Javad Pousheh tenía 11 años cuando, el 30 de septiembre, una bala le entró por la nuca y salió por su mejilla derecha. Los vídeos de su cuerpo en un mar de sangre, de cuya veracidad responde Amnistía Internacional, indican que murió por ese disparo en la cabeza y señalan a un verdugo: las fuerzas de seguridad iraníes. Este niño, que pereció durante la represión de una manifestación en Zahedan, en la provincia suroriental de Sistán y Baluchistán, es solo el más joven de los al menos 23 menores a quienes los cuerpos de seguridad iraníes les arrebataron el futuro, según las cifras de Naciones Unidas. Murieron por disparos en el corazón o en la cabeza; heridas por impactos de perdigones a quemarropa o palizas como las que acabaron con Sarina Esmailzadeh y Nika Shahkarami, de 16 años.
El destino que aguardaba a estos jóvenes —el 16% de los 144 muertos en la represión comprobados por Amnistía no había cumplido aún los 18 años— confirma un fenómeno inédito en las sucesivas protestas de los últimos años en Irán: el protagonismo de los adolescentes. Además, la cifra de 23 menores muertos se ha quedado corta, pues solo incluye los decesos de septiembre. Deja fuera, por ejemplo, a un niño de siete años que expiró en brazos de su madre el 8 de octubre en el Kurdistán iraní por disparos de la policía, según la ONG Hengaw; o la muerte ese mismo día de Abolfazl Adinezadeh, de 17 años, por descargas de perdigones en Mashad, cerca de la frontera con Afganistán, informó el jueves el servicio en persa de BBC.
Aquella lista tampoco incluye a Asra Panahi, de 15 años, fallecida el 13 de octubre en su instituto en Ardabil (noroeste) por los golpes de la policía cuando se negó, con otras compañeras, a cantar un himno alabando al líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, y coreó uno de los lemas de las protestas: “Mujer, vida y libertad”, según denunció un sindicato de profesores. La Asociación para la Protección de los Derechos del Niño, con sede en Teherán, eleva, por su parte, a 28 los menores que han perecido desde el inicio de las manifestaciones desencadenadas por la muerte de la joven de 22 años Mahsa Amini el 16 de septiembre. Tres días antes, Amini había sido detenida, acusada de llevar mal colocado el velo.
“Mujer, vida, libertad”, “Muerte al dictador”, “Mulás, perdeos” son los lemas que han cundido entre una parte de los adolescentes iraníes desde ese día. De ello dan fe cientos de vídeos en las redes sociales en los que muchas niñas aparecen alzando el puño y quemando los velos que están obligadas a llevar y que han convertido en el icono de la opresión. Los medios iraníes en el exilio han informado de estudiantes de instituto sometidas a registros y del secuestro de algunas de ellas en al menos tres ciudades: Karaj, Bandar Abbas y Sanandaj, de acuerdo con el Centro de Derechos Humanos de Irán, con sede en Estados Unidos. El 5 de octubre, Ali Fadavi, número dos de la Guardia Republicana, el ejército paralelo bajo la responsabilidad del ayatolá Alí Jamenei, reconoció a la agencia oficial IRNA que la edad media de los detenidos en las manifestaciones era de 15 años.
La respuesta del régimen al anhelo de libertad expresado por los adolescentes iraníes no solo ha llegado en forma de balas. En una entrevista al periódico reformista Sharq Daily la semana pasada, el ministro de Educación, Yousef Nouri, aseguró que los menores detenidos no están siendo enviados a la cárcel, sino a “centros de salud mental” para “reformarlos y liberarlos de sus comportamientos antisociales”. En estas instituciones “no trabajan psicólogos” sino religiosos que instruyen a los jóvenes sobre “el hiyab [velo] y la ideología islámica” y tratan de “lavarles el cerebro”, explica por correo electrónico desde Canadá el abogado iraní de derechos humanos Hossein Raeesi. Estos centros “son solo un método más para amenazar e intimidar a los manifestantes y a sus familias”, añade.
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SuscríbeteUna rebelión de adolescentes
Irán es un país joven. El 25% de sus 84 millones de habitantes tiene menos de 14 años, de acuerdo con el Banco Mundial. Para el politólogo experto en Irán Ali Alfoneh, del Instituto de los Estados Árabes del Golfo en Washington (AGSIW, en sus siglas en inglés), que respondió también por correo electrónico , las protestas en Irán están adquiriendo la forma de “una rebelión adolescente”. “Los jóvenes están sobrerrepresentados en las protestas por su buena forma física, porque tienen tiempo y carecen de trabajo o propiedades que arriesgar si son arrestados. Igualmente importante es que los adolescentes iraníes están también estadísticamente sobrerrepresentados en Instagram, TikTok y otras redes sociales donde debaten los manifestantes”, sostiene Alfoneh.
“La disposición a manifestarse se reduce con la edad, especialmente en las democracias, donde las demandas políticas se expresan votando. En Irán, la calle se ha transformado en una escuela política, y la lección que aprenden estos jóvenes es la de protestar para ser escuchados”, continúa. Este experto pronostica que estos adolescentes “pueden ser una bomba de relojería para el régimen en el futuro”. La cuestión del velo y la vestimenta entra, además, “en la categoría de las libertades personales”, un factor que el politólogo enmarca en “la rebeldía adolescente” y en el contexto de un país en el que el 60% de los universitarios son mujeres.
Un “segmento importante de la juventud iraní no se siente identificado con la República Islámica”, corrobora otro estudioso de Irán, el profesor en el Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar Luciano Zaccara. Además de otros factores —entre los que cita el impacto de las sanciones económicas por el programa nuclear iraní—, el “reforzamiento de las medidas represivas, tanto en la vestimenta, la movilidad o el acceso a internet” han hecho que parte de los jóvenes iraníes no acepten que su futuro dependa de un Gobierno que no les garantiza “oportunidades laborales, educativas, profesionales y económicas dentro del país”.
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