Después de firmar una maravillosa cabalgada de seis días escalando en solitario el macizo del Fitz Roy, en la Patagonia, y aupándose, de paso, hasta 10 de sus cimas, Sean Villanueva O´Driscoll pudo reconocer que la montaña más temible que tuvo que vencer se hallaba en su interior. La voz de este alpinista belga, de padre español y madre irlandesa, suena juvenil mientras se empeña en relatar en castellano los detalles de una actividad que lleva el sello de los visionarios y adelantados a su época. Aunque definir así su actividad es banalizarla: Sean Villanueva ha tomado el testigo de los mejores alpinistas de la historia, ha estudiado su legado y aceptado el reto de imitarles para llevar el juego del alpinismo hasta un escalón superior. Soñar donde nadie lo hace, osar donde nadie se atreve, fabricarse un reto que deje huella o acabe en desastre, reunir músculo psicológico suficiente para armar la mochila y partir hacia una aventura escrita con letras de neón. No se puede hablar de deporte, el término es reduccionista, por mucho que Villanueva sea un escalador de élite: el alpinismo es bello porque coloca a sus actores frente a sí mismos y frente al medio natural, porque enfrenta la experiencia y la fortaleza a la inseguridad que evoca el azar o la soledad. Hace un año, mientras escalaba la aguja Poincenot, pegada al Cerro Fitz Roy, Alberto Iñurrategi tuvo una revelación: “Sean Villanueva y Nicolas Favresse aparecieron de la nada y desaparecieron pared arriba. Fue una visión tan fugaz que pareció un sueño. Su fluidez, su dominio del medio, su material minimalista y su arrojo me dejaron profundamente marcado. No escalaban, corrían. Había visto pasar el futuro del alpinismo”, recuerda.
Villanueva no pudo entonces volar de regreso a Europa, atrapado en El Chaltén por la pandemia de la covid, donde ha pasado todo un año y ahí sigue. Allí, residiendo a los pies del Fitz Roy y del Cerro Torre, empapándose de la historia del lugar e inspirándose de la mística de unas cimas que la climatología ha convertido en perversas, Villanueva dejó crecer en su cabeza una montaña de sueños y miedos. Ordenar su ilusión, darle forma, vencer los reparos, masticar la terrible incertidumbre y ser capaz de digerirla le llevaron meses de lucha. En 2014, dos de los escaladores más grandes y reconocidos, los estadounidenses Alex Honnold y Tommy Caldwell (nadie puede olvidar sendos documentales sobre sus hazañas: Free Solo y Dawn Wall) se encordaron para firmar la primera travesía integral del Fitz Roy, escalando sin parar de norte a sur, arriba y abajo, entre el 12 y el 16 de febrero.
La noticia dio la vuelta al mundillo del alpinismo, y a los que desconocen este universo se les podría ilustrar con una imagen: fue algo así como escalar las fachadas de una hilera de 10 rascacielos, su llamado skyline, sin posibilidad de rescate y bajo la amenaza de los vientos y tormentas más furiosos que se conocen. Lo que acaba de lograr Sean Villanueva, entre el 5 y el 10 de febrero pasados, es aún más increíble, puesto que lo ha hecho en solitario y en sentido inverso al trazado escogido por la pareja estadounidense.
Escalar en solitario
En los tramos más expuestos, el escalador se quita la mochila e instala en la roca material de progresión por el que pasa la cuerda para asegurarse hasta llegar a un punto seguro. Recoger el material de aseguramiento supone tener que recorrer tres veces cada tramo.
El escalador asciende. En caso de caída, la cuerda le retiene desde el último punto de anclaje.
Cuando llega a un lugar óptimo, crea una reunión con un mínimo de tres anclajes. Termina el largo fijando la cuerda al punto seguro.
La siguiente maniobra de un escalador en solitario es izar hasta la reunión la mochila con el resto del material. Ésta suele ir metida en un petate diseñado para deslizar mejor por la roca, pero Villanueva no pudo elevarlo así por estar dañada una de sus cintas.
El escalador va recogiendo parte del material mientras desciende rapelando hasta el principio del largo.
Retira el resto del equipo cuando asciende de nuevo. Villanueva, además, tuvo que hacerlo con la mochila de 30 kilos a la espalda.
De nuevo en la reunión, recoge toda la cuerda y se prepara para atacar el siguiente tramo. Así hasta la cima.
Solo dos personas conocían de antemano los planes de Villanueva cuando este partió de El Chaltén portando 30 kilos de material sobre sus hombros. No llevaba radio ni teléfono vía satélite. No deseaba generar expectativas y lo único que esperaba era regalarse una experiencia vital: “Es sencillamente increíble que la travesía coincidiese con mi 40 cumpleaños y que además disfrutase de una ventana de buen tiempo de seis días, algo muy muy infrecuente en estos lugares”, se maravilla. “Al principio, quise hacer la travesía con un compañero, pero al marcharse Nicolas, la idea de hacerlo solo fue creciendo en mi cabeza, aunque solo como una pesadilla. Consideré que necesitaría 10 días de buen tiempo, cosa casi imposible aquí, así que me dije que me conformaría con seis. Como me parecía altamente improbable, andaba tranquilo pensando que no tendría que llevar a cabo mi sueño… hasta que llegó un parte meteorológico que lo cambió todo”, ríe. El sentido del humor de Sean Villanueva es contagioso y los relatos de sus aperturas de vías en Pakistán, Groenlandia, Baffin o la misma Patagonia resultan delirantes, pura despreocupación para unas actividades de altísimo nivel: como si las ascensiones de mayor compromiso fuesen un simple juego. “Creo que en España el alpinismo tiene más tradición que en Bélgica, obviamente, pero también se ve como un asunto serio, grave, casi trascendente. Yo y mis amigos procuramos divertirnos y obviar el lado más épico del alpinismo”, apunta Villanueva.
Para enlazar las 10 ascensiones, Sean empleó rutas ya abiertas, pero también escaló “pequeñas zonas vírgenes”. “La dificultad máxima que encontré no pasaría del 6 c, pero lo más serio no era escalar las cimas sino bajarme de ellas. Conocía algunas líneas de rápel y otras no, y en algunos casos tuve que abandonar material para poder alcanzar alguno de los collados”, recuerda. Escalar en solitario autoasegurándose es un trabajo de locos: una vez completado el tramo de cuerda escogido, el escalador ha de izar un petate con todo el material sobrante, descender y ascender de nuevo por la cuerda para poder recuperar el material empleado, lo que viene a ser algo parecido a escalar dos veces cada cima. “Tengo que reconocer que mi logística no fue ejemplar. Se puede hacer mucho mejor, mucho más ligero. Pero no quería batir ningún récord, ni ser el más rápido, ni hacer historia, ni nada parecido: lo que realmente me motivaba era vivir esa experiencia, ver hasta dónde era capaz de llegar, disfrutar cada segundo allá arriba”, se sincera. En todas las cimas, cada noche y cada amanecer, así como al alcanzar ciertos collados, Sean sacaba su flauta irlandesa y tocaba algo. Era su manera de concederse treguas mentales, de relajar su mente antes de volver a concentrarse en avanzar sin fallar. “No veas qué acústica encontré allí arriba”, ríe.
“La travesía ha llegado por casualidad pero en el mejor momento de mi vida de alpinista, con una buena madurez, mucha experiencia y una gran fortaleza física y mental. Dicho lo cual, no sé si lo logré por estas razones o porque tuve mucha suerte. Por ejemplo, casi toda la escalada discurre por vertientes orientadas al sur, que aquí equivalen a las caras norte europeas: debían estar húmedas o heladas, pero encontré casi siempre roca seca, lo cual me permitió avanzar sin sobresaltos”, concede. El día de su 40 cumpleaños, decidió vivaquear antes de lo habitual para celebrarlo: de haber seguido, se hubiera encontrado parte de la ruta francoargentina al Fitz Roy mojada. Un día después, se había secado y pasó sin problemas.
Si su apuesta tuvo éxito fue porque durante meses se preparó a conciencia por si llegaba una posibilidad de acometer la empresa, pero a la hora en cuestión ni siquiera disponía del material necesario: lo pidió prestado para salir a la carrera y con discreción. Así se entrenó durante un año Sean Villanueva: “Hice carrera a pie, escalada deportiva, búlder, entrenamiento en panel, levantamiento de troncos, dominadas, flexiones, nadar en aguas frías, estiramientos, ejercicios de movilidad, yoga, taichi, chi-gong, meditación, jardinería, tocar la flauta, cantar, comer sano, dormir bien y visualizar el reto”. Asegura que le hubiese gustado seguir escalando, viajar con su pequeño universo y su soledad a cuestas hasta hartarse.
Puedes seguir a DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.