Goya, estrella de la nueva sala de exposiciones del Banco de España

Las venas, los tendones, los huesos de unas manos blanquecinas, vírgenes de labores manuales, hechas al manejo del poder económico. Francisco de Goya pintó en 1785 las manos de José de Toro-Zambrano y Ureta “con una perfección anatómica en el primer retrato que le encargó el Banco de San Carlos para este directivo de la entidad”, ha destacado este miércoles la historiadora del arte Manuela Mena, quizás la voz más autorizada sobre la obra del artista aragonés, en la presentación de la muestra que comisaría con Yolanda Romero y con la que el Banco de España abre una sala de exposiciones permanente en su sede de Madrid. El rey Felipe ha inaugurado esta exposición, titulada 2328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la Colección Banco de España, que podrá visitarse hasta el 26 de febrero de 2022 y tiene como protagonista al genio de Fuendetodos y los cinco retratos que le encargó la institución. El BE no mostraba estas obras al público desde 1982.

Romero ha explicado que este nuevo espacio, que el BE quiere que sea otro eslabón en el Paseo del Arte, junto al Museo del Prado, el Thyssen o el Reina Sofía, “está en el corazón del banco, en la entrada primitiva, bajo el reloj”, y se accede por el chaflán que da a la plaza de Cibeles. Es una oferta cultural gratuita, para la que hay que reservar entrada en la web del banco. La exposición, cuyo título responde al pago que se hizo a Goya por el cuadro de De Toro-Zambrano, “es el primer paso para compartir el fondo artístico y documental”. En esta ocasión, desde 1782, cuando se fundó el Banco de San Carlos, hasta 1856, cuando pasó a denominarse Banco de España, tras la fusión entre el Banco de San Fernando, que había sucedido al de San Carlos, y el de Isabel II. La colección del BE suma “unas 4.000 piezas y ya hay exposiciones programadas hasta 2024″, agregó Romero.

Cuando Goya pintó estos encargos no era aún el maestro reconocido que luego sería, “aunque había ingresado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando por aclamación, en 1780″, apuntó Mena. Quizás por ello, los 10.000 reales de vellón que se embolsó por su trabajo “no supone que se le pagara especialmente bien”, según Romero, que interrumpe su explicación por la sonería de uno de los tres preciosos relojes, dos de ellos de mesa, que hay en la exposición, “y que costó 1.500 reales al banco”, añade para comparar su precio con lo entregado al artista. Son los relojes que oían los directivos de la entidad cuando despachaban y tomaban decisiones.

Retrato de Goya de José de Toro-Zambrano y Ureta.
Retrato de Goya de José de Toro-Zambrano y Ureta.

Romero recordó también que durante un tiempo Goya perdió la autoría de estos retratos porque se guardaron y no estaban firmados. Tuvo que pasar más de un siglo para que, en 1900, el banco pudiera demostrar gracias a los libros en los que estaban anotados los encargos y pagos que eran suyos. Preside la sala principal de la exposición el retrato áulico de José Moñino y Redondo, primer conde de Floridablanca, en el que el pintor aragonés se incluyó, de perfil y a un tamaño menor, junto al personaje, fundamental en la creación del banco. “Es algo muy raro, pero significa que Goya ya tenía un conocimiento de su valor como artista”.

Mena subrayó que en estos lienzos se aprecia una evolución de Goya, “más seco en los retratos tempranos”, hasta el deslumbrante óleo de Francisco de Cabarrús, de 1788, último del autor de La maja desnuda para el banco. En él pintó a Cabarrús de cuerpo entero, “con un traje de seda, verde manzana, el color que simboliza el dinero, y su tripón, lo que indica que, aunque ennoblecía al retratado, entraba en el personaje”. A ello se atrevió también con el rey Carlos III, en un retrato de 1786, encargo del banco, en el que mostró al monarca con marcadas arrugas en la cara, tostada por el sol de los días de caza, que contrasta con la frente blanca, que iba habitualmente cubierta por un sombrero, y piel colgante en el cuello. Son siempre obras con simbología, como en el cuadro de Francisco Javier de Larumbe y Rodríguez, de 1787, de medio cuerpo, que en la mano izquierda empuña el bastón de los directores del banco mientras la derecha está oculta en la casaca, “el gesto de los personajes con intereses intelectuales”.

Hay un espacio en la muestra dedicado al historiador Juan Agustín Ceán Bermúdez, asimismo pintado por Goya, que como oficial mayor de la Secretaría fue quien tuvo el acierto encargar al aragonés los retratos. Mientras Mena contempla estas obras, no tiene duda de que Goya “se había empapado de Velázquez”.

Además de los goyas, el recorrido incluye “obras que formaron parte del oratorio del banco, que se instalaron para que los empleados oyeran misa”, ha añadido Romero; una forma de evitar que los funcionarios perdieran tiempo de su trabajo. Entre ellas destaca la Virgen del lirio, de Cornelis van Cleve, de aproximadamente 1550, que el banco adquirió en 1787, y una cruz de plata fundida que presidía los juramentos oficiales.

Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán Fernández de Córdoba y la Cerda, XIII conde de Altamira, por Francisco de Goya (1786).
Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán Fernández de Córdoba y la Cerda, XIII conde de Altamira, por Francisco de Goya (1786).

Junto al arte, varias vitrinas exhiben casi un centenar de documentos, procedentes del Archivo Histórico del BE, algunos fundamentales en la historia de la institución, como la real cédula de 1782 por la que creó el banco, entonces una sociedad anónima con capital privado; la portada iluminada del primer libro de acuerdos de las juntas y ejemplares de la primera emisión de billetes en España, de 1 de marzo de 1783, diseñados con delicadas filigranas y con la particularidad de que, como hoy, cada valor tenía un color distinto, “una novedad que incorporó el Banco de San Carlos”, dice Romero.

Entre los elementos decorativos, la urna de bolas del Banco de Isabel II, usada para que los dirigentes de la entidad votaran las decisiones. Y un mueble símbolo del poder, la mesa de memoriales del Consejo de ministros de la época de Fernando VII, con ocho cajones, uno por ministro. “Su reducido tamaño da idea de que las reuniones no debían de durar mucho”, apunta Romero. Algo lógico si el que tenía la última palabra era el absolutista Fernando VII, que aparece retratado por Vicente López Portaña con el rostro abotargado, meses antes de fallecer en 1833.


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