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Guardianes del “oro rojo” de la grana cochinilla, en Teotitlán del Valle, Oaxaca

Guardianes del “oro rojo” de la grana cochinilla, en Teotitlán del Valle, Oaxaca

Texto y fotos por Diana Manzo. 

Oaxaca, Oaxaca.-Es primavera y el intenso calor se siente en Teotitlán del Valle; un hombre camina entre los surcos de nopal que sembró hace 12 años en el jardín de su casa, con su mano revisa cada uno de los plantíos en busca de la grana cochinilla, un insecto que cultiva junto con artesanos del colectivo “Arteova”, y de donde obtiene desde hace dos años “El oro rojo”, como llaman a esta tintura natural que utilizan para teñir los hilos de lana de tapetes tradicionales.

Un diminuto algodón blanco está pegado en el nopal, con los dedos lo destripa, es un rojo carmín. “Mira, esa es la grana cochinilla”, explica Ángel Mendoza Bazán, guardián de esta tintura natural.

A diferencia de la mayoría de los artesanos que heredan los conocimientos por herencia familiar, Ángel aprendió a cultivar la grana cochinilla por un vecino, quien le compartió sus secretos; desde la variedad del nopal que se cultiva, que es la “San Gabriel”, hasta los cuidados y la técnica original para su preservación, procedimiento que es amenazado por tinturas artificiales.

Con delicadeza toma el nopal que previamente seleccionó, en una de las esquinas le hace un orificio en forma de un diminuto ovalo y lo traslada a un espacio con hay luz y ventilación, para comenzar con el proceso de infestación.

Para obtener un kilogramo de cochinilla que se vende entre 1500 y 1800 pesos, Ángel dedica a su cuidado entre 4 y 5 horas al día, con el apoyo de su hijo Josué Martín, quién anhela cultivar la grana cochinilla para que los tapetes de Teotitlán del Valle sigan auténticos, como cuando los obsequiaban en tributo a Moctezuma, en la época prehispánica.

“El proceso es laborioso porque son varios días e inclusive meses para lograr una buena cantidad de cochinilla y venderla” dice Angel, quien desde su taller comparte que su madre, Aurora Bazán López, es una de las principales artesanas que ha recuperado los tintes naturales en Oaxaca, y a ella se le reconoce el haber reactivado la producción de la tinta del azul índigo, junto con añileros de Niltepec, Oaxaca.

Tejer comunalidad

Julián Martínez Bazán, artesano y maestro de la tintura, habla con mucho orgullo de la organización que lograron como artesanos para enfrentar la pandemia del Covid-19, porque asegura que “ni un alma visitaba Teotitlán del Valle”.

En Teotitlán del Valle, que en zapoteco recibe el nombre de Xaguixe, que quiere decir “al pie del monte”,  habitan unas 5 mil personas. Está ubicada a 30 minutos de la capital de Oaxaca y es conocida por la elaboración de tapetes tradicionales con tintes naturales, que llegan a medir hasta 5 metros cuadrados.

Julián, Ángel y otros 11 artesanos impulsan el colectivo “Arteova”, que al inicio integraron 200 artesanos.

“Nos organizamos y decidimos crear nuestra marca colectiva”, enfatiza el artesano, quien reconoce que con el apoyo de Oxfam México lograron tejer comunalidad e impulsar la conservación de las tinturas naturales para sus tapetes.

El alto costo de producción de la grana cochinilla, que representaba ir y venir durante dos veces al día del lugar de los cultivos al taller, implicaba una inversión que los artesanos no recuperaban por la baja venta.

Algunos pensamos en cerrar los talleres y migrar porque no había nada de ingresos, pero creamos nuestra cooperativa y acá estamos produciendo nuestra grana cochinilla y otras tinturas naturales que crecen en nuestras tierras y que con orgullo podemos decir que por lo pronto, habrá tapetes de Teotitlán por mucho rato.

El proceso de rescatar las tinturas a través de insectos o plantas no es fácil, recalca el artesano, pero destaca que así la producción sigue siendo tradicional y natural, “sin químicos que dañen a la madre tierra”.

De acuerdo con el Diagnóstico de la cadena de valor de artesanías textiles en Oaxaca elaborado en el 2016, los textiles de Teotitlán del Valle terminan en su mayoría en el mercado regional o puntos con afluencia turística, donde artesanas y artesanos no tienen acceso.

Tapetes para conservar la tradición

En el taller de la familia Bazán Ruiz, una mujer está hincada en un petate de palma y realiza la molienda de la grana cochinilla con un metate de piedra de cerro, su nombre es Luvia Aurora Bazán Ruiz, artesana tradicional.

En cada esfuerzo que hace con el metate, la mujer de pelo largo y negro suda y se limpia con su delantal oaxaqueño, que es un mandil tradicional que usan las mujeres zapotecas de este lugar como símbolo de esfuerzo y trabajo.

El arte de la molienda la realizan las mujeres y se mide con la fuerza que cada una tiene en sus brazos, Luvia lo heredó de su madre cuando tenía 8 años de edad y ahora es una maestra.

Sus manos se tiñen de rojo para medir la finura de la molienda. “Ya está fino, ya se puede ocupar”.

Sin embargo, le entristece saber que falta reconocimiento a esta artesanía, porque a cada pieza deben dedicarle entre 3 y 6 horas al días, con tareas que se pueden extender varias semanas.

Una olla con 50 litros de agua hierve en el fogón del patio trasero, Julián introduce la grana que molió su esposa Luvia, en cada proceso los nervios lo delatan, su mayor preocupación es que el resultado final no sea el esperado.

Deja pasar 30 minutos y saca la madeja de hilos. “Ya vieron, es un rojo carmín, es una maravilla esta transformación”.

El sonido de los pedales que hacen un vaivén con los pies y con las manos impresiona. Jerónimo es el hijo más pequeño de la familia Bazán Ruiz y elabora los tapetes. Con sus manos introduce los hilos, usa el rojo para resaltar las figuras, que son la originalidad de cada tapete.

De 28 años y padre de dos hijos menores de edad, el joven artesano trabaja entre 6 y 8 horas al día, antes solo se levantaba a comer y dormir, porque el trabajo era más pesado por los encargos que tenía con diseños específicos, ahora los diseños son de su creación.

En Teotitlán del Valle, en las calles, casas y espacios públicos hay colorido, formas y texturas; las artesanas y artesanos esperan ansiosos la llegada del turismo en masa como sucedía antes de la pandemia, aunque el mayor de sus anhelos es la revalorización de lo que para ellas y ellos es su la esencia de su vida, que impregnan cada vez que tiñen o tejen un  tapete tradicional.


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