de su carrera ha pasado por numerosos festivales para presentar sus películas, aunque reconoce que en muchas ocasiones los disfrutó más como espectador. “En los festivales siempre se respira una extraña atmósfera de matanza. En esa semana, la adrenalina sube al máximo. Todos los directores tenemos miedo de que los críticos nos reduzcan a trocitos y al mismo tiempo nos encanta la idea”, explica Piccioni.
Fan de Almodóvar
El recuerdo más preciado que conserva de Venecia —un festival donde concursó con tres de las nueve películas que escribió y dirigió en 34 años de carrera— se remonta a la rueda de prensa de Pedro Almodóvar para la promoción de Mujeres al borde de un ataque de nervios. “Fue sin duda la presentación más divertida en la que he participado en mi vida, salí del teatro con lágrimas en los ojos”, recuerda Piccioni, que se declara un gran admirador de la obra del director manchego.
Todas sus películas son un verdadero “acto de amor” a la gente común. Historias de marginados que luchan, sin éxito, para cambiar el rumbo de sus vidas. Tras dirigir su primer largometraje —El Grande Bleck (1987), un relato de la juventud de provincia a finales de los años sesenta— conquistó a la crítica y público nacional e internacional con Fuera del mundo (1998). La película, que en Italia ganó todos los premios más importantes y llegó a ser la candidata para representar al país a los premios Óscar, cuenta la historia de una monja que empieza a poner en duda su vocación cuando encuentra en un parque un bebé abandonado.
Protagonizada por Margherita Buy, actriz fetiche que ha colaborado con el director en más de la mitad de sus películas, Fuera del mundo es seguramente su obra más importante: “La dirigí en el mejor periodo de mi vida, cuando ya había alcanzado la madurez biológica y era una persona más reflexiva”.
“De joven solo quieres demostrar cuánto vales. Pero es con el paso del tiempo, y tras haber coleccionado muchas penas y experiencia, cuando eres verdaderamente capaz de poner en escena la belleza”, afirma el director, que a pesar de sus 68 años no tiene ninguna intención de retirarse. Le gustaría poder escribir una comedia como las del alemán Ernst Lubitsch, otro de los grandes que admiraba a través de la pantalla durante su infancia. “Es raro que me guste tanto, porque el suyo es un cine que no tiene nada que ver con el mío. Sus películas son pura alegría de vivir”, reflexiona Piccioni.
Volver a escribir
Los meses de encierro por la pandemia le dieron tiempo para reflexionar sobre su arte y volver a escribir —su última película, Questi giorni (Estos días), se estrenó hace cinco años—. El resultado ha sido la obra teatral La preghiera della sera, diario di una passeggiata (La oración de la tarde, diario de un paseo), que después de haber pisado los escenarios de media Italia, Piccioni convirtió en un cortometraje.
La película cuenta la experiencia del director y sus dos actores lidiando con la pieza teatral: desde las lecturas y las pruebas en casa —en los días a caballo entre la primera y la segunda ola de la pandemia— hasta la primera representación.
La preghiera della sera es una de las 21 películas que compiten en las tres secciones oficiales del Festival de Cine Italiano (ocho largometrajes, seis documentales y otros tantos cortos), y que el público español podrá ver en preestreno absoluto en España gratis en el Instituto Italiano de Cultura (Calle Mayor, 86) y en el MK2 Cine Paz (Calle de Fuencarral, 125) hasta el 2 de diciembre.
La última película de Piccioni, L’ombra del giorno (La sombra del día), se encuentra en fase de posproducción. Ambientada en los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial, el filme cuenta la historia de un joven que vive con desilusión el desmoronamiento del fascismo tras la introducción de las leyes raciales. Un guion que el director escribió hace 12 años, y que finalmente llegará a la gran pantalla.
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