Los ojos de Michelline Baptiste, grandes y pintados de morado, se cierran cada vez que toma aire antes de hablar. Porque el día anterior perdió a su bebé, del que estaba embarazada de tres meses, y aún sangra. Porque a las siete de la tarde, en Del Río, Texas, hay 37 grados. Porque a ella, que es diabética y sufre presión alta, la espalda y los párpados se le caen. Porque después de días contenida —en el fondo, retenida— por la presencia de la Patrulla Fronteriza en el límite entre Estados Unidos y México ha sido autorizada a seguir adelante: “Hay que aguantar para sobrevivir”.
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Baptiste es una de las 15.000 personas que se agolpan desde el jueves en un campamento entre Ciudad Acuña, en Coahuila (México), y la ciudad texana de Del Río, después de tratar de cruzar de forma ilegal la frontera entre los dos países. Ahora espera en la sede de una ONG, la única que trabaja periódicamente en la ciudad, donde los voluntarios han armado una tienda de campaña para que algunos migrantes puedan dormir en colchonetas finas antes de partir este martes en bus o en avión hacia otros destinos dentro del país. En el campamento debajo del puente, Baptiste lo pasó mal: el polvo en el aire, el sol fuerte, los robos. Y antes de eso, el viaje desde Chile, los seis días a pie en la selva que separa Colombia de Panamá, la llegada a Tapachula, en el sur de México. “Me pasaron muchas cosas, a mucha gente la violaron, a las niñas, a sus mamás”, cuenta la haitiana, “a veces una iba a tomar agua y veía a un muerto río arriba, entonces ya no tomaba”.
Un hombre con una niña sobre sus hombros cruza el río Grande de Estados Unidos a México. En vídeo, imágenes de los migrantes en la frontera con México.
Fuera de la tienda de campaña, unas 10 personas se encorvan sobre una mesa donde pueden cargar la batería de sus celulares. Un cablerío blanco y las pantallas brillantes sobre los rostros. Desde allí, se comunican con sus familiares, los que están en Haití y los que viven en Estados Unidos. Marco Louiville, de 25 años, y su pareja, que está embarazada, viajarán a Miami, donde tienen parientes. En esa ciudad, espera poder empezar a trabajar como conductor de tractores. “Pasamos mucho para estar aquí”, dice. Incluso en los últimos días. Las cámaras grabaron el domingo escenas a lo largo del río Grande en las que agentes de la Patrulla Fronteriza montados a caballo intentaban agarrar a los migrantes y utilizaban a los animales para empujarlos hacia México. Este lunes, las autoridades de EE UU emitieron un comunicado en el que anunciaban una investigación formal sobre los hechos.
Los miles de migrantes cuyo avance se ha contenido desde el jueves son, sobre todo, haitianos que salieron del país expulsados por la inestabilidad política y económica. El país más pobre del hemisferio occidental sufrió en 2010 un devastador terremoto que obligó a miles de personas a empezar un éxodo, principalmente, hacia países de Sudamérica. En 2017, México dejó de ser solo un país de paso hacia Estados Unidos y se convirtió en un destino para los haitianos. La grave crisis humanitaria que sufre el país desde hace una década empeoró con el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, en junio y el impacto del seísmo de magnitud 7,2 que dejó más de 2.000 muertos en agosto.
“En Haití no hay vida”, resume Mariego Pierre, de 32 años y embarazada de cinco meses. La mujer describe los últimos días como una “calamidad”. “Sin comida, sin baño, sin lugar para dormir”, dice, después de miles de kilómetros a pie, de acuerdo con su relato. A su alrededor, hombres y mujeres siguen cargando la batería de sus celulares, lavan sus ropas, reposan, se guardan del sol, barren la tienda de campaña donde dormirán esa noche o buscan el camino al aeropuerto desde el que volarán al día siguiente. La haitiana, como otros miles de migrantes, se arriesgó al viaje pese a que el mensaje de la Administración demócrata de Estados Unidos ha sido desde el principio “No vengan”.
Mientras estuvieron en el campamento, el caudal bajo del río les permitía ir y venir a Ciudad Acuña, al otro lado de la frontera, donde los precios para adquirir agua y otros productos básicos son más bajos. Pero en los últimos días los migrantes han empezado a salir del campamento, que está cerrado a la prensa, con sus pertenencias de vuelta hacia México. Algunos intentarán cruzar por otros puntos de la frontera, según han contado, porque no ven posibilidad de seguir por allí hacia Estados Unidos.
El puente que pasa por encima del campamento fue cortado al tráfico el sábado. Por ahí cruzan cada día miles de personas para trabajar, hacer compras o visitar a sus familias. El alcalde de Del Río, el demócrata Bruno Lozano, un político joven que gobierna desde 2018, aseguró en Twitter que “la dinámica” ya estaba “cambiando” y agradeció los “esfuerzos de logística” a la Secretaría de Seguridad Nacional y al gobernador, el republicano Greg Abbott por el envío de 400 agentes. A Biden le lanzó una crítica: “¿Dónde está?”
Del Río, una ciudad fronteriza de casi 36.000 habitantes, escenifica estos días las dificultades del Gobierno de Estados Unidos para gestionar la llegada de migrantes, que en el último año ha registrado los números más altos en dos décadas. Las cifras han servido de combustible a los republicanos y a los seguidores del expresidente Donald Trump para atacar a la Administración demócrata y exigir más mano dura en la frontera. “Nuestra nación va a pagar el precio por la debilidad y la incompetencia de Biden”, ha declarado este lunes el senador republicano Ted Cruz, que el fin de semana visitó el campamento. Allí se habían reunido habitantes de Del Río a protestar por la llegada de migrantes. Algunos denunciaban robos en la ciudad y exigían, incluso, un juicio político contra el presidente.
La gran mayoría de los habitantes de la ciudad texana son de origen hispano: el 85%, de acuerdo con los datos del censo. La urbe y sus alrededores fueron el segundo paso más usado por los migrantes después del Valle de Río Grande para entrar en Estados Unidos en el último año. Los agentes fronterizos registraron números récord de encuentros con migrantes –las autoridades contabilizan todos los intentos de cruce sin importar si los hizo la misma persona, por eso hablan de “encuentros”–. Los registros de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) muestran casi 1,5 millones de encuentros con migrantes en la frontera. En Del Río, hubo 214.993, 533% más que durante el periodo anterior, cuando estaba detrás de los pasos por Laredo, Tucson o San Diego.
El Gobierno demócrata realizó el domingo los primeros vuelos de deportación y ha continuado el día siguiente. La estrategia, acordada con las autoridades haitianas, consiste en enviar a los migrantes de regreso a su país de origen o a las naciones desde donde emprendieron el viaje en varios vuelos diarios, como Brasil o Chile. Los migrantes que no son deportados son enviados a otros puntos fronterizos para procesar sus solicitudes. El Gobierno del presidente Joe Biden ha cerrado este lunes la frontera. Desde Del Río, el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, ha insistido en que quienes entren ilegalmente a Estados Unidos serán deportados: “Su viaje no va a tener éxito y habrá puesto en peligro su vida y la de su familia”.
El jefe de la Patrulla Fronteriza, Raúl Ortiz, informó el domingo en rueda de prensa de que ya habían sido trasladadas 3.300 personas y que en las siguientes 24 horas moverían a 3.000 migrantes más. “Seguimos aplicando la orden del Título 42”, avisó Ortiz. El Título 42 es una excepción en la ley que permite la deportación inmediata de migrantes y que ha sido utilizada durante la pandemia para dificultar los trámites de solicitud de protección o asilo de quienes llegan irregularmente al país. La implementó Trump y la mantuvo vigente Biden. Un juez ordenó hace 10 días a la Administración estadounidense levantar la orden que permite las expulsiones exprés y dio dos semanas al presidente para poner fin a la práctica.
Ya nadie espera en la esquina de Del Río donde hasta hace minutos se juntaban varios migrantes haitianos. El último bus del día hacia San Antonio, a dos horas y media, salió y las cinco personas que quedaban se dirigen ya a un hotel que encontró para ellos una organización. Francisqs, de 27 años y que no ha querido dar su apellido, espera volar este martes a Miami junto con su pareja en un vuelo que ya han pagado. El viaje, dice, ha sido largo: “Llegamos caminando de país a país”. Enumera: Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá… y sigue. Como muchos de los haitianos que han conseguido autorización para entrar en Estados Unidos, responde lo mismo cuando se le pregunta por qué razón le permitieron empezar su solicitud de protección o asilo. Él asegura haber visto mujeres embarazadas siendo deportadas, entonces atribuye a un solo motivo su suerte:
—Por Dios.
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