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https://elpais.com/internacional/2022-10-29/la-victoria-electoral-en-israel-depende-de-la-minoria-arabe-nuestro-voto-vale-lo-mismo-que-el-de-un-judio.html

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Son las quintas elecciones en tres años y medio, pero en la aldea de Ibilin parecen las primeras en mucho tiempo. Un centenar de vecinos de esta pequeña localidad de palestinos con ciudadanía israelí escucha con rostro serio y preocupado cómo uno de los suyos, el diputado Ahmad Tibi, les pide que convenzan a familiares y conocidos para impedir en las urnas el próximo martes la victoria de “la derecha fascista”, como llama a la lista ultranacionalista y racista que, según los sondeos, roza la posibilidad de gobernar con el Likud de Benjamín Netanyahu y los partidos ultraortodoxos.

“En Israel estamos discriminados en muchos ámbitos, pero el día de las elecciones es el único en el que nuestro voto vale lo mismo que el de un judío. Y votar es influir”. Tibi, líder del partido nacionalista secular Taal, sabe que quienes le escuchan —sentados en sillas de plástico, mientras los más jóvenes sirven café con cardamomo, refrescos, dulces y fruta, como marca la tradición local— son los convencidos. Sabe que la minoría palestina ―a la que él y ellos pertenecen y que supone el 21% de la población de Israel― desconfía de los procesos electorales y las instituciones de un Estado que les trata como ciudadanos de segunda y hace apenas cuatro años retiró la cooficialidad a la lengua árabe. Y sabe también que muchos están enfadados por las broncas entre partidos palestinos y que, tras 23 años como diputado, lo ven como una vieja gloria incapaz de resolver sus problemas cotidianos. Pero también sabe que los dos millones de palestinos ciudadanos de Israel son la principal clave de estos comicios y, por eso, pronuncia hasta 10 veces el nombre de Itamar Ben Gvir, el número dos de la lista ultraderechista que amenaza con deportar a quienes tiren piedras.

El pueblo de Ibilin, durante el mitin de Ahmad Tibi.Quique KierszenbaumUn joven reparte dulces durante el mitin de Ahmed Tibi en el pueblo de Ibilin.Quique Kierszenbaum

Retrocedamos a 2014, cuando se elevó al 3,25% de los votos el mínimo necesario para entrar en la Knesset (el Parlamento), con la vista puesta en jibarizar a los partidos árabes. La jugada funcionó como un bumerán: aparcaron sus diferencias y concurrieron en una sola lista, conocida en la calle como Al Mushtaraka (La conjunta), que obtuvo el logro histórico de convertirse en la tercera fuerza del Parlamento.

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Las diferencias estratégicas y personales acabaron desgastando esa unidad y germinaron el año pasado otro hito. En una decisión inédita desde la creación de Israel en 1948, un partido palestino, la Lista Árabe Unida (conservadora, pragmática y de inspiración islamista), se convirtió en el primero en integrar el Gobierno, dentro de una variopinta coalición ―desde la derecha nacionalista hasta la izquierda pacifista― solo vertebrada por el rechazo a Netanyahu. Su disolución tras un año supuso la convocatoria anticipada de estos comicios.

Este martes, concurren tres listas palestinas. La citada Árabe Unida es la mejor posicionada en las encuestas. Mantiene sus escaños, en un refrendo a su decisión de romper el tabú y entrar en el Gobierno. La segunda es lo que queda de la Conjunta, compuesta hoy por una formación heredera del partido comunista, Hadash, y la que lidera Tibi, Taal. Supera por poco el umbral del 3,25%. Por último, Balad, de discurso más nacionalista, necesita un empujón en forma de miles de votos para entrar en la Knesset.

Cartel electoral de la Lista Árabe Unida en una carretera del norte de Israel.

El desacuerdo estratégico por el que, minutos antes de la presentación de las listas electorales, Balad y la Lista Conjunta decidieron concurrir por separado puede resultar clave cuando se anuncien los resultados electorales. Balad rechazaba apoyar candidato alguno a primer ministro, a diferencia de la Lista Conjunta, cuya postura apoya un 60% de la minoría, según un sondeo de la radio en árabe Makan. Por eso, su lema es “Influimos con dignidad”, con “influimos” como rejón a Balad y “con dignidad”, a la Lista Árabe Unida, a la que acusa de entrar en el Gobierno por un plato de lentejas.

Si el bloque anti-Netanyahu lograse un diputado más (57 de 120) de los que pronostican las encuestas, la reelección de Yair Lapid como primer ministro dependería del sí ―más por miedo a la alternativa que por convicción― de los cuatro diputados de la Lista Conjunta. A lo que se suma que el bloque pro-Netanyahu controlará el Parlamento si dos de las tres listas árabes quedan por debajo del umbral. De ahí que los detractores del líder del Likud exhorten desde hace semanas a la minoría palestina a votar: los partidos judíos, para que les salgan las cuentas; y los árabes, por los escalofríos que les genera una presencia simbólica en una Knesset aún más derechista.

“Hoy, el estado de ánimo en la comunidad árabe es: ‘Queremos que entréis en la Knesset y que juguéis el juego político pleno, no solo como representantes de nuestro enfado y frustración”, explicaba el mes pasado el analista político Mohammad Darawshe en un acto del Club de Prensa de Jerusalén. Un 19%, de hecho, vota a partidos judíos.

Los “palestinos del 48″, como se autodenominan por el año de la Nakba, o “árabes israelíes”, en su nombre oficial, castigan particularmente la fragmentación. En 2015, cuando sus partidos concurrieron juntos, votó un 63,5%, mientras que hace un mes los sondeos apuntaban a un mínimo histórico del 39%. Los mítines pueblo por pueblo y el miedo a la ultraderecha parecen, sin embargo, haber calado: un 50,5% acudirá “seguro” a las urnas y un 19,4% piensa hacerlo, según una encuesta difundida el jueves por el Instituto Israelí para la Democracia.

Pocos olvidan en Israel que el 75% de participación palestina fue vital en la derrota de Netanyahu frente al laborista Ehud Barak en 1999, con casi un tercio de apoyo a partidos judíos. Un año más tarde, comenzó la Segunda Intifada, la policía mató a 13 árabes israelíes durante protestas multitudinarias y su participación electoral empezó a ir cuesta abajo.

A Fida Shehada le hace gracia esta atención sobrevenida, incluida visita de Lapid el martes a la principal ciudad árabe, Nazaret. “El Estado me sigue viendo como enemiga. Da igual si mi documento es azul [israelí] o verde [palestino], si es aquí o en Ramala […] Eso sí, cuando llegan las elecciones, se acuerdan de nosotros y nos ven como una cesta de votos”, critica.

Fida Shehada, en la ciudad de Lod, cerca de Tel Aviv.Quique Kierszenbaum

Planificadora urbanística, acaba de renunciar al puesto de concejala independiente que tenía en la ciudad de Lod, cerca de Tel Aviv, tras llegar a la conclusión de que el Estado “no tiene intención de resolver el problema”. Lod y otras ciudades mixtas judeo-árabes vivieron días trágicos en mayo de 2021, cuando se contagiaron de la tensión en Jerusalén y Gaza. Los enfrentamientos entre judíos y árabes dejaron muertos, palizas brutales, cientos de detenidos y ataques a casas, sinagogas y un cementerio musulmán. Por primera vez desde 1966, se declaró en Lod el estado de emergencia.

“A quien le arrestaron ese día un hijo, no votará”, dice. “Y para el que no tiene conciencia política y está en el paro fumando narguile todo el día, ¿qué ha cambiado este año [con un partido árabe en el Gobierno]? Nada. No votará y seguirá en el paro fumando narguile”, explica en el llamado barrio del tren, famoso por la criminalidad y la venta de drogas, como atestiguan los enormes portones de acero vigilados y algún que otro coche de alta gama. Sus construcciones ―explica― son técnicamente ilegales porque se levantaron sobre terreno agrícola, aunque ese motivo no impidió a las autoridades clasificar como urbanizable otro suelo cercano para levantar edificios que acogiesen a emigrantes judíos de la extinta URSS.

En la plaza en la que todo estalló el año pasado, Milad Muhid y Zaher Baidas, de 30 años y amigos desde la infancia, toman un refresco frente a un local de shawarma. “La pregunta no es cómo ha cambiado la ciudad desde mayo de 2021, es cómo ha cambiado para nosotros desde que empezaron a venir judíos que no estaban aquí desde el principio. Todo es para ellos. La policía los protege y el Estado los defiende”, protesta Muhid. La derecha israelí no limita la batalla por el espacio a los asentamientos en territorio ocupado, sino también a zonas de Israel con presencia judía y árabe, como la Galilea, el desierto del Neguev o las ciudades mixtas.

Los dos votarán “a Sami” [Abu Shehade], el líder de Balad al que todos llaman por el nombre porque nació aquí. “Sé que hay un 90% de probabilidades de que no entre en el Parlamento, pero al menos él muestra nuestra realidad”, explica Baidas. Enfrente, varios soportes desnudos recuerdan que hace unos meses el Ayuntamiento se vio obligado a retirar las banderas israelíes después de que, noche tras noche, algún palestino trepase para quitarlas.

Mucho más al norte, en Kafr Yasif, muy cerca de la frontera con Líbano, Tibi y Ayman Odeh, el líder de Hadash, dan un mitin conjunto. Unos 350 de los 10.000 habitantes de esta ciudad de tradición comunista escuchan en silencio a Odeh hablar de luchas pasadas y de lo que está en juego el martes. “La gente está cansada tras cinco elecciones, pero estas son diferentes: estamos en una posición decisiva”, señalaba Odeh a este periódico tras el acto.

Ayman Odeh, durante su mitin en la ciudad de Kufr Yasif, en el norte de Israel.Quique Kierszenbaum

A tres calles de la música, los abrazos y los cárteles electorales, Yaled atendía de noche un pequeño ultramarinos. De día, estudia Administración y Economía. Cuando nació, hace 19 años, Tibi ya era diputado. “En mi familia nadie votará. No es por ideología, es más bien… ‘¿para qué?’. Cuando llegan las elecciones todos vienen y hacen sus discursos. Luego se olvidan de nosotros. Ya sabes, políticos…”.

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