El Gobierno de Venezuela y la oposición se preparan para una nueva negociación que siente las bases con las que paliar la crisis del país sudamericano. México será, después de los procesos fallidos de Santo Domingo y Barbados, la sede de estas conversaciones, que cuentan con la mediación de Noruega y con el visto bueno de Estados Unidos, clave para destrabar las sanciones que pesan sobre la jerarquía chavista y su entorno. Varios de los implicados, entre ellos el presidente venezolano, Nicolás Maduro, han manifestado en las últimas semanas que están dispuestos a arrancar una negociación en agosto, pero de puertas para adentro, reina también la desconfianza. Tanto un sector de la oposición como del chavismo mantienen que las bases sobre lo que hay que negociar aún no están consolidadas y que precipitar cualquier conversación la abocaría al fracaso, lo que supondría un varapalo para las dos partes, al interior de Venezuela y con la comunidad internacional.
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“Decir que algo es inminente en Venezuela es caer en un error, porque incluso estando en el avión de camino a México todo puede saltar por los aires”, resume una de las personas al tanto de las negociaciones que, como el resto de los consultados, pide hablar bajo anonimato para evitar que descarrilen las conversaciones. “Se están creando unas expectativas altamente contraproducentes”, asegura, por su parte, un político opositor. El principal temor, mantiene esta fuente, es que la batalla mediática se imponga sobre el fondo de las conversaciones. Ambos lados tienen razones tácticas para embarcarse una negociación, el chavismo para lograr un reconocimiento internacional y la oposición para recobrar protagonismo, especialmente dentro del país. Hasta ahora, recuerda la misma fuente sobre las últimas declaraciones públicas, todas las que han funcionado son las que han mantenido un bajo perfil y que se han venido dando en los últimos años. Estas han propiciado, por ejemplo, el acceso de medicamentos y alimentos a Venezuela; la liberación de presos políticos o la formación de un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE).
Las expectativas son tan altas como los temores a las consecuencias de un nuevo fracaso. “Cada ciclo de negociación ha dejado peor al Gobierno, a la oposición y, sobre todo, al país”, zanja la misma persona, que alerta de un exceso de optimismo. En 2016, naufragó el diálogo auspiciado por el Vaticano y que contó con la participación de varios expresidentes, entre ellos el español José Luis Rodríguez Zapatero, que lideró después el proceso de Santo Domingo (República Dominicana), que saltó por los aires a principios de 2018. A finales de 2019, fracasó el proceso de Barbados, ya bajo la mediación de Noruega, país acostumbrado a mediar en conflictos internacionales, caso del proceso de paz de Colombia. Si la ronda de conversaciones de México no llegase a buen puerto, coinciden las fuentes, la opción de retomar otra no llegaría hasta 2023, cuando están previstas las próximas elecciones presidenciales, y con la credibilidad del chavismo y la oposición golpeada ante la comunidad internacional por su incapacidad de ponerse de acuerdo.
Esta vez, las esperanzas de una negociación entre el Gobierno venezolano y la oposición son mayores, si cabe, por la implicación del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La diplomacia mexicana, que fue testigo del proceso de Santo Domingo bajo el mandato de Enrique Peña Nieto, no ha concretado cuál será su papel en estas conversaciones, para las que ha puesto sobre la mesa diversas sedes, desde Cancún a Ciudad de México, aunque también se han barajado haciendas en Cuernavaca, próxima a la capital del país. La opción caribeña, muy plausible por la conectividad y las instalaciones, no termina de convencer a un sector de la oposición que teme que el entorno sirva para banalizar las reuniones.
Ambas partes valoran los esfuerzos del Gobierno mexicano y la historia de la diplomacia del país, en casos como las negociaciones en Contadora de los procesos de paz en Centroamérica. Sobre Venezuela, México ha mantenido desde que llegó al poder Andrés Manuel López Obrador en 2018 una posición ambigua respecto a Venezuela. Evitó reconocer al líder opositor Juan Guaidó como presidente interino, aunque ha contribuido a refugiar a miembros de la oposición y sacarlos del país. Además, colaboró con una red opaca que intercambió petróleo de Venezuela, como atestiguó una reciente investigación de este diario.
Respecto a la próxima negociación, aunque la mayor parte de las conversaciones preliminares las ha dirigido Noruega, México ha mantenido contactos con la Administración de Joe Biden para cerciorarse de que está dispuesta a apoyar este proceso.
El visto bueno por parte de Estados Unidos a que se inicie una negociación no es cualquier cosa. Levantar las sanciones que pesan sobre la cúpula chavista y todo su entorno es uno de los puntos a tratar. Aunque desde el Gobierno de Venezuela aseguran que ya no es un punto clave, pues han aprendido a convivir con ellas y tienen garantizado el apoyo de otras potencias como Rusia y China, la presión que sufren es cada vez mayor, como también de las propias empresas estadounidenses que antaño hacían negocios con Venezuela.
La Administración de Biden ha respaldado a Juan Guaidó y a su entorno como la referencia dentro de la oposición, precisamente el sector que más incomoda al Ejecutivo de Maduro y uno de los más perseguidos. Hace dos semanas, el exdiputado Fredy Guevara fue detenido. En contra de una negociación reposada juega que dentro de muy poco se intensificará la campaña de las elecciones de medio mandato en Estados Unidos, lo que evitaría una posición dócil por parte de Biden respecto al país caribeño.
La liberación de los presos políticos y el cronograma electoral serán otros de los puntos a tratar en un proceso que, según las fuentes consultadas, se prevé que tenga un sistema muy similar al de la negociación de Barbados; esto es, celebrar unos días reuniones en México y después regresar para debatir por separado cada uno de los temas tratados. Todo apunta a que la cabeza visible del Gobierno de Venezuela en las negociaciones será Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional y uno de los hombres fuertes de Maduro. Del lado de la oposición se encuentran Gerardo Blyde, Carlos Vecchio y Tomás Guanipa.
En cuanto al calendario electoral, los comicios regionales previstos para final de año resultan determinantes, ya que es la única ventana que le queda a la oposición para recuperar capital político sobre el terreno, en tanto que no participó en las últimas presidenciales y parlamentarias ante lo que consideraba un fraude por parte del chavismo.
Las tiranteces en el seno de la oposición no han sido pocas en este sentido. El sector que lideran Juan Guaidó y Leopoldo López —aunque no son los únicos— y que cuenta con el respaldo de Estados Unidos, ha puesto como condición sine qua non que la negociación incluya un calendario electoral que llegue hasta unas hipotéticas elecciones presidenciales. Al chavismo, que está en plena recomposición de sus bases, le interesa sobremanera un reconocimiento de los comicios de este año para recuperar reconocimiento internacional.
En las últimas semanas, Maduro y su Gobierno han intensificado sus mensajes de que están dispuestos a ir a México ya mismo para negociar, sumándole presión a la oposición, a la que atribuyen tres negociaciones distintas: con el chavismo, entre ellos y con Estados Unidos. Una posición, la de tratar de ponerse de acuerdo con varios eslabones de una misma cadena que, en cierta manera, recuerda a la que vivió la delegación del Gobierno de Colombia durante el proceso de paz con las FARC en La Habana. Aunque son procesos muy distintos, también hay otras similitudes, como la sensación de urgencia, de ser algo definitivo. Ahora o nunca. Después de las conversaciones en el Caguán, Colombia no se podía permitir otra negociación fallida. A tenor de lo que deslizan en privado el Ejecutivo y la oposición, se antoja que Venezuela, su población sobre todo, no se puede permitir otro proceso fallido.
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