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Guillermo y Máxima de Orange: 20 años de un exitoso amor empañado por la covid


Guillermo de Orange y Máxima Zorreguieta se casaron el 2 de febrero de 2002 en la Iglesia Nueva de Ámsterdam. Él era entonces el príncipe heredero de la corona holandesa y ella una economista argentina. Se habían conocido en 1999 en Sevilla, durante la Feria de Abril. Desde aquel día de la boda han pasado 20 años en los que han llegado tres hijas, las princesas Amalia, Alexia y Ariane. Y otro cambio: ocupan el trono desde 2013. Ambos de fuerte carácter, el matrimonio se ha beneficiado de una suerte de pacto personal que ha permitido a la reina desarrollar una carrera propia sin vulnerar la Constitución. Ella es embajadora de la ONU para la inclusión financiera, y él ha ganado soltura y cercanía en su función. Forman un equipo sólido y con sentido del humor, pero la pandemia les ha pasado factura. Como ocurre con otras casas reales europeas, se les ha visto menos debido a las restricciones, cuando la presencia en la sociedad es vital para las monarquías parlamentarias. Y sus vacaciones en Grecia en 2020, al tiempo que el Gobierno pedía mesura en los viajes para evitar contagios, supusieron todo un escándalo que ha derivado en un descenso de su popularidad y deja ver algunas grietas entre lo público y lo privado.

El rey Guillermo tiene dos palacios oficiales en La Haya: Huis ten Bosch y Noordeinde. El primero es la vivienda familiar. El otro es conocido coloquialmente como “el palacio oficina” porque es donde trabaja. “Allí, el horario no es solo de nueve de la mañana a cinco de la tarde cuando él está presente. Es donde la monarquía opera las 24 horas del día durante toda la semana”, señala, al teléfono, Rick Evers, autor de una biografía sobre la reina Máxima. “Desde que reinan, Guillermo y Máxima se han abierto más a la prensa. En la esfera privada, por el contrario, la pareja es estricta con su tiempo y actividades. Quieren que sus hijas tengan una infancia tranquila, pero otras familias reales no se molestan tanto si les fotografían fuera de los posados oficiales”, asegura Evers. En su opinión, la popularidad de Máxima se debe a su carácter extrovertido y a que tiene más capacidad de maniobra de la que tuvo su suegro, el príncipe Claus, nacido en Alemania, consorte de quien fuera reina (y ahora princesa) Beatriz.

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Evers sostiene que Guillermo “se ha prometido que lo ocurrido con su padre no se repetiría con Máxima, y de ahí que tenga incluso más presencia que otras consortes europeas”. Fallecido en 2002, Claus, el esposo de Beatriz, era un diplomático valioso aunque sin libertad de acción. El Ejecutivo recortó sus funciones para evitar fiascos como el protagonizado en otra generación por su suegro, el príncipe Bernardo. También de origen germano, este recibió en 1976 un millón de dólares de la empresa estadounidense de aviación Lockheed Martin. Era para que influyese sobre el Gobierno holandés en la compra de aparatos de la marca, y el soborno provocó una crisis institucional en Países Bajos. Bernardo fue apartado de diversas funciones públicas, y cuando Beatriz ascendió al trono en 1980, el Ejecutivo redujo la labor del príncipe Claus, ignorando así sus cualidades. Las actividades de Máxima en nombre de Países Bajos se mencionan hoy tanto o más que su llamativo ropero.

La entonces reina Beatriz de Holanda, con su hijo Guillermo, la prometida de este, Máxima Zorreguieta, y el príncipe Claus, posan para la prensa antes del anuncio oficial del compromiso de boda en el palacio real de Noordeinde, en La Haya, el 30 de marzo de 2001.

Los actuales reyes estuvieron a punto de provocar su propia crisis institucional antes de casarse debido a otro asunto familiar, que superaron más unidos que nunca. Jorge Zorreguieta, el padre de ella, fue en Argentina secretario de Agricultura entre 1976 y 1981, durante la dictadura de Jorge Videla. Este pasado político fue una cuestión de Estado en Países Bajos, y como Guillermo no podía contraer matrimonio en contra del parecer del Parlamento, el ministerio de Asuntos Generales —dependiente del primer ministro— encargó un informe. Su autor, Michiel Baud, especialista en Latinoamérica, concluyó en 2001 que era “inconcebible que el progenitor desconociese la represión en su país”, aunque añadió que era “prácticamente imposible que estuviera involucrado en la violación de los derechos humanos”.

El Ejecutivo decidió que sus progenitores no debían acudir al enlace, pero según la versión que da un nuevo documental emitido por la cadena pública holandesa BNNVARA, en realidad no fue hasta que estos renunciaron acudir a la boda que finalmente se autorizó la boda. En su presentación oficial, Máxima soltó ese lastre sin herir a nadie. En un buen neerlandés, lamentó que su padre “trabajase con tanto ahínco para un Gobierno errado”. Durante la ceremonia nupcial, vestida por Valentino y con una tiara de estrellas, lloró al escuchar el tango favorito de su padre y la popularidad de la nueva princesa de Orange se disparó. Hasta ahora.

Veinte años después, su tiempo de ocio mal programado durante la pandemia les ha pasado factura. Desde sus frustradas vacaciones en Grecia, en 2020, por las que se disculparon, a los dos millones de euros desembolsados en un nuevo yate. Años antes, gustó incluso menos el proyecto de una villa de veraneo en Mozambique. Iniciado en 2008, en plena crisis financiera mundial, la traspasaron en 2012. En los dos últimos casos no es tanto la tensión entre lo público y lo privado como un desembolso considerado más propio de millonarios sin responsabilidades institucionales. Al cumplir 50 años, la reina Máxima aseguró en una entrevista televisiva que el yate pertenecía a su“esfera privada”. “Nos empleamos a fondo en nuestra labor oficial”, recalcó.

Rick Evers señala esos errores, pero también las dificultades del servicio de información de la Corona en mejorar la comunicación de la Casa Real. “Los reyes tienen sus propias ideas al respecto y no es fácil convencerlos. Creo que las monarquías escandinavas cooperan más. La reina Margarita de Dinamarca, por ejemplo, es muy popular y se fotografía hasta bordando. O Felipe y Matilde de Bélgica, que empezaron con menos gancho público y han ido ganando en respeto y apreciación desde su llegada al trono”. Por ello, le parece que Guillermo y Máxima de Orange deberán seguir trabajando mucho para legar la corona a su hija Amalia, que ya ha cumplido los 18 años, en buenas condiciones.


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