Cabalga su presente, tiene encarrilado su futuro y ahora se ha agenciado por fin su pasado. Con el flamante Archivo Gucci reorganizado a imagen y semejanza en el Palazzo Settimanni de Florencia, Alessandro Michele culmina su visión ético-estética para la firma italiana, que este año festeja su centenario. Aunque, antes incluso que una celebración de historia y legado (que también), lo que de verdad se escenifica aquí es la rendición incondicional de la enseña a su actual director creativo. No en vano se trata del diseñador que ha obrado su milagro comercial, aupándola hasta casi rozar el simbólico techo de los 10.000 millones de euros en 2019 y guiándola por el camino de la tan ansiada recuperación económica merced a esos casi 2.200 millones en ventas generados solo durante el primer trimestre de 2021.
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Inaugurado el pasado 1 de julio, aprovechando el regreso a la actividad presencial de la feria Pitti Immagine Uomo (el principal salón de moda masculina, en su no menos significativa centésima edición), el archivo supone el último paso de una operación de memoria histórica que comenzó en 2018 con la transformación del otrora Museo Gucci, instalado casi una década en el Palazzo della Mercanzia de la monumental Piazza della Signoria, en ese extravagante espacio polivalente hoy conocido como Gucci Garden. Hasta la fecha, allí podían verse en exposición rotatoria muchos de los tesoros de la firma, desde ya a mejor recaudo en la que siempre ha sido su sede central florentina. “Mi cometido consistía en traer de vuelta a casa muchos de los objetos, ayudándolos a regresar a la familia. A un lugar que conserva ostensiblemente el pasado, pero que en realidad es un puente hacia el presente”, concedía Michele en la jornada de apertura. “Un edificio antiguo es algo vivo, como lo es la moda”.
El creador se refiere al Palazzo Settimmani, grandiosa construcción del siglo XV en la barriada de Santo Spirito, en la margen izquierda del Arno, donde recalaron artesanos y artistas para codearse con la nobleza cuando los Medici se mudaron al cercano Palazzo Pitti. Adquirido por la familia Gucci en 1953, allí se produjeron maletas y bolsos, se instalaron talleres y oficinas y se abrieron salas de exposiciones que acabaron por desvirtuar/degradar el edificio. Recuperado su esplendor original, tras un largo trabajo de rehabilitación a las órdenes del que es director creativo de la firma desde 2015, se ha convertido en nuevo hogar del reestructurado archivo. “Es un lugar poroso, absorbente, permeable. Puedes recorrerlo como si fuera un viaje”, describe Michele, que para la ocasión ha dado rienda suelta a sus otras facetas de historiador, antropólogo, erudito y filósofo.
Las labores de restauración se las encomendaron a especialistas locales, incluidos los solados de baldosas de mármol y terracota (hechas en hornos de leña según la tradición toscana), que en la magna sala de conferencias del segundo piso se mezclan con asombrosa pericia. En los salones reaparecieron frescos del XVII, trampantojos del XVIII e incluso ornamentos anteriores. Ahora observan las magníficas ebanisterías y los gigantescos armarios de hierro y vidrio esmerilado en relieve que atesoran las colecciones históricas, pero también las del propio Michele, que se ha permitido licencias como dar preferencia a las temáticas antes que a la cronología. Las estancias archiveras responden igualmente a sus caprichosas nomenclaturas. En la planta baja, Hortus Deliciarum acoge los bolsos emblemáticos; Prato di Ganimede, pequeños artículos de marroquinería; Rifondazione 1921, un sinfín de maletas y bolsas de viaje, origen de la marca; y, a manera de gabinete de curiosidades, la joyería antigua y contemporánea brilla en Le Marché des Merveilles. En el sótano, Radura, Herbarium y Maison de L’Amour se reparten los objetos de hogar y decoración, cerámica, papelería y ocio. Mientras, la primera planta se reserva a pañuelos y distintas creaciones textiles en Orto di Giove, Serapis o Aveugle par Amour.
Finalmente, en el segundo piso, Façonnier des Rêves guarda en fundas protectoras y debidamente catalogadas —imagen con modelo incluida— cada una de las prendas con las que Michele ha sentado cátedra en estos seis años de dominio de Gucci como la etiqueta de lujo más deseada, también entre la muchachada zeta. Un título que volvía revalidar en abril al ser destacada por la consultora Luxe Digital como primera marca de interés en las búsquedas de moda online (un 15,2% del total). Vestir habitualmente a celebridades del tirón de Harry Styles, los ídolos del pop surcoreano BTS, Dakota Johnson o Jared Leto tiene su recompensa, claro. El conjunto mariano que lució Lana del Rey en la gala del Met de 2018, un par de atuendos escénicos para la cantante británica Florence Welch y la capa con la que Achille Lauro compareció en el festival de Sanremo 2020 saltan con honores a las vitrinas de un archivo que se quiere “testimonio vivo y vibrante de un trabajo creativo en constante evolución”, mejor que una mera colección organizada.
De darle ese giro se ha ocupado también Valerie Steele, directora y comisaria del Museo del Fashion Institute of Technology de Nueva York, en calidad de colaboradora. “Se trata de un sistema dinámico de producción de conocimiento e inspiración, pero no tiene nada que ver con un afán nostálgico”, dice. “Que Gucci desarrolle este archivo significa que mantiene vivo un patrimonio cultural tangible, ahora y para el futuro”.
Un futuro al que también apela el programa Gucci Education, que ofrece a los trabajadores de la marca un espacio de aprendizaje en el mismo Palazzo Settimanni. De hecho, el archivo está pensado en exclusiva para ellos: no, el público, al menos de momento, no puede visitarlo.
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