El proyecto político más relevante de la Administración de Joe Biden, un paquete de medidas sociales y medioambientales que suponen el mayor impulso al Estado de Bienestar en medio siglo, dependen, esencialmente, del voto de un senador demócrata de 74 años que ha hecho carrera en un territorio rabiosamente trumpista, como Virginia Occidental, a cuenta de una estrategia centrista, también, hasta rabiar. Joe Manchin III se ha puesto de uñas contra el programa de fomento de las energías renovables de su propio partido, ha reclamado que renuncien al soñado permiso de maternidad y enfermedad pagado del que carece la primera potencia y ha rechazado el impuesto de los multimillonarios. También discrepó del salario mínimo de 15 dólares por hora.
Es, para muchos progresistas de su partido, una suerte de republicano que se ha colado en su trinchera. En realidad, lleva en ella 40 años, pero nunca resultó tan crucial. Con un reparto del Senado exactamente igualado, 50 republicanos por 50 demócratas, el partido de Biden no puede permitirse desertores. El voto de calidad del vicepresidente de Estados Unidos —en este caso, la vicepresidenta, Kamala Harris— dirime sobre las votaciones en caso de empate y concede, de facto, el control de la Cámara alta a los demócratas. Pero si él vota no, ya no hay empate que resolver.
Y en pleno giro a la izquierda de su partido, Manchin es un electrón libre. Exigió la reducción de los subsidios de desempleo en el plan de estímulos impulsado por Biden al principio de su Gobierno, tumbó la nominación de la directora de presupuesto, Neera Tandem, y en 2018 votó a favor del polémico nombramiento, entre acusaciones de abuso sexual, del juez del Tribunal Supremo Brett Kavanaugh. Ahora tiene la agenda Biden en vilo. El pasado martes, desde la Conferencia del Clima en Glasgow, el presidente se mostró confiado en lograr su bendición para el llamado programa Build back better (reconstruir mejor). “Creo que Joe estará ahí”, dijo en rueda de prensa.
El plan inicial, presupuestado en 3,5 billones de dólares (unos tres billones de euros), había encogido ya hasta los 1,75 billones, justo antes de subirse al avión. Y, cuando regresó, después de cinco días de viaje, el proyecto de ley seguía sin refrendarse en las dos Cámaras del Capitolio. Tras las reticencias de la otra senadora centrista demócrata, Kyrsten Sinema, de Arizona, falta resolver los recelos del senador de Virginia Occidental.
Manchin recalca que no está en contra del permiso para el cuidado de los hijos, una pequeña revolución social para el país más rico del mundo, pero considera que dicha medida no debe formar parte del plan de Biden, pues este se aprueba por un método legislativo que se llama reconciliación presupuestaria y solo requiere una mayoría simple, en lugar de 60 votos. Para acabar con ese requisito de mayorías de 60 votos, llamado filibusterismo, haría falta su voto, pero también discrepa en este punto.
“Tenemos que trabajar juntos, no podemos ir demasiado a la izquierda. Este no es un país de izquierdas, o de centroizquierda. Somos de centro o de centroderecha, eso se ha visto. Y debemos ser capaces de reconocerlo”, advirtió el pasado jueves en la cadena televisiva CNN. Entró así de lleno en el debate que se ha abierto esta semana en Washington tras la sonada derrota demócrata en las elecciones de Virginia: si hay que leerlo como una reprimenda por un viraje excesivamente progresista o, al revés, por la frustración de una promesa social que no se ha cumplido.
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“No tenemos los números [en el Capitolio] que tenían Franklin Delano Roosevelt o Lyndon B. Johnson”, añadió en referencia los presidentes que, respectivamente, impulsaron el New Deal y la Gran Sociedad, con los que Biden busca compararse.
Manchin debutó en el Senado en representación de Virginia Occidental en 2010, al ganar el escaño del senador demócrata Robert C. Byrd, cuando falleció. En 2012 ganó la reelección con un 61% de los votos y en las legislativas de 2018, en pleno imperio de Trump, lo amarró de nuevo. Tiene en su haber algo parecido a una pica en Flandes: ha amarrado un escaño demócrata en tierra hostil.
Nacido en 1947 en Fairmont, un pueblo minero de 18.000 habitantes, entró en política en los años 80 procedente del sector privado, de trabajar durante años en la empresa familiar, de venta de alfombras, y en una empresa de carbón, que es uno de los yacimientos económicos de Virginia Occidental y, por tanto, su caballo de batalla contra el plan medioambiental del Gobierno. Manchin trata de evitar las medidas de fomento de las energías limpias, que penalizan a las industrias que mantengan las fósiles, lo cual va en detrimento de las minas de su tierra.
El vínculo de este senador con el negocio, no obstante, va más allá de los intereses de sus votantes. No ha habido en este ciclo electoral ningún miembro de la Cámara alta que haya recibido tantas donaciones del sector del petróleo, el carbón y el gas como él, según los datos recopilados por OpenSecrets, una plataforma independiente que hace seguimiento de las contribuciones a los políticos estadounidenses. Vive un momento especialmente dulce en cuanto a recaudación: ha batido un récord de donaciones en el tercer trimestre del año, según los datos registrados y publicados por Financial Times. Logró 1,6 millones de dólares en el primer trimestre del año, frente a los 1,5 millones del segundo trimestre y los tan solo 175.000 dólares del primero. Cuando se encuentra en Washington, vive en un barco atracado en el río Potomac que se llama Almost Heaven, Casi el cielo, por la canción de John Denver. Hace unas semanas unos ecologistas se acercaron a él en kayak para protestar.
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