En 1972 Sandra Hochman (Nueva York, 83 años) filmó Year of the Woman. Considerado pionero de los documentales feministas, narra la campaña de Shirley Chisholm, la primera congresista afroamericana y la primera mujer en competir por la candidatura a la presidencia de Estados Unidos. El filme se rescató para la campaña de Hillary Clinton. También la editorial Siruela ha recuperado la novela Notas de despedida, tan chocante hoy como hace 50 años, cuando la escribió. Robert Lowell, Leonard Bernstein o Truman Capote fueron sus amigos. Lenguaraz, desprejuiciada, lúcida y contradictoria, recibe en su apartamento del Upper East Side de Manhattan.
“¿Cómo está más cómoda?”, le pregunta el fotógrafo. “Cuando alguien me firma un cheque”. Se resiste a posar alejada de la cama: es donde pasa la mitad del día. Le cuesta caminar. Pero tiene mente de velocista: no espera a la primera pregunta: “Vivimos en una sociedad satánica. El único dios es el dinero. La gente no quiere saber. Prefiere creer lo que ve en las pantallas. El capitalismo fue algo excitante. Ahora es un perro que se muerde la cola. El mundo es un lugar darwiniano”.
Pregunta. ¿Qué pasará en noviembre?
Respuesta. En las elecciones anteriores yo sabía que Trump ganaría. Hillary Clinton robó muebles de la Casa Blanca. ¿Qué tipo de persona hace eso? No tiene clase. Y sin embargo es una elitista. Despreció a la gente y se concentró en los ricos de Nueva York y Long Island. Trump se concentró en los que lo habían perdido casi todo y tenían poco que perder.
P. ¿Y les ha ayudado?
R. Dirigir un país es un negocio y él sabe de negocios.
P. Trump es lo contrario de lo que usted siempre ha defendido.
R. No me gusta ser la persona que se espera que sea. Veo que es fácil sorprenderla porque no piensa de manera creativa. Una feminista puede apoyar a Trump y decir que el MeToo es lo mejor que le ha pasado a este país.
P. ¿Qué lo ha hecho posible?
R. El hartazgo de tener que follar para conseguir un trabajo. Pero no hubiera habido un Renacimiento sin la oscuridad de la Edad Media. Lo que hicimos muchas mujeres está dando frutos. Como feminista no me gusta quien juega a hacerse la víctima. Hillary fue arrogante. Creo que Clinton era buena persona. Se tiraba a todo lo que pasaba por la Casa Blanca, pero fue buen presidente. Ella era la mujer de. Dijo que las mujeres de provincias votaron en su contra porque las convencieron sus maridos. No, las mujeres de provincias tienen cerebro.
“Los editores ponen dinero si hay beneficios; si no, no interesas. Lo rentable es la nueva definición de cultura”
P. En 1972 filmó Year of the Woman, considerado el primer documental feminista.
R. Fue un encargo del primer director de la revista Rolling Stone, Porter Bibb. Le dije que no había hecho cine. Contestó: “Eres una lianta. Lo harás”.
P. Filmó la campaña hacia la presidencia de la demócrata Shirley Chisholm. ¿Estados Unidos llegará a tener una presidenta?
R. Lo dudo. Todas estas mujeres que creen que tienen poder acaban peleándose entre ellas. Durante décadas, las mujeres hemos sido buenos negros: si éramos maltratadas, manteníamos la boca cerrada. A pesar de los problemas, la igualdad de los negros es un camino sin retorno porque protestan, no aceptan como normal la discriminación. Que las mujeres protesten me hace pensar que llegarán a ser iguales. Entonces quedará la desigualdad mayor de todas: la económica. La gente oprimida siempre se reprime. Cuesta mucho enfrentarse a quien te da de comer.
P. Lleva 50 años defendiendo los derechos de las mujeres. ¿El MeToo es una moda?
R. Es una revolución que comenzó hace muchos años. Hoy la maravilla es ver a hombres pidiendo perdón. Los que se comportan mal no pueden ser los que representan a los hombres.
P. ¿Qué le hizo ver tan pronto?
R. Creo, modestamente, que fui una pionera. Se le da mucho crédito a Gloria Steinem, pero mi lucha ha sido más creativa. Escribí sobre mujeres a las que penetraban por detrás y sobre mujeres a las que castigaban sin sexo. Eso era tabú entre los burgueses. Se suponía que siempre era el hombre el que quería sexo.
P. ¿Qué le dijo su madre?
R. Que tenía razón. Era profesora en Harlem. Feministas ha habido siempre, se llamaran o no así. Quien no considera a las mujeres ciudadanas de segunda es feminista. Gloria me dio contactos y yo le enseñé a hablar en público. La clave es no tener miedo.
P. ¿Qué le quitó el miedo a usted?
R. Sinceramente, mi padre me dejó dinero, y para que te importe un bledo lo que la gente piensa de ti tienes que tener dinero. Tratar de hacer dinero a base de opinar es peligroso. Cuando murió, le pregunté a su última mujer que qué hacía con la herencia. Contestó: “Todas las señoras tienen un collar de perlas”, de modo que fuimos a Saks, en la Quinta Avenida, porque ella no era judía. Los judíos compran las cosas en la sección de oportunidades y descuentos. Hace 60 años que tengo las perlas y me las pongo todo el rato. Les digo a mis estudiantes que la escritura se parece mucho a las perlas. Empieza siempre con algo muy feo: un trauma, dolor, el grano de arena, y necesita tiempo para convertirse en algo que brilla.
P. ¿Qué hizo para difundir el feminismo?
R. Utilizaba estrategias del mundo del arte. Fundé la asociación Women in the Arts para protestar porque había pocas autoras en los museos. Les dije que alquilaran camiones y mostraran sus obras frente a los museos. La discriminación ha existido siempre. Ahora me siento discriminada como anciana. Los editores ponen dinero si hay beneficios; si no, no interesas. Lo rentable es la nueva definición de cultura, es decir, de lo que nos forma como personas. Tuve la suerte de trabajar para Barney Rosset, el editor de Grove Press, que trajo a Samuel Beckett a Estados Unidos. Para él la cultura era lo que nos hace más persona.
P. ¿Qué debe hacer la cultura?
“Nunca he entendido lo que es ser revolucionaria: un artista ha de exponersea la que la gente lo odie”
R. Arriesgar. No ser como Mario Puzo, que se imitaba a sí mismo en cada libro. En Estados Unidos solo gusta la gente famosa: tienes que ser famoso para ser famoso. Yo lo conseguí sin querer. Fui la primera mujer que ganó el premio de los poetas jóvenes de Yale. Saul Bellow quiso casarse conmigo.
P. ¿También? Ha acumulado pretendientes…
R. Claro. Yo misma me hubiera casado conmigo. Bellow era brillante. Se casó cuatro veces y se llamaba a sí mismo un marido en serie. Pero esos escritores son unos ególatras. No le gusté porque fuera guapa o rica. Le gusté porque conocía su trabajo de memoria. Mi terapeuta me dijo: “Ya te casaste con un divo y no te gustó ser el segundo plato”. Tenía razón. Supe que siempre sería la señora Bellow porque él era un escritor mucho mejor que yo. Es cierto que he tenido muchos amantes, pero la triste realidad es que era fácil: las escritoras eran o feas o neuróticas. Anne Sexton dijo que Sylvia Plath se había suicidado como jugada estratégica para su carrera. No creo que estuviera desesperada por la maternidad. Estaba amargada porque su marido la había dejado por otra, la historia de tantas mujeres.
P. ¿Por qué no tiene móvil ni correo electrónico?
R. Hace 40 años vi claro que la mezcla entre satélites y ordenadores iba a arruinar el mundo. La gente ya ni folla. Todo es virtual, hasta el sexo. La tecnología es tan peligrosa como el nazismo. Salvo que el nazismo solo perseguía a los judíos y la tecnología cambia la vida de todo el mundo. En 1976 escribí Satellite Spies: The Frightening Impact of a New Technology (Satélites espías: el aterrador impacto de una nueva tecnología). Entrevisté a muchos profesionales: ni uno pensaba que la tecnología iba a hacer del mundo un lugar peor.
P. ¿Qué le hizo verlo a usted?
R. Nunca se ha hecho nada para beneficiar a todo el mundo. Hemos vendido nuestra identidad para conectarnos y acceder a la información a la que quieren que accedamos. El Pentágono trató de parar la publicación de mi libro. Decían que era antiamericano. En realidad era anticapitalista. Estados Unidos está basado en el apoyo incondicional a la tecnología: quien tiene la más puntera es el más poderoso.
P. No es lo único que ha anticipado.
R. He visto claro desde el principio. No quiero decir que sea un genio y que todo el mundo sea imbécil, pero tengo una cabeza diferente, la tienen la mayoría de los buenos poetas. El resultado de esta sobreconexión lo estamos pagando caro. Mi hija, Ariel Leve, es una gran periodista y tiene poquísimo trabajo. La gente se ha conformado con la información que encuentra en Internet. ¿Cómo puede alguien creer que lo gratuito es información? Internet desinforma.
P. En sus memorias, su hija describió la relación con usted como un infierno.
R. Escribió ese libro porque yo le enseñé a actuar así. Si uno elige un campo creativo y no está dispuesto a ir hasta el final, se ha equivocado. Sin riesgo no hay arte. Claro que me dolió lo que dijo, ¡pensaba que era una gran madre! Eso sí, la gente me llamaba para decirme que lo sentía, pero lo estaban disfrutando, ya sabes cómo es la gente. Los celos no tienen límite. Gloria Steinem escribió: hay gente, como Sandra Hochman, que no debería tener hijos.
P. ¿No era su amiga?
R. Nunca ha entendido lo que es ser revolucionaria: un artista ha de exponerse a que la gente lo odie. Pero esa puñalada trapera denota miedo y antifeminismo. Cuando nació mi hija le regaló una muñeca. ¿Qué tipo de feminista regala una muñeca a una niña? Gloria no hubiera llegado a ningún sitio si no hubiera sido guapa.
P. ¿Defiende un feminismo que renuncie a la feminidad?
R. ¿Cómo vas a renunciar a algo que te da fuerza? Cuando una nace guapa no da importancia a la belleza.
P. Usted lo ha sido.
R. Es una lotería. Flo Kennedy, la primera abogada negra graduada en Columbia, era brillante. Su baza era que te hacía reír. Una vez, mientras rodábamos, le pregunté: “¿Quieres una rodaja de melón?”. Contestó: “Lo que querría es ser rubia y con ojos azules como tú, pero aceptaré esa rodaja”. Era divertida y sabia. Vivió tanto racismo que decidió que haría suya cualquier causa de alguien discriminado. Cambió el negocio de la música reclamando un trato igualitario para músicos negros como Jimi Hendrix. Ella me hizo política. Gloria era insegura, pero hay que reconocer que trajo a Flo a mi casa.
P. ¿Le parece que dejemos a Gloria? Esta es su entrevista.
R. Estoy harta de que la adoren. Quiero vengarme de lo que dijo sobre mi hija. Después de todo lo que le enseñé… Aun así, vi claro que con mi hija no debía enfadarme: yo la había hecho así: valiente y audaz. Admiro sus cojones.
P. En su novela Nota de despedida —traducida al castellano casi 50 años después de que se publicara— habla de su infancia y da las gracias por haber sido niña, judía y por haber nacido en Manhattan.
R. La gente más sofisticada de Norteamérica vive en Nueva York. Y me encantaba ser niña. Me gustaban las mujeres porque no trabajaban como los hombres.
P. ¡Pero defiende la igualdad!
R. Eso no quiere decir que me parezca bien tener que matarse trabajando. Mi padre trabajó como un perro. Pero me dejó mucho dinero. Eso me liberó.
P. ¿Qué mantiene la vigencia de Nota de despedida medio siglo después?
R. Se dijo que era la primera novela que exponía los secretos del matrimonio. Me estaba divorciando de mi segundo marido, el padre de Ariel, un hombre muy limitado. Había sido novio de Gloria Steinem y cuando le pregunté a ella qué tal era me contestó: “Es el último de los chicos buenos”. Luego me confesó que había mentido. Era un hombre aburrido. No sabe cuánto.
P. Escribió: “Follar con él solo es posible con la tele puesta”.
R. Era así. Pensé en ponerme una pantalla en la frente. Pero al final lo abandoné. Tenía ideas encontradas sobre el matrimonio, ahora lo tengo claro: nunca es una buena idea.
P. ¿Por qué publicó hace poco un libro sobre su romance con Robert Lowell?
R. Porque una de las mayores discriminaciones con los autores se da cuando somos mayores. Pensé que ese tema jugoso les interesaría. Y así fue. Fue una relación maravillosa. Pero estaba enfermo. Durante seis meses vivimos enamorados. Se mudó cerca de mi casa y me trató como a una igual aunque él era el mejor poeta americano vivo. Pero al final brotó su locura: llegó a creerse Adolf Hitler y, como soy judía, intentó matarme. Con todo, no me arrepiento de ninguno de mis amores.
Hochman interrumpe la conversación para contar que Gregoria, que lleva 19 años trabajando para ella, apenas habla inglés. “¿Sabe por qué? Porque se pasa el día trabajando. Es la que da de comer a toda su familia en México. Es superlista. Era católica y ahora es testigo de Jehová”.
P. Usted también ha cambiado de religión…
R. Me guste o no, soy judía y siempre lo seré. Por genética. Pero lo he probado todo: budismo, catolicismo…, y creo que la mejor es la de los testigos de Jehová. El año pasado busqué consuelo en la sinagoga. No lo encontré. Y, en cambio, con los testigos sí. ¿Sabe por qué? Porque era una mujer sola. Las sinagogas son buenas para las familias, no para las personas solas. Además… la sinagoga está en el lado oeste. Era demasiado caro ir allí en taxi. Los testigos están aquí abajo.
P. Qué práctico.
R. No solo eso. Es un lugar de diversidad: hay gente blanca, negra y asiática. En la sinagoga todos son iguales: judíos. Ahora mis mejores amigas son testigos. Una viene a casa a leer la Biblia. Estoy fascinada. Es un libro muy sabio que defiende la necesidad de ser bueno con los demás para ser feliz.
P. ¿Cómo decidió hacerse testiga?
R. Cuando murió mi novio, en 2018, tuve mucha ansiedad. No digiero bien las separaciones. Mi psiquiatra lo atribuye a que con siete años me mandaron a un internado. Todas mis neurosis remiten a eso. Lo dijo Saul Bellow: todo remite al niño. De modo que cuando murió Ted, que era polaco —lo conocí en un taxi, él conducía—, me quedé destrozada. Primero, porque era mi mejor amigo. Y segundo, porque estábamos muy bien juntos a pesar de que él fuera alcohólico. Ahora estoy escribiendo sobre el alcoholismo. Antes era glamuroso beber, ahora es el demonio. Ted tenía cáncer de estómago. Pero yo no me enteraba de su dolor porque era polaco. Y no es nada polaco admitir que estás enfermo. Era ese tipo de macho.
P. Un macho alfa para usted, que ha hablado con claridad sobre el desencanto sexual.
R. Claro: los hombres de clase media castigan a las mujeres sin sexo. Me pasó con mi segundo marido: no tenía libido, como tantos hombres. Yo fui muy promiscua y tuve sexo con muchos hombres. Por eso sé lo que sé: el sexo es medicina. Es lo que te hace sentir mejor del mundo. Ahora ya no soy promiscua porque a medida que envejeces te das cuenta de que la combinación sexo y vejez es una pérdida de tiempo. En este punto no tengo ningún interés en hacerle una mamada a alguien a quien no quiero.
P. ¿Nunca dudó a la hora de exponer su intimidad?
R. No se puede dudar. Siempre he pensado que Dios —que era un hombre, pero podría ser mujer— hizo un favor al mundo creando este maravilloso, complicado, horrible y desagradable lugar. Cuando leo que la gente se quiere ir a otro planeta a ver qué hay, pienso: “Pero ¿conoces este?
Source link