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Biden sopesa opciones tras un recorte decepcionante de la producción de petróleo de la OPEP.

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Consternación. Enfado. Preocupación. La decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de recortar su producción de petróleo ha caído como un jarro de agua fría en la Casa Blanca, donde el presidente, Joe Biden, habla de “decepción” y sopesa alternativas. La medida es desastrosa para la Administración demócrata estadounidense: en el terreno interno, abre la posibilidad de una nueva escalada de los precios del combustible apenas seis semanas antes de unas elecciones legislativas clave. En el terreno geopolítico, bloquea sus intentos de mermar los ingresos de Rusia como suministrador de energía. Y vuelve a demostrar la debilidad de las relaciones entre EE UU y su aliado Arabia Saudí.

La Casa Blanca había ejercido máxima presión en los últimos días para tratar de persuadir a Riad de que no se sumara al resto de la OPEP+ en su apoyo a un recorte, y que en su lugar optara por ampliar la producción. Ese mismo objetivo había figurado de manera prominente en la criticada visita de Biden a Arabia Saudí este verano, cuando el presidente estadounidense saludó con un choque de puños al príncipe Mohamed Bin Salmán y pasó de puntillas sobre el asesinato en 2018 del periodista saudí Jamal Khashoggi, asfixiado y descuartizado en la Embajada saudí en Turquía por orden del primer ministro, según la CIA.

Ni el cortejo ni la presión tuvieron éxito. Arabia Saudí votó este miércoles en la reunión en Viena a favor del recorte de dos millones de barriles en la producción diaria mundial, aproximadamente un 2% del total (aunque algunos países ya producían por debajo de las cuotas acordadas). Era una bofetada en plena cara de Estados Unidos. O así lo ha interpretado la Casa Blanca.

“Estamos examinando qué alternativas podemos tener. Hay muchas alternativas. Todavía no hemos tomado una decisión”, declaraba este jueves Biden a los periodistas al partir para una visita a Nueva York. Pero también reconocía que la decisión de la OPEP representa “una decepción”.

Más tajante aún se había mostrado poco antes la portavoz de la Casa Blanca, Karin Jean-Pierre: “Está claro que la OPEP se está alineando con Rusia con [estos] anuncios”, había subrayado el mismo miércoles.

El paso dado por el cartel petrolero no ha constituido una sorpresa absoluta. Rusia, cuya economía depende de sus ventas de energía al exterior, necesita a toda costa mantener altos los precios para seguir financiando su invasión de Ucrania. También Irán, estrecho aliado de Moscú y que vive en su suelo las mayores protestas contra el régimen de los últimos tres años. Y los países exportadores estaban viendo con preocupación el gradual descenso de precios, desde el pico de 120 dólares por barril, al que llegaron este verano a perder momentáneamente la barrera de los 80 dólares en septiembre. Esa barrera es importante porque naciones como Arabia Saudí la consideran el mínimo que necesitan para mantener sus presupuestos equilibrados y garantizar la estabilidad social en sus territorios.

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Pero el Gobierno estadounidense esperó hasta el último momento que Arabia Saudí, su viejo aliado, se pusiera del lado de Washington una vez más. La visita de Biden, consideraba la Casa Blanca, se había diseñado para relanzar una relación muy perjudicada bajo el mandato del príncipe Mohamed Bin Salmán y, sobre todo, desde el truculento asesinato de Khashoggi, que escribía para The Washington Post. Y, pensaban, se había conseguido. Tras la escena del saludo de los puños, Riad había acordado ampliar su producción en 750.000 barriles diarios.

Estados Unidos, por su parte, había acordado una nueva partida de armamento para la protección del reino. Pero la partida prometida a Riad nunca ha llegado a materializarse, retrasada por el constante flujo de equipamiento del Pentágono hacia Ucrania. Y el aumento de la producción petrolera saudí, sostenido en julio y agosto, se ha ido desinflando desde entonces.

El fracaso de las presiones de Washington abre un interrogante sobre su capacidad de influencia en el exterior en momentos en los que el país se encuentra sumido en una plétora de problemas internos y Pekín y Moscú proponen activamente un nuevo orden mundial. Suscita dudas, también, sobre la trayectoria de las relaciones entre Washington y Riad, hace años uña y carne, pero cada vez más distanciados. Durante la campaña electoral para la presidencia, Biden calificó a Arabia Saudí de “paria”. Ahora, el líder saudí hace guiños a una China deseosa de conseguir el mayor número posible de suministradores de energía. E incluso a Rusia, según teme la Casa Blanca.

“El presidente está muy decepcionado por la miope decisión de la OPEP de recortar sus cuotas de producción mientras la economía global tiene que gestionar el constante impacto negativo de la invasión de Ucrania por parte de la Rusia del presidente Vladímir Putin”, apuntaban los consejeros de Seguridad Nacional y de Economía de la Casa Blanca, Jake Sullivan y Brian Deere, respectivamente. “Consultaremos con el Congreso sobre herramientas y autoridades adicionales para reducir el control de la OPEP sobre los precios de la energía”.

El recorte de la producción petrolera tiene también un efecto interno para el Gobierno estadounidense. Los precios ya han comenzado a subir en el oeste del país. En solo 24 horas, el coste medio de un galón (la unidad más común en EE UU para la compra de gasolina) se había encarecido en cuatro centavos con respecto a los 3,83 dólares (una cantidad similar de euros al cambio actual) del miércoles.

Es una mala perspectiva para la Administración de Biden a 33 días de las elecciones legislativas, en las que los republicanos aspiran a arrebatar a los demócratas la mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Precisamente alentado, entre otras cosas, por la bajada de la gasolina, el Gobierno estadounidense había remontado puntos en las encuestas de popularidad. Esta semana, los sondeos adjudicaban al presidente una aceptación del 44%, frente al 36% que llegó a registrar este verano.

Para hacer frente a las posibles subidas, el Gobierno indicaba el mismo miércoles que continuará la venta de petróleo de su reserva estratégica “en la medida de lo necesario para proteger a los consumidores estadounidenses y para promover la seguridad energética”, 24 horas después de asegurar que no lo contemplaba.

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