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https://elpais.com/internacional/2022-11-06/que-probabilidad-hay-de-un-ataque-nuclear-de-putin.html

Vladímir Putin ha amenazado reiteradamente con recurrir al arma nuclear desde que lanzó la invasión de Ucrania en febrero. Las derrotas rusas en el campo de batalla y el debilitamiento del líder que implican esos reveses han agudizado en las últimas semanas la inquietud, al punto de inducir al presidente de EEUU, Joe Biden, a calificar las circunstancias actuales como el momento más peligroso desde la crisis de los misiles de Cuba de 1962 y a evocar, como alerta, la imagen de un apocalipsis nuclear.

Ello no significa que un ataque atómico ruso sea probable. La mayoría de los expertos coincide en calificar de remota esa perspectiva, pero también considera que este es el momento más tenso en décadas, con incógnitas que enturbian el horizonte y elevan el riesgo de una escalada descontrolada. Por ello, hoy tiene especial importancia diseccionar el marco estratégico en el que se mueve la amenaza nuclear rusa.

Punto esencial de partida del análisis es recordar el potencial destructor de este tipo de armas, que puede ser de muy diferente alcance según el tipo de bombas. Para entenderlo, siguen simulaciones de ataques contra ciudades como Barcelona, Kiev o Ciudad de México con cabezas atómicas como la de Hiroshima o como las de mayor impacto de las que dispone Rusia en su arsenal según los mejores análisis disponibles.

La devastación variaría de forma muy significativa según la carga atómica de la bomba —existen también algunas mucho menos potentes que las de Hiroshima, con un potencial de un kilotón— y por supuesto el objetivo contra el que se lanzaría, la altura de la detonación, las condiciones metereológicas. En Kiev una de 800 kilotones reduciría a escombros casi toda la ciudad. En la Ciudad de México las muertes y heridos serían incontables.

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Todo lo explicado hasta ahora son los efectos de una sola bomba. En el mundo hay nueve potencias nucleares que acumulan un arsenal de más de 12.000 cabezas atómicas. De ellas, 3.730 se encuentran desplegadas en misiles intercontinentales, en bases con bombarderos o bases con vectores de corto alcance. De ellas, al menos unas 2.000 están listas para ser utilizadas de forma inmediata:

¿Cuán probable es que esto ocurra?

La respuesta sintética es: muy poco. “Esta es la amenaza nuclear más seria desde el fin de la Guerra Fría. Pero ello no significa que sea probable. El riesgo es bajo”, dice Hans M. Kristensen, director del Proyecto de Información Nuclear de la Federación de Científicos Americanos y experto de referencia mundial en el estudio de arsenales de las potencias atómicas. “La probabilidad de un ataque nuclear sigue siendo baja. Bastante baja, de hecho”, coincide Luis Simón, director de la Oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas e investigador principal especializado en materia de relaciones internacionales y asuntos de seguridad. Su punto de vista representa la opinión mayoritaria entre expertos.

Las amenazas nucleares de Putin tienen una lógica eminentemente disuasoria, tratan de conseguir una inhibición en Occidente (en cuanto a la ayuda suministrada a Ucrania) y en Kiev (en cuanto a hasta dónde llevar su contraofensiva). Sin duda han conseguido buenos resultados en el primero de los objetivos durante la fase inicial de la guerra, con mucha circunspección en la entrega de armas motivada probablemente por el temor a una escalada descontrolada. No es casualidad que Occidente haya sido tan reticente a entregar a Ucrania aviones de combate, tanques u otras armas pesadas. A medida que ha elevado el nivel de las ayudas —por ejemplo con misiles de alcance medio—, Ucrania ha ido ganando terreno, y Rusia, endurecido sus amenazas.

El paso de la amenaza con fines disuasorios a la realidad de un ataque se topa con muchos elementos que, incluso más allá de consideraciones humanitarias, lo retratan como improbable. “¿Cuál sería el propósito? ¿Revertir los avances de las fuerzas ucranianas? Las armas nucleares no son muy útiles para lograr cambios en el campo de batalla”, dice Kristensen.

Un ataque nuclear ruso con intención de revertir los avances de Ucrania podría tener tres objetivos físicos: un disparo con carga simbólica, por ejemplo en el mar Negro; uno contra las fuerzas militares ucranianas; o uno devastador contra objetivos civiles, como una ciudad. Lo primero es muy dudoso que lograra quebrar la determinación de Kiev. Lo segundo se topa con el problema de la dispersión de las fuerzas de Ucrania en un amplio territorio, lo que haría necesaria una operación con escasa lógica militar, con el uso de una multitud de bombas en múltiples puntos, un argumento explicado con precisión por William Alberque, experto del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, en un informe de reciente publicación. Lo tercero, un objetivo civil, resulta prácticamente inimaginable, por la monstruosidad del acto y las posibilidades de endurecer la reacción internacional. “Cuanto uno más lo piensa, menos se le ve la lógica”, dice Kristensen.

Otro elemento a tener en cuenta es que, además del efecto destructivo vinculado a la explosión, las bombas nucleares tienen terribles consecuencias en términos de difusión de radiación muy dañina. Según el potencial del arma y otros factores como la altura de detonación y las condiciones meteorológicas, la mancha radiactiva puede expandirse en amplias extensiones. El riesgo de contaminar territorios considerados como propios no es menor.

La perspectiva de sufrir graves daños en represalia es otro factor que pesa en la ecuación. No es fácil prever cuál sería la respuesta. Hay un consenso generalizado acerca de que Occidente no respondería con fuerzas nucleares. Pero el alto representante de Exteriores de la UE, Josep Borrell, dijo explícitamente que habría una reacción militar convencional occidental que “aniquilaría” a las fuerzas rusas. En la misma línea se manifestó David Petraeus, exalto mando militar de EE UU y exjefe de la CIA. En otro nivel, también hay riesgo de más sanciones y aislamiento internacional.

Más allá de las especulaciones futuras, cabe además notar que, en el presente, pese a las amenazas y pese a un redoblado nivel de vigilancia occidental, en ningún momento el Pentágono o la OTAN han detectado movimientos operativos que hagan pensar en preparativos nucleares por parte de Rusia.

Pero todo ello no significa que se pueda considerar la amenaza como insignificante. Muchos motivos contribuyen a ello.

“Lo que aumenta el nivel de riesgo nuclear, ínfimo en el principio de la invasión, es el hecho de que la situación bélica no va bien para Rusia, y Moscú se juega mucho”, dice Simón. Las derrotas siguen, como demuestran las dificultades de estos días en el frente de Jersón. “Siendo la atómica una opción muy mala, con un sentido militar que no está para nada claro, en algún cálculo de Putin podría llegar a ser menos mala que otra, una derrota militar que acarreara una humillación geopolítica y una posible caída del régimen. Eso es lo que pone el tema sobre la mesa”. Se hace difícil imaginar un Kremlin que asistiera inerte a una avanzada imparable de Ucrania, que recuperara del todo, o casi, territorios ya anexionados por Rusia. Esa es la perspectiva que genera inquietud.

“Es cierto que si proyectamos ese escenario hasta el nivel de una Ucrania a punto de recuperar Crimea, el cálculo es diferente. Ahí tiene sede la flota rusa del mar Negro, un elemento de gran importancia simbólica y estratégica”, observa Kristensen. En ese escenario, sería concebible que el Kremlin invocara su doctrina nuclear fijada en un decreto presidencial de 2020, según el que se puede responder con un ataque nuclear a “una agresión contra la Federación rusa con armas convencionales que amenacen la existencia del Estado”. Incluso en el caso de posible caída de Crimea, Kristensen duda de un recurso ruso al arma nuclear, pero considera que es claramente una perspectiva más preocupante.

Hay otros elementos que incrementan la inquietud. El tono de Putin (subrayando que la amenaza no es un bluf) y toda la gestualidad del Kremlin son cada vez más llamativos. Destacan varios episodios recientes.

De entrada, una ronda de llamadas altamente inusuales a responsables de Defensa occidentales para alertar del riesgo de uso por parte de Ucrania de una bomba sucia, en lo que parece un intento de preconstituir excusas para una posible acción futura. El organismo atómico de la ONU ha considerado infundada la denuncia.

Después, una inusitada reunión de altos mandos militares rusos para discutir la opción nuclear, de la que ha informado la prensa estadounidense sobre la base de fuentes de inteligencia de ese país y después de la cual el portavoz del Pentágono manifestó su “creciente inquietud”.

Además, Rusia ha llevado a cabo recientemente maniobras nucleares de amplio calado y personajes de primera fila como el líder checheno Ramzan Kadirov o el expresidente Medvédev han llamado explícitamente a lanzar un ataque nuclear en caso de reiteradas dificultades o han esgrimido la amenaza con un lenguaje extremadamente directo.

A la vez, manifiesta Simón, el efecto disuasorio de la posible reacción internacional no es tan definitivo como podría imaginarse. “Se habla de una respuesta militar convencional de EE UU, pero yo eso no lo veo. No creo que quieran implicarse en una confrontación militar directa, y pienso que Putin cuenta con eso”, dice. Es significativo que, si Borrell o Petraeus han sido explícitos, los responsables de Casa Blanca, Pentágono u OTAN lo han sido mucho menos al respecto.

“En cuanto a China”, prosigue Simón, “Pekín desde luego no vería bien el uso del arma nuclear, pero una piedra angular de su política internacional es una relación predecible y estable con Rusia. Retirar apoyo económico y político a Moscú sería un golpe duro, sumarse a las sanciones aún más. El régimen se tambalearía, y eso no está en el interés de Pekín, salvo que tuviese muy claro cuál sería el desarrollo posterior y que este le resultara conveniente. Por último, la relación con la UE difícilmente puede ir a peor, así que tampoco hay ahí un cálculo de mucho daño añadido”, apunta el experto.

Kristensen también duda tanto de la disposición de Pekín a reaccionar con dureza contra Moscú como de la de EE UU a atacar directamente objetivos rusos. “Esta opción es complicada, abre obviamente paso a una guerra entre Occidente y Rusia. No lo veo claro. Más probable veo una opción intermedia, híbrida, lanzando por ejemplo ciberataques junto a las iniciativas del ámbito diplomático”.

Por último, la historia reciente muestra que Putin ha ido haciendo, una detrás de otra, cosas que en Occidente se consideraban inimaginables, y que ante las dificultades no repliega: redobla. Estos argumentos son los que hacen que, si bien el ataque nuclear no es probable, la situación sea la más tensa en décadas.

“Rusia dispone del mayor arsenal nuclear del planeta, en términos de números de bombas y vectores. Cuentan con un espectro completo, desde cabezas atómicas de bajo potencial hasta de muy alto. Es un arsenal amplio y flexible”, describe Kristensen. Moscú ha invertido ingentes sumas para modernizar su arsenal nuclear en las últimas décadas.

El Kremlin dispone de la capacidad de disparar armas nucleares desde silos, submarinos o aviones. Cuenta con armas estratégicas y tácticas, en una división tradicional desprovista sin embargo de una definición científica indiscutible. Con el primer concepto se suele hacer referencia a las cabezas nucleares de mayor potencial, montadas en vectores de alcance intercontinental; el segundo suele indicar bombas capaces de ser montadas en vectores de menor alcance, para uso en campos de batalla específicos, y por lo general con menor potencial, aunque las hay incluidas en esa categoría con mucha mayor capacidad explosiva que la de Hiroshima. Las primeras están sometidas al tratado de control New START entre EE UU y Rusia, que establece muchas limitaciones. Las segundas, no.

En el remoto caso de un ataque nuclear, los expertos consideran más lógico el recurso a las bombas de la categoría táctica. Se calcula que Rusia dispone de unas 2.000. Moscú no es transparente, por tanto no hay un conocimiento público preciso de las características de su arsenal.

“No sabemos exactamente, pero es probable que tengan bombas tácticas con un potencial tan bajo como un kilotón”, dice Kristensen. La de Hiroshima tenía 15. “Pero claro, si decides usar un arma nuclear, no le veo mucho sentido hacerlo con una bomba de impacto muy reducido”. Por otra parte, el rango de las tácticas puede llegar hasta 100 kilotones. La diferencia de impacto puede ser enorme según el modelo elegido.

“La división conceptual entre estratégicas y tácticas, en realidad, es cuando menos borrosa. Una bomba en sí misma no puede ser táctica o estratégica, es el uso que se hace de ellas el que es de una u otra índole”, precisa Kristensen.

En cualquier caso, los analistas creen que en el conflicto de Ucrania, las fuerzas rusas ya han disparado misiles con capacidad de ser vectores de cabezas nucleares tácticas, como el Kalibr, lanzado desde fuerzas navales, o los Iskander, desde tierra.

La detonación de un arma nuclear implica distintos efectos catastróficos, desde los radiactivos o los destructivos causados por la bola de fuego y la onda expansiva provocados por la detonación. Esto es la consecuencia de una única explosión.

Obviamente, una vez lanzada una, el riesgo enorme es que otra potencia nuclear responda, desencadenando una catástrofe planetaria de proporciones casi inimaginables, que incluiría además de un enorme número de fallecimientos directos, también unas pavorosas secuelas letales, por los efectos de las radiaciones sobre las personas y, entre otras cosas, por la contaminación del medioambiente que dificultaría, o haría imposible, una actividad agrícola o ganadera limpia.

1. Radiación directa y bola de fuego

Es el primer efecto tras la detonación. En menos de un segundo, todas las personas en un diámetro de 5 kilómetros recibirían una dosis letal. A continuación una bola de fuego de 2 kilómetros a millones de grados de temperatura. Todo en su interior quedaría vaporizado.

Secuencia de 0,11 segundos de la primera explosión nuclear en la tierra: el test nuclear Trinity (Laboratorio Nacional Los Álamos).

2. Explosión y radiación térmica

Alrededor de la bola de fuego el aire se expande y provoca una onda de choque que destruye todos los edificios en 4 kilómetros. La destrucción será más moderada en 8 kilómetros, pero la radiación térmica provocará quemaduras de tercer grado en 19 kilómetros a la redonda.

Casa situada a 1 kilómetro de la zona cero del test nuclear de 16 kilotones “Annie”.
La última imagen fue tomada 2 segundos después de la detonación. (Federación de Científicos Estadounidenses)

No. Desde 1945 se han llevado a cabo unos 2.000 tests nucleares de distinto tipo. Alrededor de un 75% de ellos han sido pruebas subterráneas.

En algunos casos, se han detonado como prueba bombas de gran potencial. En los últimos años, las grandes potencias han dejado de hacer ensayos, y el único país que las ha llevado a cabo ha sido Corea del Norte.

Conclusión

La perspectiva de que Rusia lance un ataque nuclear es remota. Pero múltiples factores vinculados a la invasión rusa en Ucrania elevan la inquietud a niveles desconocidos desde el fin de la Guerra Fría. Esto ocurre en un marco general en el que las grandes potencias nucleares invierten ingentes recursos para la modernización de sus arsenales nucleares y, en el caso de China, directamente para su expansión. La gran inestabilidad geopolítica y la constatación de que una potencia nuclear puede invadir sin ningún escrúpulo y ninguna justificación plausible un país vecino —que devolvió las cabezas nucleares de las que disponía tras la disolución de la URSS— generan oscuros incentivos. “Una guerra nuclear no puede nunca ser ganada y no debe jamás ser librada”, declararon Reagan y Gorbachov en 1985. La verdad cristalina de esa frase se presenta hoy un poco menos sólida que entonces. Un apocalipsis nuclear no está cerca, pero sin duda se halla más cerca de cuanto lo estuvo durante décadas.

Metodología La simulación de las explosiones nucleares en ciudades han sido realizadas mediante el modelo nukemap (Alex Wellerstein, nuclearsecrecy.com). Se han utilizado los parámetros de detonación en superficie de cabezas nucleares de 15 y 800 kilotones. La situación del frente de guerra en Ucrania proviene del ISW (Instituto para el Estudio de la Guerra). Los datos sobre los arsenales y test nucleares provienen de FAS (Federación de Científicos Americanos) y de ourworldindata.com. Más información sobre los efectos de una explosión nuclear ha sido obtenida del Departamento de Energía de EEUU,  atomicarchive.com,  thebulleting.org y armscontrol.org.

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