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https://elpais.com/internacional/2022-11-07/la-juventud-de-derechas-marca-el-rumbo-de-israel.html

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Siete israelíes judíos de 18 años, amigos desde la infancia, juegan en línea en el móvil y fuman a escondidas sobre la hierba artificial de un centro social. Están y son de Rejovot, la ciudad de 150.000 habitantes al sudeste de Tel Aviv en la que se fijan los encuestadores porque sus resultados electorales suelen coincidir con el voto judío a nivel estatal. Los siete se definen de derechas, y la pregunta les resulta rara, como si no hubiese otra respuesta posible. En este barrio, Kiriat Moshe, el 89% de las papeletas fue a partidos de derechas, la mitad al Likud de Benjamín Netanyahu, en los comicios del pasado martes.

Lior fue uno de los 209.000 nuevos votantes que decidieron cinco de los 120 escaños del Parlamento, donde 82 diputados están ahora entre el centroderecha y su extremo más radical. Optó por Sionismo Religioso, la formación de discurso ultranacionalista antiárabe que negocia este domingo, como tercera fuerza de la Kneset, su entrada en la coalición que devolverá al poder a Netanyahu. No la llama por su nombre, sino por el de su famoso número dos, Itamar Ben Gvir, el colono radical que pide la pena capital para quien lance un cóctel molotov y la deportación de los ciudadanos “desleales”, como varios diputados árabes.

― ¿Por qué lo votaste?

― Porque quiere matar a los terroristas. Y porque si hay lío en Nablus, manda a Kfir, a Duvdevan o a quien haga falta ―dice en referencia a una brigada y una unidad militar en el territorio ocupado de Cisjordania―. Y para que eche al árabe ese… ¿cómo se llama?

― Um El Fahem [una ciudad árabe de Israel] ―responde un amigo que votó al partido conservador de Netanyahu, Likud.

― Ahmed Tibi ―corrige otro, llamado Ofir.

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― ¡Ese! El que quiere dividir Jerusalén para que no solo sea nuestra.

Ofir no ha votado. “La política es lo último que me importa en la vida”, justifica. De hacerlo, se habría inclinado también por Ben Gvir porque “es el único que habla claro y no dice tonterías como el resto de políticos”.

Lior, Ofir y sus amigos no son ninguna excepción, sino la norma. El 70% de los israelíes judíos de entre 18 y 24 años se define de derechas, por encima de la media nacional, en la que esas posiciones llevan dos décadas creciendo. A finales de los noventa, los israelíes judíos que se definían de derechas y los que lo hacían de izquierdas estaban empatados en un 40%. Hoy, son el 62% y el 12%.

Tampoco Kiriat Moshe es una excepción. No es un asentamiento ideológico en Cisjordania, punta de lanza del nacionalismo religioso que nutre a figuras como Ben Gvir, sino un barrio pobre y asociado a la delincuencia lleno de edificios desconchados pendientes de demolición. El 55% de sus 10.000 habitantes son judíos etíopes fletados a Israel en los ochenta. Como si fuese una matrioshka de la historia de Israel, fue edificado sobre el lugar que albergó en los cincuenta un campamento de tránsito para judíos originarios del norte de África y Oriente Próximo y supervivientes del Holocausto, levantado sobre las ruinas de Zarnuqa, uno de los más de 500 pueblos palestinos destruidos en la Nakba (El Desastre, como ha pasado a la historia para ellos la creación del Estado de Israel).

Aquí, parece que el centro y la izquierda dieron directamente la batalla por perdida. Solo se ven carteles, pegatinas y papeletas tiradas en el suelo de partidos de derecha, como el ultraortodoxo sefardí Shas (“Orgullosos de ser judíos”), el Likud (“Una derecha fuerte para cuatro años”) o Sionismo Religioso (“Tu seguridad está en la derecha”).

Los mensajes muestran cómo en Israel el voto tiene un claro elemento identitario y la división izquierda-derecha difiere de la habitual. Aquí depende principalmente de la postura hacia los palestinos, con la derecha más partidaria de la mano dura, de mantener la ocupación militar y de promover los asentamientos. Otros elementos, como las políticas económicas o la relación entre Estado y religión, tienen menos peso.

La ecuación religión-derecha es casi automática, aunque la derecha trasciende divisiones de origen y creencia para incluir también un tercio de los seculares, como desencantados de la izquierda u originarios de la extinta URSS tan partidarios de la fuerza hacia los palestinos como de los alimentos no kosher. Y, en esta nueva generación, los principales graneros de voto conservador ―ultraortodoxos, nacionalistas religiosos y tradicionalistas― están sobrerrepresentados porque tienen bastantes más hijos que las familias de centro o izquierda.

Ultraortodoxos y nacionalistas religiosos, por ejemplo, son un cuarto de la población, pero casi la mitad en la franja de 18 a 25 años, explica por teléfono Dahlia Scheindlin, analista política experta en opinión pública. Y, por pura estadística, cada vez lo serán más. Los ultraortodoxos, que tienen casi siete hijos de media y votan derecha en un 99%, pasarán de casi el 13% de la población al 32% en 2065, según los cálculos de la Oficina Central de Estadísticas. Incluso sin ellos, como comprobó el pasado julio la empresa de análisis de datos Midgam, un 46% de jóvenes de 18 a 25 años se define de derechas y un 16%, de centro-derecha.

Socialización

La demografía solo explica parte del fenómeno. Scheindlin recuerda que la juventud judía lleva a la derecha de la media desde el nacimiento de Israel en 1948, por el “entusiasmo por el nacionalismo romántico de un país permanentemente en guerra”, y que la tendencia se ha profundizado este siglo no solo por la estructura poblacional, sino también por el discurso. “Quienes hoy tienen 25 años han sido socializados en la idea de que los palestinos solo quieren matar judíos y que hay que dejar actuar al Ejército, es decir, solo en soluciones militares al conflicto”, subraya.

Or Anabi, investigador del Instituto Israelí para la Democracia que sigue el crecimiento de la derecha, apunta a una mezcla de influencias que confluye en la misma dirección. Por un lado, el hogar, donde el sentido del voto suele mantenerse generación tras generación. Por otro, la educación. Israel cuenta con tres modelos paralelos para la población judía: el ultraortodoxo, el estatal-secular y el estatal-religioso. Y este último “ha invertido en el tema ideológico mucho más que el estatal-secular, que se ha preocupado menos de defender los valores democráticos”.

Al acabar Secundaria, llega además el servicio militar, de tres años para ellos y de dos para ellas. Como es obligatorio, salvo para la minoría palestina y los ultraortodoxos, expone a los nuevos adultos a sensibilidades políticas distintas a las de su entorno, pero refuerza “la visión del árabe como enemigo”, señala Anabi. Scheindlin apunta que no hay “pruebas significativas” de que genere un cambio ideológico.

Anabi señala, además, una paradoja. La lógica dictaría que la generación que no se ha tenido que movilizar contra la creación de un Estado palestino (porque el tema casi ni figura en el debate público) ni vivido los atentados suicidas en autobuses y cafeterías de la Segunda Intifada (2000-2005) tuviese hoy posturas más centradas. “Sin embargo, que no se hable de la paz ha reforzado el statu quo entre los más jóvenes y derivado el odio hacia los ciudadanos árabes [de Israel]”, no solo hacia los de Gaza y Cisjordania, señala.

Shlomo Fischer, sociólogo del Instituto de Políticas del Pueblo Judío, un centro de análisis con sede en Jerusalén, ofrece otra visión. Describe el voto derechista juvenil como un puñetazo en la mesa contra una izquierda aún percibida como la élite que controla el discurso académico y mediático, pese a que la derecha ha gobernado buena parte de las últimas cinco décadas. Y señala como principal motivo el “fracaso de Oslo”, en referencia a los acuerdos de paz firmados por israelíes y palestinos en 1993. “Es una generación que no ha crecido con esperanza de paz, sino que ha visto cómo el proceso ha fallado. Ha crecido en la creencia general de que no existe un socio para la paz”, señala. Un buen ejemplo es la retirada de los soldados y colonos de Gaza en 2005. La sesgada narrativa que impera hoy entre la juventud israelí es que el premio por abandonar la Franja han sido miles de cohetes contra el país, por lo que irse también de Cisjordania equivaldría a un suicidio nacional.

La desaparición de Meretz, símbolo de la debacle de la izquierdaZehava Gal-On, líder del partido Meretz, vota en las elecciones el pasado 1 de noviembre en Tel Aviv.Nir Keidar / Anadolu Agency vía Getty Images

El mayor símbolo de la derrota de la izquierda en estas elecciones es la desaparición del Parlamento, por primera vez desde su nacimiento en 1992, de Meretz, el partido sionista de izquierdas que abandera la paz con los palestinos, la separación entre Estado y religión, la defensa del medio ambiente y los derechos LGTBI. “Es un desastre para Meretz, para el país y un desastre personal para mí”, admitió su veterana líder, Zehava Gal-On, en un vídeo a sus seguidores tras confirmar que el partido se quedaba en el 3,14% de los votos, a 3.800 papeletas del 3,25% que abre las puertas de la Kneset.

Meretz, que entró en 2021 en el Ejecutivo tras dos décadas en la oposición, llegó a tener 12 escaños. Fue un socio de gobierno clave para que el primer ministro laborista Isaac Rabin sacase adelante los Acuerdos de Oslo. Ridiculizado por la derecha como el partido de una élite blanca secular que toma café en Tel Aviv en sabat mientras lee el diario Haaretz, Meretz ha contado con nombres de peso como Yossi Beilin, Shulamit Aloni, Amnon Rubinstein o Yossi Sarid.

El laborismo, que ha perdido tres diputados y se queda en el mínimo (cuatro), es ya la única formación judía en el Parlamento a la izquierda del centrista Yesh Atid.

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