Cuando las palabras “Almodóvar” y “moda” van en la misma frase –o en el mismo titular–, lo habitual es que se refieran al uso que el cineasta manchego ha hecho del estilismo y la indumentaria en su amplia filmografía: los Max Mara de Marisa Paredes en La flor de mi secreto, el traje de chaqueta de Victoria Abril en Átame (y de Antonia San Juan en Todo sobre mi madre), las colaboraciones de Jean Paul Gaultier en Kika o La piel que habito y los diseños de Alvarado convertían al Eusebio Poncela de Matador en el inspector de policía mejor vestido de la historia del cine español.
A Almodóvar le interesa la moda, y así lo corroboran los vestidos de Balenciaga que luce Tilda Swinton en La voz humana, el mediometraje que ha presentado estos días en la Mostra de Venecia. Sin embargo, desde hace tiempo el runrún estilístico almodovariano tiene otro tema de conversación: el modo en que el propio cineasta viste en sus apariciones públicas.
Un ejemplo reciente: el estreno de La voz humana en Venecia. Almodóvar acudió con traje azul, camisa blanca y zapatos negros, una descripción que podría ilustrar la palabra “conservador” en un diccionario visual. Y, sin embargo, no lo es. Lo conservador sería ponerse una corbata. O pensar que una camisa blanca formal no puede llevarse así, abotonada hasta el penúltimo botón sin darle más relevancia. O renunciar al motivo tridimensional y al tono levemente encendido que convierte a este traje de Armani es un prodigio de equilibrio: ni ostentación –al final, estamos en 2020 y hay que andarse con cuidado– ni aburrimiento. Los zapatos voluminosos son, como las gafas de sol que el manchego luce en numerosas ocasiones, dos gestos de carácter tan reconocibles como la barba corta y el cabello encanecidos. Es decir: vestirse de manera reconocible sin necesidad de aspavientos ni de fingir nada.
De este modo, Almodóvar parece haber conquistado en su madurez profesional también su madurez estilística: apostar sobre seguro cuando es necesario, y divertirse siempre que sea posible. Sin disfrazarse, modulando pero sin esconderse: ni más entallado de lo conveniente, ni abusando del volumen. Vestir bien, para él, no implica aspirar a la adolescencencia eterna de la moda ni resignarse al clasicismo en que muchos hombres caen al pasar los cincuenta. Basta ver cómo llegó a los Premios Feroz de este año: con traje, zapatos y largo abrigo gris, pero con una larguísima bufanda turquesa. A veces, la sabiduría consiste en prescindir de accesorios innecesarios y encontrar el modo de que utilizar a tu favor lo que asusta al resto. Conocerse, estar en paz y no dudar del propio criterio. Tan fácil, tan difícil.
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