Por Brandon J. Celaya Torres
La población mundial alcanzará los 8 mil millones el 15 de noviembre de 2022, según el informe Perspectivas de la Población Mundial. Se prevé que para 2050 habrá 9 mil 700 millones de habitantes en la Tierra y para 2080 se llegará a un pico de 10 mil 400 millones de personas.
Tras la publicación de estas predicciones, las redes sociales se inundaron de comentarios sobre la sobrepoblación como un “problema a erradicar”.
El temor a una crisis de recursos generada por la sobrepoblación se remonta al sigo XIX, cuando el economista Thomas Malthus alertó que la humanidad superaría en número de habitantes su capacidad de suministrarse alimentos.
No obstante, estudios más recientes llevados a cabo por Oxfam muestran que el hambre y las crisis alimentarias no son fenómenos naturales, sino consecuencias de decisiones políticas y económicas.
El periodista Martín Caparrós escribe en su libro “El Hambre” que la producción actual de comida es suficiente para alimentar a la población mundial; sin embargo, la hambruna prevalece por decisiones geopolíticas, así como para mantener el mercado y la especulación financiera con alimentos.
Asimismo, el escritor argentino muestra que la producción y desperdicio de alimentos es desigual entre los países ricos y pobres:
“En Europa y en Estados Unidos el consumidor promedio desperdicia unos 100 kilos de comida por año; un asiático o un africano —¿un consumidor africano?— no llega a los diez kilos. Y que los ciudadanos de los 20 países más ricos desperdician cada año una cantidad de comida igual a toda la producción de África negra —unas 220 millones de toneladas”, escribe Caparrós.
“Hay algo en estas cifras que parece falso: es inverosímil que desperdiciemos la mitad o incluso un tercio de la comida que tenemos mientras tantos no tienen. Pero las he chequeado mucho, y muchos las confirman”, dice.
La investigadora de la UNAM, Blanca Rubio, expresa en su libro “El dominio del hambre. Crisis de hegemonía y alimentos”, que el capital financiero domina al capital productivo, provocando un sistema alimentario frágil. Lo anterior puede resultar, según Rubio, en un auge en la crisis alimentaria sin que caiga la producción real de alimentos a nivel mundial.
Según los pronósticos de Naciones Unidas, India superará a China como el país más poblado. Actualmente, 61% de la población mundial vive en Asia, 17% en África, 10% en Europa, 8% en Latinoamérica y el Caribe (650 millones) y el 5% restante en América del Norte y Oceanía.
El espacio que cada humano ocupa para saciar sus necesidad y gustos también se ve marcado por la desigualdad. Según el centro de estudios ambientales Worldwatch Institute, la Tierra tiene 1,9 hectáreas de terreno por persona para cultivar alimentos, para fabricar tejidos para ropa, para suministrar madera y para absorber residuos. No obstante, un estadounidense utiliza en promedio alrededor de 9,7 hectáreas.
El matemático Andrew D. Hwang explica: “Estos datos, por sí solos, sugieren que, con un nivel de vida estadounidense, la Tierra solo podría soportar una quinta parte de la población actual, unos 1.500 millones de personas”.
Este mismo matemático adelanta que la población mundial estabilizará su crecimiento en 78 años. “Esta estabilización sería el síntoma de una dura realidad biológica: la capacidad de carga de la Tierra está restringiendo la población humana: la población que muere de forma prematura, por inanición y por enfermedades, compensa la tasa de natalidad”.
Los factores clave que provocarían esta “dura realidad biológica” son la “desproporcionada” producción y contaminación de los países ricos, explica Hwang.
“Ansiedad demográfica” y el auge de la extrema derecha
El crecimiento poblacional se debe en gran medida al avance de la medicina, lo que ha permitido reducir la mortalidad neonatal, así como alargar la extensión de vida de las personas. Sin embargo, los beneficios son limitados por la desigualdad.
Por ejemplo, la investigadora Silvia E. Giorguli, presidenta del Colegio de México (Colmex), asegura que en países como Japón la tasa de mortalidad neonatal es de dos muertes por cada mil nacimientos. Por otro lado, en Níger esta cifra se eleva a 74, es decir 97.3% más.
Aunque en los países ricos la supervivencia de los recién nacidos es más alta que en el resto del mundo, el politólogo Ivan Krastev explica que, aparte de Israel, “no hay ningún país rico en el mundo cuya población no esté –sin tener en cuenta la migración– en vías de declive“.
A este fenómeno, Ivan Krastev lo denomina “ansiedad demográfica”. Esta ansiedad es alimentada no solo por las proyecciones de los demógrafos, “sino también de las impresiones que tiene el público sobre la dinámica y las proporciones étnicas“, explica el politólogo.
Un efecto de esta ansiedad es que en el imaginario colectivo las mayorías se autoperciben como minorías a punto de ser desplazadas por extranjeros y grupos étnicos distintos. El llamado “miedo demográfico” está impulsado por el “miedo a que ‘mi gente’, ‘mi pueblo’, desaparezca y se destruya nuestro modo de vida”, dice Krastev.
El envejecimiento poblacional de los países ricos “reduce el horizonte temporal de la sociedad y cambia radicalmente la naturaleza del cuerpo electoral“. Por lo anterior, explica el experto búlgaro, “no es casualidad que los partidos de extrema derecha se hayan convertido en los profetas del apocalipsis demográfico de las sociedades occidentales”.
Esta ansiedad ante el retroceso poblacional en naciones ricas y pequeñas, y el aumento de la población en otros países, “fundamenta el éxito electoral de los populistas en Europa del Este“, señala Krastev.
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