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Ha nacido otra estrella: Ava Salazar, la hija de Paz Vega


Cual avezada cocinera, Paz Vega se pasea cómoda y pizpireta con su chaquetilla por la Feria Arco junto al chef Andoni Luis Aduriz. Cinco minutos después, cuando llega el momento de la fotografía y la entrevista, se la quita rauda y veloz y deja atrás esa faceta de cocinillas para dar paso a la actriz que lleva siendo más de la mitad de su vida y, a la vez, al personaje cercano, amable y muy alejado de la imagen de estrella de Hollywood que mostró hace algo más de un año tras su paso por MasterChef Celebrity, concurso en el que se alzó con la medalla de plata.

“Fue una de las mejores experiencias de mi vida, pero muy, muy dura”, confiesa, ya sin chaquetilla, vestida de negro y con zapato plano. “Tenía ganas de hacerlo porque me lo habían dicho varias amigas, como Bibiana Fernández o Anabel Alonso. El compromiso es absoluto. Llega un momento que quieres hacerlo tan bien que te enfadas contigo misma si algo no te sale y llegas a casa llorando”, relata, explicando que la experiencia la ayudó a “empujar los límites”, a crecer.

Ese paso por los fogones más mediáticos le trajo nuevas oportunidades, como esta, que la trae a Arco 2020 junto a Aduriz para mostrar una nueva creación gastronómica para el restaurante Mugaritz junto al ron Zacapa, pero sobre todo le dio un rebrote de popularidad inesperado. Ella, que ha vivido 14 años en Los Ángeles (California, EE UU) hasta que decidió volver hace un par, no esperaba llegar a las nuevas generaciones de esta manera. “El programa tiene mucho éxito con los niños, que a mí no me conocían. Pero ahora me paran por la calle, y eso me ha hecho mucha ilusión”, confiesa una mujer que, aunque conocida, siempre ha mantenido muy en privado su faceta más íntima. Casada con el venezolano Orson Salazar desde hace casi 18 años y con tres hijos en común —Orson, a punto de cumplir 13; Ava, de 10; y Lenon, de 9—, Vega concede que MasterChef también ha permitido que el público la conozca. “Que descubran cómo soy, porque la gente tiene una idea que no es la real”, reflexiona. “Te ven presentando una película, un proyecto, distante o seria. Pero en el programa eres tú en un lugar que no es habitual para ti. Yo al principio decía: ‘¿Qué voy a hacer yo sin guion? ¡No tengo nada interesante que contar!”.

Los guiones, ahora, los redacta ella. Confiesa que le gusta escribir, que ya tiene listo uno para un largometraje. Además, prepara proyectos en España, México —donde rodó varios meses el año pasado— o Estados Unidos. Pero ya con la base instalada en España, donde la familia se ha asentado. Ahora le toca sacrificar horas de sueño y cruzar el charco a menudo, “acumulando millas aéreas”, ríe.

“No creas que me gusta mucho ese ritmo. Me gustaría tener la posibilidad de poder parar porque cuando enganchas dos o tres proyectos te pierdes cumpleaños, notas… Te pierdes tantas cosas”, lamenta sobre sus pequeños, ya no tan pequeños. “Ahora creo que nos necesitan más, es una dependencia más emocional, más psicológica, la época en la que empiezan a volar. Es una etapa muy bonita y la quiero vivir con ellos”, reconoce. Y eso que los tres estarían encantados de volver a Los Ángeles, donde han vivido su infancia. “Los horarios son para niños, todo es muy diurno, el verde, lo abierto, las playas todos los fines de semana… Pero es una ciudad muy difícil para un adolescente. A lo mejor hubiera aguantado un par de años más. Aquí [en España] llevo dos años y medio; allí estuve 14. Era el momento de volver. Yo nunca me he visto viviendo allí”.

Sin embargo, Vega cree que ya ha hecho lo que tenía que hacer: “trabajar”. Para hacerse un nombre. Y regresar a la espera de proyectos con los que se sigue ilusionando igual que la primera vez. Esta sevillana que apenas conserva su acento reconoce que se ve igual, “con los mismos miedos, las mismas inseguridades, la misma ilusión”. De hecho, lo ilustra con una anécdota. “El día que me dieron el primer trabajo, al poco de venirme a Madrid, llamé a mi madre y me puse a saltar como una loca por Gran Vía. Y ahora, cuando me llamaron para Rambo, me puse igual de contenta, saltando”. Admite, eso sí, que le pesa más la responsabilidad. Por su carga personal, familiar, laboral. “Ahora soy menos impulsiva. Tengo el sentido de que lo tengo que hacer bien”.

Con 44 años, Vega es un rostro habitual de la tele y el cine desde los 21. No le cuesta echar la vista atrás, pero no deja de sorprenderse por el recorrido. “23 años… ¡Qué barbaridad! ¡Más de media vida trabajando!”. Y, pese a todo, se ve “exactamente igual”. Con esas mismas inseguridades actorales, aunque “antes tenía más tonterías”. El físico, ese que tanta presión impone a las actrices, tampoco le preocupa. Más bien al revés. “Estoy fenomenal, tengo 44 para 45 y me encanta decir que ya tengo casi 45 [cumplió el 2 de enero]. Me encuentro bien, a gusto conmigo misma. Me encuentro estupendamente. ¿Eso de que los 40 son los nuevos 30? Lo creo de verdad”.


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